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La casa estaba alejada de la calle, rodeada de una cerca de estacas blancas y un jardín muy cuidado en el frente.

Aníbal y Gabriel Cárdenas pasaron sobre las flores y se dirigieron a la puerta de atrás. Les llevó menos de cinco segundos abrirla. Entraron y se dirigieron hacia la escalera. Desde el dormitorio de arriba les llegaban los ruidos de una cama que crujía y las voces de un hombre y una mujer.

Los dos hombres sacaron las armas y subieron las escaleras sin hacer ruido.

La voz de la mujer estaba diciendo:

—¡Oh Dios! ¡Eres maravilloso Eduardo!

—Soy todo para ti, querida, todo entero. Espera un poco.

—Oh, no puedo —gimió la mujer. Levantó los ojos y gritó. El hombre se dio vuelta. Iba a buscar debajo de la almohada pero cambió de idea.

—Muy bien —dijo—. Mi billetera está en los pantalones sobre la silla. Sáquenla y váyanse a la mierda. Estoy ocupado.

—No queremos tu billetera, Moreno—dijo Gabriel Cárdenas.

La ira en el rostro de Eduardo Moreno se transformó en algo más. Se sentó en la cama, moviéndose con cuidado, tratando de explicarse lo que pasaba. La mujer había subido las sábanas sobre su pecho, y su cara era una combinación de ira y terror.

Moreno dejó colgar con cuidado sus pies a un costado de la cama, sentándose en el borde, listo para levantarse. Estaba mirando a los dos hombres, esperando una oportunidad.

—¿Qué es lo que quieren?

—¿Trabajaste con Lucio Vallenilla?

—Váyanse a la mierda.

Aníbal Cárdenas se volvió hacia su hermano.

—Dispárale en las bolas.

Gabriel Cardenas preparó su revólver y apuntó.

Eduardo Moreno gritó:

—¡Esperen un minuto! ¡Ustedes deben de ser locos! —miró a los ojos del hombre que le apuntaba y dijo rápido—. Sí. Trabajé con Vallenilla.

La mujer gritó enojada.

—¡Eduardo!

Él se volvió furioso.

—¡Cierra el pico! ¿Crees que quiero ser un padrillo castrado?

Gabriel Cárdenas se dirigió a la mujer.

—¿Usted es la hermana de Vallenilla, no?

La mujer se enfureció.

—Nunca oí hablar de él.

Gabriel acarició gatillo del revólver y se acercó más a la cama.

—Tiene dos segundos para hablar o quedará desparramada por la pared.

Algo en la voz del hombre la dejó rígida. Él levantó el revólver y la sangre se retiró del rostro de la mujer.

—Dile lo que quiere saber —gritó Eduardo Moreno.

El revólver se apretó contra el pecho de la mujer.

—¡No! ¡Sí, Lucio Vallenilla es mi hermano!

—¿Dónde podemos encontrarlo?

—No sé. No lo veo. ¡Les juro por Dios que no lo sé! Yo…

Los dedos del hombre jugaban con el gatillo.

La mujer gritó:

—¡Carlota! ¡Carlota debe saber! ¡Pregúntele a Carlota!

—¿Quién es Carlota? —preguntó Aníbal Cárdenas.

—Ella es… ella es una camarera que Lucio conoce.

—¿Dónde podemos encontrarla?

Esta vez no hubo vacilaciones. Las palabras salían solas.

—Trabaja en un bar llamado La Sombra De La Reina—el cuerpo de la mujer empezó a temblar.

Gabriel Cárdenas miró a los dos y les dijo amablemente:

—Pueden volver a fornicar. Que tengan una buena noche.

Y los dos hombres se retiraron.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora