40: Plena y orgullosa

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Los clientes habían comenzado a llegar. No en gran cantidad ni muy ricos, pero eran clientes. La oficina estaba resultando chica para ella. Una mañana, después de que Elis hubo tenido a dos clientes esperando afuera mientras ella atendía a un tercero, Doumasr le dijo:

-Esto no va a funcionar. Tienes que mudarte y buscar una oficina decente en el distrito residencial.

Elis movió la cabeza.

-Lo sé. Estuve pensando en eso.

Doumasr se dedicó a mirar unos papeles para no mirarla.

-Voy a extrañarte.

-¿De qué estás hablando? Tienes que mudarte conmigo.

Tardó un momento hasta que las palabras lo penetraran. Levantó la vista y una mueca cruzó su cara.

-¿Ir contigo? -Miró a su alrededor la estrecha oficina sin ventanas. - ¿Y dejar todo esto?

A la semana siguiente, Elis y Doumasr Constantine se mudaron a una oficina más grande. Las nuevas oficinas estaban amuebladas con simplicidad y consistían en tres pequeños cuartos, uno para Elis, otro para Doumasr y el tercero para la secretaria.

La secretaria que eligieron era una joven llamada Silvia Castelo, recién salida de la Universidad Bolivariana de Venezuela.

-No habrá demasiado que hacer al principio -se disculpó Elis- pero las cosas mejorarán.

-Oh estoy segura de que sí, señorita Irazabal -había admiración en la voz de la joven.

Ella quiere ser como yo, pensó Elis. ¡Dios no lo permita!

Doumasr entró y dijo:

-Oye, me siento solitario en esa gran oficina toda para mí solo. ¿Qué te parece si vamos a comer y al teatro esta noche?

-Me parece que... -Estaba cansada y tenía unos escritos que leer, pero Doumasr era su mejor amigo y no podía negarse.-Me encantaría ir.

Fueron a ver Los Miserables y a Elis le gustó muchísimo. Hugk Jackman estaba encantador. A la salida Elis y Doumasr fueron a comer a Big Change. Después que hicieron el pedido, Doumasr le dijo:

-Tengo dos entradas para el ballet el viernes a la noche. Pensé que podríamos...

-Lo siento Doumasr-contestó Elis-. Estoy ocupada el viernes a la noche.

-Oh -su voz sonaba curiosamente apagada.

De vez en cuando Elis encontraba a Doumasr mirándola en los momentos en que creía que no era observado y tenía una expresión en la cara que Elis encontraba difícil de definir. Sabía que Doumasr estaba solo, aunque él nunca hablaba de sus amigos y nunca discutía su vida personal. No podía olvidar lo que Josué Velardes le había contado y se preguntaba sí Doumasr realmente sabría qué era lo que quería de su vida. Le hubiera gustado poder ayudarlo de alguna forma.

A última hora de la noche, Elis, recibió un llamado telefónico de Jiménez & Meneses. Era del socio principal.

-He estado pensando esto por un tiempo -le dijo-. Me gustaría saber si podemos comer juntos pronto.

Su tono casual no engañó a Elis. Estaba segura de que la idea de que comieran juntos no se le había ocurrido hasta que leyó acerca del caso de Darwin Opez. Seguramente no iba a querer verla para discutir sobre citaciones.

-¿Qué le parece mañana? -sugirió-. En mi club.

Se encontraron para almorzar al día siguiente. El Señor Jiménez era un hombre descolorido, remilgado. Su ropa no conseguía ocultar una incipiente barriga. A Elis le gustó el padre tan poco como el hijo.

-Tenemos un lugar en nuestra firma para una joven abogada brillante, señorita Irazabal. Podemos ofrecerle su sueldo en dolares si lo prefiere, quince mil dólares al año para empezar.

Elis estaba sentada escuchándolo, pensando en lo mucho que hubiera significado para ella esa oferta un año atrás, cuando necesitaba desesperadamente un trabajo, cuando necesitaba que alguien creyera en ella.

Le estaba diciendo:

-Estoy seguro de que en unos pocos años habrá lugar para usted como socia en nuestra firma.

Quince mil dólares al año y llegar a ser socia. Elis pensó en la pequeña oficina que compartía con Doumasr y su departamentito en un cuarto piso sin ascensor y su falsa chimenea.

El señor Jiménez tomó su silencio por una aceptación.

-Muy bien. Nos gustaría empezar lo antes posible. Quizá podría empezar el lunes. Yo...

-No.

-Ah bueno, si el lunes no le conviene...

-Quiero decir que no, que no puedo aceptar, señor Jimenez -contestó Elis, asombrándose a sí misma.

-Ya veo -hubo una pausa-. A lo mejor podría empezar con veinte mil dólares al año. -Vio la expresión en la cara de ella. -O veinticinco mil. ¿Por qué no lo piensa?

-Creo que ya está pensado. Quiero ponerme por mi cuenta.... Pero le preguntaré esto señor Jiménez.... ¿Donde estaba usted hace un año atrás cuando yo era repudiada por todos por mi trágico error y necesitaba una mano amiga?.... Todo lo que obtuve de su firma fueron humillaciones al ponerme a entregar citaciones en toda la ciudad.... Ahora que soy mas reconocida, es que puedo ver quienes son las personas que realmente me apoyan.... Y no estoy interesada en nada que tenga que ver con usted o su firma.... Que tenga buenas noches señor Jiménez.

Y sin dar tiempo a decir nada mas, Elis se retiró del restaurante con la frente muy en alto, sintiéndose plena y orgullosa.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora