57: Falsas esperanzas

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En su camino de vuelta a la oficina, después de haber almorzado, mientras Elis cruzaba la Tercera Avenida casi la atropello un camión. El conductor apretó los frenos y la parte posterior del camión patinó de costado y casi la alcanzó.

—¡Por Dios, señora! —gritó el conductor—. ¿Por qué no mira por dónde diablos camina?

Elis no lo escuchaba. Estaba parada mirando el nombre del camión en la parte de atrás. Decía: Corporación Toyota Motors. Se quedó allí mirando bastante rato después de que el camión se fue. Luego se dio vuelta y volvió a su oficina.

—¿Está Doumasr aquí? —preguntó a Silvia.

—Sí, está en su oficina.

Elis fue a verlo.

—¿Doumasr, puedes investigar a la Corporación Toyota Motors? Necesitamos una lista de los accidentes que pueden haber tenido los camiones en los últimos diez años.

—Eso puede llevar un tiempo.

—Hazlo por medio de «Fiderst» — Fiderst era la computadora legal del Estado.

—¿Quieres decirme qué pasa?

—Todavía no estoy segura, Doumasr. Es simplemente una corazonada. Te lo diré si sale algo de eso.

Habían estado buscando algo en el caso de Samanta Valverde, esa encantadora joven amputada de brazos y piernas que estaba destinada a pasar el resto de su vida como un monstruo. El conductor podía tener buenos antecedentes, ¿pero qué sucedía con los camiones? Después de todo a lo mejor podía encontrar algo.

A la mañana siguiente Doumasr Constantine le dio el informe.

—Sea lo que fuera que estabas buscando te sacaste la lotería. La Corporación Toyota Motors ha tenido treinta y tres accidentes en los últimos diez años y algunos de sus camiones han sido retirados de servicio.

Elis sintió que dentro de ella crecía la excitación.

—¿Cuál era el problema?

—Una deficiencia en el sistema de frenos que hacía que la parte posterior patinara cuando se frenaba de golpe.

Había sido la parte de atrás del camión la que había herido a Samanta Valverde. Elis llamó a una reunión a su equipo: Mauricio Dallas, Gustavo Cerrano y Doumasr Constantine

—Vamos a llevar al Tribunal el caso de Samanta Valverde —anunció Elis.

Gustavo Cerrano la miró a través de los gruesos vidrios de sus anteojos.

—Espera un minuto, Elis. Yo estudié el caso. Perdió la apelación. Vamos a perder porque es res judicata.

—¿Qué es res judicata? —preguntó Doumasr Constantine.

—Es una cosa juzgada en los casos civiles, y para los criminales es volver a acusar a alguien por un crimen ya juzgado. «Está prohibido, tiene que haber un final en el litigio» —explicó Elis.

—Una vez que se ha llegado al dictamen final —agregó Gustavo Cerrano— sólo se puede volver a abrir el juicio bajo circunstancias muy especiales. No tenemos fundamentos para reabrir el caso.

—Sí los tenemos, vamos a hacerlo basándonos en el principio de descubrimiento.

El principio de descubrimiento decía: El mutuo conocimiento de todos los hechos relevantes recogidos por ambas partes es esencial para un juicio adecuado.

—El acusado es Toyota Motors. Ellos dieron la información al abogado de Samanta Valverde. Había una deficiencia en su sistema de frenos en los camiones y ellos no lo dijeron.

Miró a los dos abogados.

—Esto es lo que creo que debemos hacer…

Dos horas más tarde, Elis estaba sentada en el living de Samanta Valverde.

—Quiero pedir un nuevo juicio. Creo que tenemos que replantear el caso.

—No. No quiero soportar un nuevo juicio.

—Samanta…

—Mírame, Elis. Soy un monstruo. Cada vez que me miro en el espejo tengo ganas de matarme. ¿Sabes por qué no lo hago? —Su voz se convirtió en un susurro. —Porque no puedo. ¡No puedo!

Elis permaneció allí conmovida. ¿Cómo podía haber sido tan insensible?

—¿Suponte que consigo que lleguemos a una conciliación fuera del juicio? Creo que cuando oigan las evidencias vamos a poder ganar sin llegar a juicio y conseguir el dinero suficiente para pagar los miembros artificiales.... ¿Me dijiste que costaban ciento cincuenta mil dolares cada uno no?

—Eso fue hace seis años Elis, cuando averigüé por primera vez, hoy en día, cada miembro artificial de buena calidad, es decir, de los que no se te caen en medio de la calle, cuesta una fortuna, estamos hablando de un millón de dolares por miembro.... Sin contar el dinero que hay que pagarle a los médicos para la operación.... Mejor olvidalo.

— Hagamos algo entonces —replanteó Elis— Trataré de conseguir lo mas que pueda, al menos unos diez millones.... Si falta algo, yo me encargaré.... Pero te prometo que vas a volver a caminar Samanta.... Te lo juro.

Se arrepintió de inmediato al decir aquellas palabras, pues sabia que nada era seguro y que solo estaba haciendo lo mismo que hacia el padre Raimundo.... Darle falsas esperanzas.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora