51: El mismo movimiento

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Doumasr Constantine y tres asistentes más no pudieron encontrar nada contra Abraham Castillo VIII. Era viudo, un pilar de la sociedad y tenía pocas aventuras sexuales.

-El hijo de puta es un puritano -se lamentaba Doumasr.

Estaban sentados en el salón de conferencias en la medianoche del día antes del juicio por paternidad.

-He hablado con todos los abogados del estudio de Pestana, Elis. Van a destruir a nuestra clienta. No están haciendo alarde.

-¿Por qué están arriesgando el cuello por esa chica? -preguntó Gustavo Cerrano.

-No estoy aquí para juzgar su vida sexual, Gustavo. Ella cree que Abraham Castillo es el padre de la niña. Quiero decir que realmente cree eso. Todo lo que quiere es dinero para su hija... no para ella. Creo que merece su día en la Corte.

-No estamos pensando en ella -contestó Doumasr-. Estamos pensando en ti. Estás en un lío. Todo el mundo te mira. Creo que éste es un caso para perderlo. Será una marca negra en tu contra.

-Vamos a dormir -dijo Elis-. Los veré en el Tribunal.

Abraham Castillo estaba sentado en el lugar de los acusados. Podría haber sido elegido por un director de teatro. Era un elegante hombre, buen mozo, de más de cincuenta años, con un llamativo pelo gris, y facciones regulares y curtidas. Pertenecía a una clase social antigua, era miembro de los clubes de los que correspondía serlo y era rico y lleno de éxito. Elis pudo sentir que las mujeres del jurado lo desvestían mentalmente.

Seguro, se dijo Elis. Están pensando que es meritorio irse a la cama con el señor Encanto, pero no lo que él ve en esa prostituta sentada allí con una beba de diez meses en sus brazos.

Desgraciadamente para Daniela Machado, la criatura no se parecía a su padre o a su madre para el caso. Podría haber sido hija de cualquiera.
Como si estuviera leyendo los pensamientos de Jennifer, Simón Pestana dijo dirigiéndose al jurado.

-Acá están sentadas, damas y caballeros, la madre y su hija. ¡Ah! ¿Pero la hija de quién? Ustedes pueden ver al acusado. Desafío a cualquiera en
este recinto a encontrar un solo punto de parecido entre el acusado y la niña. Seguramente, si mi cliente fuera el padre de la criatura, debería haber alguna señal de ello. Algo en los ojos, en la nariz, la barbilla. ¿Dónde está esa semejanza? No existe y por una razón muy simple. El acusado no es el padre de esta niña. No, mucho me temo que esto es el clásico ejemplo de una mujer perdida, despreocupada, que queda embarazada y mira a su alrededor para ver cuál de sus amantes podrá pagar mejor las cuentas.

Su voz se suavizó.

-Ahora bien, ninguno de nosotros está aquí para juzgar a Daniela Machado. Lo que ella eligió para su vida personal es asunto de ella. El hecho es que ella es una maestra y puede influir en las mentes de niños pequeños, bueno eso no es de mi incumbencia tampoco. No estoy aquí para moralizar, simplemente estoy aquí para proteger los intereses de un hombre inocente.

Elis estudió al jurado y tuvo la sensación opresiva de que cada uno de ellos estaba del lado de Abraham Castillo. ¡Si por lo menos la beba se pareciera a su padre! Simón Pestana tenía razón. No había ningún parecido. Y él se había asegurado de que el jurado lo notara.

Elis llamó a Abraham Castillo para declarar. Sabía que era su única posibilidad para reparar el daño que ya estaba hecho, su última oportunidad de dar vuelta al caso. Estudió al hombre sentado en el banquillo de los testigos por un momento.

-¿Usted estuvo casado, señor Castillo?

-Sí. Mi mujer murió en un incendio. -Hubo una instintiva reacción de simpatía en el jurado.

¡Mierda! Elis se apuró.

-¿Nunca volvió a casarse?

-No. Quería mucho a mi mujer y yo...

-¿Tuvieron algún hijo?

-No. Desgraciadamente ella no podía tenerlos.

Elis hizo un gesto hacia la niña.

-Entonces Mónica es su única...

-¡Me opongo!

-Aceptado. Aconsejo al defensor que lo haga mejor.

-Lo siento, Su Señoría. Me dejé llevar -Elis se volvió hacia Abraham Castillo-. ¿Le gustan los niños?

-Sí. Mucho.

-Usted es el presidente del directorio de su propia compañía, ¿no es cierto, señor Castillo?

-Sí.

-¿Alguna vez deseó tener un hijo que llevara su nombre?

-Supongo que todos los hombres lo desean.

-Entonces si Mónica hubiera nacido varón en vez de...

-¡Me opongo!

-Aceptado -el Juez se volvió hacia Elis-. Señorita Irazabal tengo que pedirle que no reincida.

-Lo siento, Su Señoría. -Elis se volvió hacia Abraham Castillo. -¿Señor Castillo usted tiene la costumbre de invitar a mujeres desconocidas y llevarlas a un hotel?

Abraham Castillo se pasó la lengua con nerviosidad por su labio inferior.

-No, no la tengo.

-¿No es verdad que primero conoció a Daniela Machado en un bar y después la llevó a un hotel?

Su lengua volvió a hacer el mismo movimiento.

-Sí señora, pero eso era... era sólo sexo.

Elis lo miraba, fascinada mientras él seguía pasándose la lengua por los labios. Se sintió llena de un súbito sentimiento de esperanza. Ahora sabía lo que tenía que hacer. Tenía que continuar pinchándolo. Y de golpe no quiso hacerlo muy evidente para evitar que el jurado se le volviera en contra.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora