69: Los conejos nunca mienten

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A la mañana siguiente, Elis llamó a Silvia para decirle que no iría a la oficina. El sueño no había sido reparador y cuando se despertó no se sentía mejor. Trató de tomar el desayuno, pero no pudo retener nada. Se sentía débil y se dio cuenta de que haría tres días que no comía. Su cabeza empezó a dar vueltas de mala gana sobre todas las aterrantes posibilidades de lo que le podía suceder. Primero cáncer, naturalmente.

Buscó bultos en sus pechos pero no pudo encontrar nada diferente. Pero por supuesto el cáncer podía atacar en cualquier lado. Podía ser alguna clase de virus, pero el doctor lo hubiera sabido de inmediato. El problema es que podría ser casi nada. Elis se sentía perdida y sin defensa. No era una hipocondríaca, siempre había tenido muy buena salud y ahora sentía como si su cuerpo la traicionara. No podría tolerar que le pasara algo ahora. No en este momento que todo iba tan maravillosamente bien. Iba a ponerse bien. Por supuesto que sí.

Otra ola de náuseas se apoderó deella.

A las once de esa mañana, el doctor Manuel Hernandez la llamó desde su consultorio. Una voz dijo:

—Un momento por favor, le paso con el doctor.

El momento le pareció que se convertiría en cien años, y Elis se aferró al tubo, incapaz de soportar la espera.

Hasta que por fin llegó la voz del doctor Hernandez.

—¿Cómo se ha estado sintiendo?

—Lo mismo —contestó Elis nerviosa—. ¿Tiene el resultado de los análisis?

—Buenas noticias —contestó el doctor Hernandez—. No es la peste bubónica.

Elis no podía esperar más.

—¿Qué es? ¿Qué pasa conmigo?

—Usted está embarazada, señora Irazabal, va a tener un bebé.

Elis se sintió aturdida frente al teléfono. Cuando pudo recuperar la voz otra vez preguntó:

—¿Está… está usted seguro?

—Los conejos nunca mienten. Supongo que es su primer hijo.

—Sí.

—Le quiero sugerir que vea a un ginecólogo lo más rápido posible. Por lo fuertes que son los primeros síntomas podría tener dificultades más adelante.

—Lo haré —contestó Elis—. Gracias por llamarme, doctor Hernandez.

Elis dejó el teléfono y se quedó allí con la mente en un torbellino. No estaba segura de cuándo había pasado ni de cuáles eran sus sentimientos. No podía pensar claro. Iba a tener un hijo de Alivier. Y de golpe supo cómo se sentía. Se sentía maravillosamente, como si hubiera recibido un inapreciable regalo.

El cálculo de tiempo era perfecto, los dioses estaban de su lado. Las elecciones iban a terminar pronto y ella y Alivier se podrían casar lo más rápido posible. Sería un niño. Elis lo sabía. No podía esperar para decírselo a Alivier.

Lo llamó a su oficina.

—El señor Reinosa no está —le informó la secretaria—. Deberá probar en su casa.

Elis dudaba de llamar a Alivier a su casa, pero estallaba de ganas de darle la noticia. Marcó el número. Diana contestó.

—Siento molestarla —se disculpó Elis—. Pero tengo que hablar con Alivier. Soy Elis Irazabal.

—Me alegro de que hayas llamado —contestó Diana. La calidez en su voz era tranquilizadora—. Alivier tenía unos compromisos pero regresa esta noche. ¿Por qué no vienes a casa? Podemos comer todos juntos. ¿Digamos a las siete?

Elis dudó por un momento.

—Me encantaría.

Fue un milagro que Elis no tuviera un accidente mientras manejaba hacia la casa de Alivier. Su mente estaba muy lejos, soñando en el futuro. Habían hablado mucha con Alivier sobre tener hijos. Podía recordar exactamente sus palabras. Quiero una pareja, que sean exactamente iguales a ti.

Mientras manejaba por la ruta le pareció que podía sentir algo en sus entrañas, pero se dijo a sí misma que era una tontería. Era demasiado pronto. Pero no sería largo ahora. El hijo de Alivier estaba en su vientre. Estaba vivo y empezaría a patear. Era imponente, abrumador. Ella…

Elis oyó que alguien tocaba la bocina y se dio cuenta de que casi había tirado a un camión a la acera. Le hizo una sonrisa de disculpa y siguió manejando. Nada le iba a arruinar ese día.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora