34: La palabra clave

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Elis tomó entre sus manos la caja.

—La defensa quiere colocar esta prueba como pieza de evidencia A, Su Señoría.

—¿De qué se trata? —demandó el Fiscal.

—Se la llama la caja de las golosinas.

Se produjeron risitas contenidas entre los espectadores.

El juez Mondragon miró a Elis y le dijo lentamente:

—¿Dijo usted la caja de las golosinas? ¿Qué hay en la caja, señorita Irazabal?

—Está llena de armas. Armas fabricadas en Yare por los prisioneros con el fin de…

—¡Me opongo! —el Fiscal estaba de pie, atronando con la voz. Se apresuró a aproximarse al podio —Estoy dispuesto a hacer concesiones a la inexperiencia de mi colega, Su Señoría, pero si ella se propone practicar el derecho, sugeriría que debe estudiar las reglas básicas de la prueba. No hay prueba vinculada en absoluto con la así llamada caja de golosinas y lo que se está tratando en esta Corte de justicia criminal.

—Esta caja prueba…

—Esa caja no prueba nada — vociferaba el Fiscal con voz entrecortada. Se volvió al juez Mondragon —. El Estado se opone a la introducción de ese aporte por improcedente.

—Oposición aceptada.

Y Elis permaneció ahí, viendo como se esfumaba su caja. Todo se daba en contra de ella: el Juez, el jurado, D' Alessandro, la prueba. Su cliente pasaría, aparte de los cinco que aun le faltan, treinta años mas a la cárcel y esta vez, en confinamiento solitario, a menos que…

Elis dio un gran suspiro, tratando de calmarse. Luego dijo.

—Su Señoría, este aporte es absolutamente de vital importancia para nuestra defensa. Considero…

—Señorita Irazabal —la interrumpió el juez Mondragon—, esta Corte no tiene tiempo ni disposición para darle instrucciones acerca de la ley, pero el Fiscal está en lo cierto. Antes de entrar a este recinto usted debería haber tenido conocimiento de las reglas básicas de la prueba. La primera es que no se pueden introducir aportes que no hayan sido especialmente preparados y anticipados. En este informe no figura nada sobre el hecho de que el muerto haya estado armado o no armado. Por lo tanto, la cuestión de esas armas resulta totalmente extraña al caso. Usted no ha observado los límites.

Elis permaneció quieta sintiendo cómo enrojecía.

—Lo siento —dijo tozudamente—, pero no es extraña.

—¡Es suficiente! Damos cabida a una excepción.

—No deseo que se dé cabida a una excepción, Su Señoría. Usted está negando a mi cliente sus derechos.

—Señorita Irazabal, si usted continúa será acusada de falta de respeto al Tribunal.

—No me importa lo que haga usted conmigo —respondió Elis—. Se ha preparado el terreno para la introducción de esta prueba. El Fiscal mismo lo preparó.

—Esto es ridículo —irrumpió D' Alessandro—. Yo nunca…

Elis se volvió al hombre en frente de la computadora que escribía todo lo que se decía en el Tribunal.

—Tendría la amabilidad de leer el párrafo del fiscal D' Alessandro que comienza con: «Nunca sabremos quizá qué llevó a Darwin Opez a atacar…».

El Fiscal levantó la vista dirigiéndose al juez Mondragon.

—¿Su Señoría, hará lugar usted…?

El juez Mondragon levantó una mano. Se volvió a Elis.

—Este Tribunal no necesita que usted le recuerde la ley, señorita Irazabal. Una vez que este juicio haya concluido será usted acusada de falta de respeto a este Tribunal. Dado que éste es un caso de pena máxima, continuaré escuchándola. —Se volvió al registrador. —Puede comenzar la lectura.

El registrador subió algunas paginas de la escritura y comenzó a leer: «Nunca podremos saber probablemente qué impulsó a Darwin Opez a atacar a este inofensivo e indefenso hombre pequeño…».

—Es suficiente —interrumpió Elis—. Gracias. —Miró a Jorge D' Alessandro y le dijo lentamente. —Ésas son sus palabras, señor D' Alessandro. «Nunca podremos saber, probablemente, qué impulsó a Darwin Opez a atacar a este inofensivo e indefenso hombre pequeño…». —Se volvió hacia el juez Mondragon. —La palabra clave, Su Señoría, es indefenso. Puesto que el Fiscal mismo ha dicho al jurado que la víctima se hallaba indefensa, dejó la puerta abierta para que nosotros siguiéramos la línea demostrando que la víctima podría no haber sido indefensa, de que ella podría, en efecto, haber tenido un arma. Lo que haya sido admitido para la acusación debe serlo para la defensa.

Se produjo un gran silencio.

El juez Mondragon se volvió hacia Jorge D' Alessandro.

—El abogado defensor tiene un argumento válido. Usted abrió la puerta.

Jorge D' Alessandro lo miraba sin poder dar crédito.

—Pero yo nunca…

—La Corte permitirá que la prueba sea admitida como pieza de evidencia A.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora