3: Interrogatorio a Marco Salvatierra

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Ahora Elis estaba sentada a la mesa del Fiscal, mirando a Jorge D' Alessandro en acción. En la sala del Tribunal era una persona totalmente diferente. Daba la imagen de un inquisidor implacable.

Elis lanzó una mirada por encima del acusado, Nicolás Castro. A pesar de todo lo que había leído sobre él, Elis no se podía convencer de que Nicolás Castro fuera un asesino.

"Parece un joven actor de cine en la sala del Tribunal de una filmación" pensó Elis.

Sentado allí, inmóvil, con una muralla de silencio a su alrededor, solamente sus profundos ojos negros ponían en evidencia cualquier tumulto interior que pudiese sentir. Se movían incesantemente, examinando cada esquina del recinto como si estuviese calculando la forma para escapar. No tenía escapatoria. D' Alessandro se había ocupado de eso. En cada puerta habían colocado más agentes que de costumbre, armados y alertas.

Marco Salvatierra estaba en la tribuna de los testigos. Si hubiese sido un animal sería una comadreja. Tenía un rostro estrecho y mezquino, con labios finos y dientes amarillos y sobresalientes. Los ojos rápidos y furtivos y llenos de terror e incluso antes de que abriera la boca uno no podía creerle.

Jorge D' Alessandro conocía las deficiencias de su testigo, pero no le importaban. Lo que tenía importancia era lo que Salvatierra iba a decir. Iba a contar terribles historias que nunca habían sido dichas, y que poseían el inconfundible sonido de la verdad.

El Fiscal se encaminó hacia el lugar de los testigos donde Marco Salvatierra había prestado juramento.

-Señor Salvatierra, quiero informar a este jurado que usted es un testigo renuente y que para poder convencerlo de que testificase, el Estado ha convenido en permitirle pedir la menor pena por homicidio involuntario en el caso en el que se lo acusa de homicidio. ¿Es esto verdad?

-Sí señor -el brazo derecho le tembló.

-¿Señor Salvatierra, tiene usted relación con el acusado Nicolás Castro?

-Sí, señor -mantenía la mirada alejada del lugar del demandado en donde estaba Nicolás Castro.

-¿Qué clase de relaciones tenían?

-Yo trabajaba para Nico.

-¿Desde cuándo conoce usted a Nicolás Castro?

-Desde hace unos quince años. -Su voz era casi inaudible.

-¿Podría hablar en voz más alta?

-Desde hace unos quince años. -Se le estremeció el cuello.

-¿Se podría decir que usted estaba siempre muy cerca del acusado?

-Me opongo -Manuel Rivas se puso de pie. Era un hombre alto, de treinta y dos años, con el pelo negro ligeramente liso y ondulado, el consigliere de la Organización y uno de los penalistas más astutos del país, en pocas palabras, el abogado defensor - El Fiscal está intentando inducir al testigo.

El juez Isaac Mondragón dijo:

-Concedido.

-Volveré a preguntar. ¿En calidad de qué trabajaba usted para el señor Castro?

-Era una especie de lo que se podría llamar mediador.

-¿Podría ser un poco más claro?

-Bueno, sí. Si hay un problema, usted sabe, alguien se pasa de la raya como... Bueno, el punto es que Nico me mandaba para que fuera derecho a terminar con el asunto.

-¿Y cómo hacía eso?

-Bueno, usted sabe, con músculos.

-¿Podría dar un ejemplo al jurado?

-Sí, claro. Nico se dedica a la usurpación ¿no? Bueno, hace unos años, Omar Francia se atrasó un poco en sus pagos, entonces Nico me mandó para que le diera una lección al señor Francia.

-¿Y en qué consistía esa lección?

-Tenía que romperle las dos piernas. Usted sabe -continuó seriamente Salvatierra- si deja que uno lo haga, después todos van a tratar de hacer lo mismo.

Por el rabillo del ojo, Jorge D' Alessandro pudo ver las reacciones de la impresión en las caras de los jurados.

-¿En qué otros negocios estaba implicado Nicolás Castro, además de la usurpación?

-¡Por Dios! Elija los que usted quiera.

-Yo quisiera que usted hiciera eso, señor Salvatierra.

-Sí, claro. Bueno, por ejemplo en la zona del puerto con sobornos al sindicato. Como también con la industria del vestido. Nico estaba metido en las apuestas, las máquinas de juegos, la recolección de basura, abastecedores de ropa blanca, todas esas cosas.

-Señor Salvatierra, Nicolás Castro está en este tribunal acusado por el homicidio de Aníbal y Catherine Montalvo. ¿Usted los conocía?

-Sí, por supuesto.

-¿Estaba usted presente cuando los mataron?

-Aja. -Todo su cuerpo pareció encogerse.

-¿Quién fue el que los mató?

-Nico. -Por un segundo sus ojos se fijaron en los de Nicolás Castro y Salvatierra rápidamente miró para otro lado.

-¿Nicolás Castro?

-Así es.

-¿Por qué quería el acusado matar a los hermanos Montalvo?

-Bueno, Aníbal y Catherine manejaban un importante registro de apuestas para...

-¿Se refiere a corredores de apuestas? ¿Apostadores ilegal dice?

-Aja. Ellos manejaban ese registro y Nico descubrió que no le estaban pagando. Tenía que darles una lección porque eran sus muchachos ¿sabe? Pensó...

-¡Me opongo!

-Concedido. El testigo debe limitarse a los hechos.

-Los hechos son que Nico me dijo que invitara a los muchachos...

-¿Aníbal y Catherine Montalvo?

-Sí. Para una fiestecita en un club privado en la playa.

El brazo le empezó a temblar y Salvatierra al notarlo se lo sujetó con la otra mano. Elis se volvió para mirar a Nicolás Castro. Estaba mirando
impertérrito, con el rostro y el cuerpo inmóviles.

-¿Qué pasó entonces, señor Salvatierra?

-Busqué a Aníbal y Catherine y los conduje a un lugar para estacionamiento. Nico estaba allí esperando. Cuando los muchachos se bajaron del auto, yo me salí del camino y Nico empezó a disparar.

-¿Usted vio caer a los hermanos Montalvo?

-Sí señor.

-¿Y estaban muertos?

-Los enterraron realmente como si estuvieran muertos.

Un murmullo recorrió la sala del tribunal. D' Alessandro esperó hasta que se hizo un silencio.... Se formó una sonrisa de triunfo dentro de su mente.

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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora