88: 1:00 AM

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Había transcurrido ya una hora desde que Nicolás Castro, había dado sus primeras ordenes.

El cuarto del motel no era muy grande pero era muy lindo. A Vallenilla le atraían las cosas de buen gusto. Sentía que era por haber sido educado correctamente. Las cortinas estaban bajas y cerradas así nadie podía ver dentro del cuarto. La puerta estaba cerrada con llave y además había puesto la cadena. Se acercó a la cama donde estaba Luis y Miguel.

Lucio Vallenilla había introducido por la fuerza tres pastillas para dormir en la garganta de cada uno y todavía seguían durmiendo. Sin embargo, Vallenilla se enorgullecía de ser un hombre que no corre riesgos, las manos y los pies de los dos niños estaban atados juntos y con fuerza con alambre.

Vallenilla miró a los niño dormido y se sintió invadido por la melancolía.

¿Por qué en nombre de Dios, la gente lo forzaba a hacer cosas terribles? El era un hombre amable, pacífico, pero cuando todo está en contra de ti, cuando todos te atacan, tienes que defenderte. El problema con todos era que siempre lo subestimaban. Se equivocaban al darse cuenta demasiado tarde de que él era el más inteligente de todos ellos.

Sabía que la policía vendría a buscarlo media hora antes de que llegaran. Estaba llenando el tanque de un Chevrolet Cámaro y vio a su patrón dirigirse a la oficina para contestar el teléfono. Vallenilla no podía oír la conversación, pero no era necesario. Vio las miradas de reojo que le dirigía su patrón y que susurraba por teléfono.

Lucio Vallenilla supo inmediatamente qué era lo que sucedía. La policía vendría por él. La puta de la Irazabal lo había traicionado diciéndole a la policía dónde podían buscarlo. Ella era como todos los demás. Su patrón todavía hablaba por teléfono, cuando Lucio Vallenilla buscó su chaqueta y desapareció. Le llevó menos de tres minutos encontrar un auto que pudiera robar en la calle, lo hizo andar y unos momentos después estaba en camino a la casa de Elis Irazabal.

Vallenilla realmente tenía que admirar su propia inteligencia. ¿A quién se le hubiera ocurrido seguirla para saber dónde vivía? Lo había hecho el día que lo sacó bajo fianza. Había estacionado en la vereda de enfrente de la casa y se sorprendió cuando Elis fue recibida por dos niñitos. Los había mirado a los tres juntos y sentido entonces que el chico podría servirle. Era una inesperada bonificación, lo que los poetas llaman un rehén del destino.

Vallenilla se rió para sí mismo de lo aterrorizada que estaba la vieja bruja del ama de llaves. Había gozado disparándole y destrozando su cabeza. No, no había gozado en realidad. Estaba siendo demasiado duro consigo mismo. Había sido necesario. La mujer había creído que la iba a violar. Le desagradó. Todas las mujeres le disgustaban, excepto su santa madre.

Las mujeres eran sucias, impuras, el mismo nivel para una prostituta que para una hermana. Los únicos puros eran los chicos. Pensó en la última niñita que había tenido. Era preciosa, con largos rulos rubios, pero tenía que pagar por los pecados de su madre. Su madre había sido la culpable de que echaran a Vallenilla de su trabajo. La gente trata de impedir que uno se gane la vida con honestidad y después se queja si uno rompe sus estúpidas leyes. Los hombres eran bastante malos, pero las mujeres eran peores. Cerdas que tratan de mancillar el templo de tu cuerpo. Como esa camarera, Carlota, que él iba a llevar a Costa Rica. Estaba enamorada de él.

Creyó que era un caballero porque nunca la había tocado. ¡Si supiera! La idea de hacer el amor con ella lo descomponía. Pero se la iba a llevar con él fuera del país porque la policía estaría buscando a un hombre solo. Debería afeitarse la barba y recortarse el cabello y cuando atravesara la frontera se libraría de Carlota. Eso le daría un gran placer.

Lucio Vallenilla se acercó a una castigada valija de cartón que estaba en el estante para el equipaje, la abrió y sacó de ella un juego de herramientas. De allí apartó un martillo y clavos. Los dejó en la mesa de noche próxima a la cama donde dormían los niños. Después fue al baño y levantó dos latas de nafta que estaban en la bañera. Las llevó al dormitorio y las coloco en el piso.

Luis y Miguel se irían entre llamas. Pero eso sería después de la crucifixión.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora