Cuando el sol se pone en el horizonte.

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Era una de las noches más frías y oscuras del año, de acuerdo a Wang Lingjiao. Los enfrentamientos con Qishan Wen hubieron comenzado hacía no mucho más de un mes, marcando ese como el inicio del tercer ciclo lunar sin Wei Wuxian, y el segundo desde que aquella plácida vida en Yunmeng pasó a ser nada más que un cálido recuerdo de antaño. Quién sabía, se lamentaba, cuánto tiempo le tomaría a Wei Wuxian sanar las heridas del exilio, y quién sabía cuánto tiempo más llevaría el transitar los horrores de la guerra. Muy diferente era leer un puñado de páginas resumiendo lo que en realidad eran años y años de lucha, hambre, frío, miseria. Y para ese mismo momento, mientras Lingjiao cargaba sobre su hombro un aljaba colmado con flechas y una decena de vendas dentro de sus mangas, su corazón le indicaba que su martirio recién comenzaba.

Durante ese aislado mes entre el inicio de la guerra y los vestigios de la tan anhelada reaparición de Wei Wuxian —de la cual, de paso, nada conocía y nada intuía más allá de la corazonada propia de haber leído la novela—, su vida había comenzado a ir en picada. No porque se encontrase mal cuidada ni mal atendida, al contrario, con la ayuda de Yanli había aprendido a desenvolverse con moderada agilidad dentro de la secta, sino porque, en el fondo de su corazón, ella comprendía que no pertenecía allí. No pertenecía a la muerte, al cansancio, al miedo, al sufrimiento. Incluso sus días atrapada en la ciudad sin noche parecían un cuento de hadas en comparación a la constante tensión a la que estaba siendo expuesta día tras día. Siempre en movimiento, siempre alerta, siempre acompañando a Jiang Cheng en silencio, apoyando a Yanli en las labores, siempre temiendo que de un momento a otro algo ocurriese, algo cambiase, algo arruinara sus planes.

¿Qué haría si Wei Wuxian nunca volvía? Era una posibilidad, puesto que esta vez su desaparición contaba con cierto grado de consentimiento propio. Sumada a su incapacidad para comunicarse con el Sistema ni negociar con él sin importar cuánto lo intentaba, Lingjiao estaba al filo de la locura. ¿Y qué si Yanli moría antes? ¿Y qué si Jiang Cheng perdía su núcleo de alguna otra forma absurda, y esta vez nadie había para ofrecerle el suyo? ¿Qué haría si Meng Yao se despertaba alguna mañana y, salido de alguna extraña exigencia de guión, mataba a todos y ascendía a líder de secta mucho antes de lo estipulado? Tenía miedo. Tenía mucho miedo. Pero la tortura parecía no llegar a su fin.

Hasta esa noche.

Antes de comenzar su labor como —alguna clase de— enfermera junto a Jiang Yanli, a Lingjiao le zumbaron los oídos al escuchar un nombre de lo más familiar: Hanguang-jun está en camino, comentó Madam Yu a uno de sus ancianos de confianza, mientras cabalgaban hacia una de las tantas contiendas ensambladas por Yunmeng Jiang. Desde hacía ya un par de noches que Gusu Lan, Lanling Jin y Yunmeng Jiang se encontraban en búsqueda constante de Wen Chao, el último de los herederos vivos de Wen Ruohan. Quién hubiera imaginado que incluso sin Wen Zhuliu, sin Wang Lingjiao y sin las suficientes fuerzas para pelear, de todas formas su pellejo estaría siendo incluso más codiciado que el de su ahora difunto hermano Wen Xu, cuya cabeza todavía debía hallarse colgada en algún rincón de Qinghe. Si Wen Chao moría, entonces el último pilar de Qishan Wen —Wen Ruohan— quedaría a la deriva. Solo él y su ejército.

Desde hacía un par de semanas no era incongruente el escuchar el nombre de Lan Wangji, pues tanto él como Xichen solían ir y venir entre los frentes de Yunmeng y Lanling, participando de las cacerías y demás misiones de inteligencia y estrategia. Sin embargo, cuando el honorífico Hanguang-jun se mezclaba con la oración "hallar el escondite de Wen Chao", la única asociación posible era aquella tan icónica escena donde Wei Wuxian cobraba venganza y asesinaba a sangre fría a todos aquellos que hubieron arruinado su vida. ¿Habría llegado el momento? ¿Sería esta la noche que durante tantas semanas había aguardado...?

Pero todavía tenía cosas por hacer. Ya encontraría luego alguna excusa para mezclarse entre los cultivadores asignados al asedio en la ciudad sin noche, una misión que generalmente no se veía apropiada para ella. No solo por el hecho de haber sido relegada a la retaguardia —cosa que no le molestaba en lo absoluto—, sino porque ella misma había expresado no tener el estómago capaz de soportar escenas parecidas. Si no fuera porque deseaba con todo su ser volver a ver a Wei Wuxian, el asistir ni siquiera se plantearía como una opción. Aunque, volviendo a sus asuntos...

Los infortunios de transmigrar en una villana secundaria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora