Una vida a cambio de otra.

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Jiang Cheng tenía una resolución grabada en su corazón. Cuanto más tiempo pasaba, más se convencía de que, en efecto, aquel plan era el único viable y el único que traería consigo la victoria. 

La verdad era que estaba harto de dar explicaciones. Después de que Wei Wuxian se presentó en la fiesta del primer mes de Jin Ling, los cuestionamientos acerca de su relación con Yunmeng Jiang no hicieron sino ir en ascenso otra vez. ¿Por qué lo había permitido? Se preguntaban. La firmeza con la cual Jiang Cheng confirmó la deserción de Wei Wuxian se había ido desdibujando con el paso del tiempo, y eso por supuesto que era un problema. Si flaqueaba, entonces lo verían como un líder débil cuya determinación no requería demasiado para ser desdoblada. Pero si se quedaba con los brazos cruzados, eso significaba que no tenía la suficiente autoridad como para mantener vigilado a un cultivador tan sanguinario y temible como lo era Wei Wuxian. En pocas palabras, no importaba si Jiang Cheng atraía de vuelta a Wei Ying o no, su reputación nunca se alzaría de la forma en la que él quería. Y ese pensamiento le estaba quitando el sueño.

De todas formas su resolución final había sido la de recuperar a Wei Ying, porque a fin de cuentas era verdad que su mejor opción era mantenerlo vigilado. Quién sabía qué clase de artefactos extraños estaría inventando encerrado en esa pocilga a la que llamaba hogar. ¿Qué pasaría si alguna de sus invenciones caía en manos equivocadas? Tarde o temprano la culpa de su irresponsabilidad terminaría recayendo sobre él, pues por supuesto que la gente no dejaría nunca de relacionar a Wei Wuxian con Yunmeng Jiang incluso si ya no era miembro activo de la secta. Porque Wei Ying siempre opacaba lo que él hacía, sin importar si el contexto era positivo o negativo. 

De todas formas, esta concepción tan lineal, condescendiente e incluso pedante del conflicto por parte de Jiang Cheng escondía otra cara mucho más profunda y oculta. Era sabido que para Jiang Cheng, Wei Wuxian se había vuelto nada más que una responsabilidad, un problema del cual debía encargarse en pos de evitarse la vergüenza. No obstante, se negaba a dejarlo ir, se negaba a desconocerlo, a lavarse las manos, a desprender su nombre de él. Y es que, en el fondo, no podía despojarse a sí mismo del afecto que todavía sentía hacia él. El afecto que quizá nunca supo demostrar, desencadenando en la rebeldía de Wei Wuxian.

Ese mismo afecto fue la gota que rebalsó el vaso, y el que terminó por sellar en Jiang Cheng la decisión de cometer el error más grande de su vida.

Por lo menos podía llamarse orgulloso de algo, y ese era el perfecto plan que ideó para convencer a Wei Ying de regresar. Con él, no solo demostraría su impecable capacidad para mantener domado a Wei Wuxian, sino también su excelente habilidad para la negociación y el manejo de las relaciones entre sectas. Nadie nunca se atrevería a cuestionarlo, y nadie nunca volvería a juzgar su nombre ni el de Wuxian. Después de todo, al doblegar la rebeldía de su hermano, y de paso acallar las voces de la crítica, Jiang Cheng por fin se sentiría realizado. Por fin probaría de qué estaba hecho. Y por fin su vida regresaría a la normalidad, tal y como lo era antes de la campaña para derribar al sol. 

Jiang Cheng envió una misiva a Lanling Jin, y tan pronto como una audiencia secreta con Jin Guangshan fue concretada, el proyecto se puso en marcha. Tan solo quedaba un solo cabo suelto por atar, y ese era nada más y nada menos que Ming Jia.

Ming Jia no se cansaba de expresar su disconformidad al respecto, y a esa altura Jiang Cheng ya no tenía ni la paciencia ni la voluntad para seguir discutiendo sobre lo mismo una, y otra, y otra vez. Sorprendente le resultaba la testarudez con la cual Ming Jia parecía negarse a aceptar la realidad, a aceptar que él mismo se pondría los pantalones y enmendaría todos sus errores del pasado. ¿No es eso lo que quería? Es decir, Ming Jia siempre se esforzaba en recalcarle el reconsiderar la posición de Wei Ying, comprender las razones detrás de sus acciones, contemplar que tal vez era él el que debía dar el brazo a torcer. Ahora que por fin se decidió a hacerle caso, que por fin halló una forma de equilibrar estatus y afecto fraternal, ¿qué era lo que le tanto le molestaba? ¿Solo porque no seguía sus métodos inverosímiles iba a ponerse en su contra? No tenía sentido. En su mente, Ming Jia debía elogiarlo y asegurarle una vez más que nunca lo dejaría, que apoyaría cada una de sus decisiones. Pero ese no era el caso, aquel desgraciado era terco como una mula y no importaba cuánto lo intentara hacer entrar en razón, simplemente no ocurría. 

Los infortunios de transmigrar en una villana secundaria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora