Manos a la obra, dijo Bob el Constructor.

407 59 58
                                    

Nie Mingjue vio la supuesta carta de recomendación de Jiang Cheng, la leyó, la releyó, miró a su hermano, miró a Lingjiao, frunció el ceño, y pensó. Al menos por sesenta largos segundos mantuvo sus ojos cerrados, analizando en su mente la escena que se desenvolvía frente a él. Nie Huaisang había aparecido junto al lazarillo ese de Yunmeng y su dichosa carta como si de un juguete nuevo se tratara. Lo único que faltaba era que Huaisang dijera "¿me lo puedo quedar?" y la carta de Wanyin confirmara: "te lo regalo."

Pero bueno, si el líder de Yunmeng Jiang lo recomendaba...

Cuando Huaisang divisó a su hermano asentir con la cabeza, tanto él como su amiga intercambiaron las miradas de estupefacción más puras que nunca en sus vidas hubieron esbozado. Quién diría que el mismísimo Chifeng-zun, el virtuoso maestro de Nie Qinghe, el temible Nie Mingjue, sería capaz de tragarse el engaño sin siquiera titubear. Definitivamente la masa muscular del hombre —la cual, por cierto, era tanta que a veces Lingjiao se sorprendía ante lo cuadrado de su cuerpo— era más que su materia cerebral. Porque sí, tal y como había pensado Huaisang, ni siquiera un idiota se tragaría ese cuento. Nie Mingjue era ese idiota. Todo un himbo, en palabras de nuestra moderna protagonista.

No es como si a Mingjue le hubiese agradado mucho, de todas formas. El hombre se mostraba de lo más reticente a la presencia de Lingjiao en su secta, e incluso si la trataba con el mayor de los respetos ella era capaz de darse cuenta lo mucho que la resentía. Y es que Nie Mingjue no creía que su hermano fuese capaz de aprovechar su visita,  dudando siquiera que ésta sirviera en realidad para algo. De hecho, en ese sentido Mingjue fue bastante tajante: si los veía holgazanear tan sólo una vez, Jiang Wanyin podría meterse su recomendación por donde no le daba el sol y Lingjiao sería devuelta a Yunmeng con un moño alrededor de su cuello de ser necesario.

Por eso, durante los primeros tres días de su estadía, Lingjiao y Huaisang se esmeraron por aparentar trabajar.

Ella estaba acostumbrada a pretender decir y hacer cosas a las que no estaba realmente acostumbrada. Es decir, durante los primeros meses post-transmigración pretendió amar a Wen Chao, luego pretendió ser el huérfano de una secta extinta subsidiaria de Qishan Wen, todo mientras también pretendía tener alguna idea sobre cultivación. Hasta el día de la fecha, además, aparentaba ser hombre. 

Era gracias a su habilidad para creerse sus propias falacias que a Lingjiao no se le dificultó tragarse su papel de profesora, y junto a Huaisang —quien, de paso, era también un excelente farsante— lograron asegurarse un buen concepto frente al resto de los cultivadores. Al fin Huaisang-ge se está tomando en serio sus estudios, comentaban, y el dúo de idiotas no podía sino carcajearse en secreto cuando por fin se encontraban escondidos dentro de su habitación. Si tan sólo supieran que los dos continuaban siendo igual de inútiles...

Sin embargo, no todo era risas y diversión. Y es que la naturaleza propia de su encuentro nada tenía que ver con unas vacaciones entre amigos, no, y era el mismísimo Nie Mingjue quien se los recordaba a diario.

Nie Huaisang tenía derecho de sentirse afligido, su hermano estaba en el pico de su inestabilidad y cada interacción con éste terminaba de la peor manera imaginable. Chifeng-zun era volátil, agresivo, hosco, de una forma tan pura y tan primitiva que a Lingjiao le aterraba estar en la misma habitación que él. Ella estaba acostumbrada a los comportamientos asertivos y las contestaciones malsonantes, no por nada vivía con Jiang Cheng, pero el comparar a ambos hombres era lisa y llanamente imposible. Porque Nie Mingjue no conocía la prudencia, no conocía el pudor, no conocía el autocontrol, y su manera de ser agresivo resultaba terrorífica, como si no existiera en él ni un solo ápice de humanidad. Pensar que la razón por la cual su buen juicio estaba así de atrofiado era gracias a un montón de espíritus encerrados en un sable de más de siete kilos era... bastante impresionante. Con razón Huaisang se leía tan triste en sus cartas.

Los infortunios de transmigrar en una villana secundaria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora