Mala señal.

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Jiang Cheng se esfumó de la escena echando humo por cada orificio de su rostro, incapaz de siquiera comenzar a procesar las decenas de emociones que luchaban por salir de su interior. Todo había escalado tan rápido y sin previo aviso, que encontrarle pies y cabeza a lo que fuera que sentía se presentaba ante él como un imposible. Estaba dolido, enfadado, cansado, decepcionado, triste, ofendido, confundido, abrumado, desahuciado..., y todo por culpa de Wei Wuxian.

Y es que no podía entrarle en la cabeza cómo Wei Wuxian pudo atreverse a enojarse por algo tan trivial como lo eran un montón de prisioneros de guerra, cómo pudo atreverse a preferir a un montón de prisioneros de guerra por sobre él. Porque, desde su punto de vista, Jiang Cheng siempre había estado ahí para Wei Ying: cuando perdió su núcleo dorado, le extendió la mano y ofreció tomarlo como su mano derecha sin importar sus carencias. Cuando regresó de su exilio, hizo oídos sordos a la desgracia que significaba su cultivación demoníaca. Cuando llegó la guerra, lo protegió de todos aquellos que se dignaran a cuestionarlo o atacarlo. Cuando el mundo le dio la espalda, él se mantuvo firme en su decisión de resguardarlo. Entonces, ¿por qué? ¿Por qué tenía que actuar como un maldito malagradecido? ¿Por qué no podía contemplar todos esos sacrificios que realizó en su nombre? ¿Por qué siempre tenía que ser la última opción? ¿Por qué nadie lo podía ver como su prioridad? ¿Ni siquiera Wei Wuxian, a quien siempre consideró como un hermano de sangre muy a pesar de que su mera existencia significaba vergüenza para la familia Jiang? Él le había dado el mundo, y Wei Ying le había mordido la mano hasta hacerla sangrar. Y eso era algo que no podía perdonar.

Jiang Cheng estaba cegado por el resentimiento, cegado por el dolor. Tanto, que no podía ver cómo él mismo hubo descuidado a Wei Ying durante todos esos años.

Mientras él se jactaba pensando que Wei Ying nunca pensó en él como su primera opción, lo cierto es que él mismo nunca había estimado a Wei Ying como su primera opción tampoco. Para Jiang Cheng, su propia supervivencia, su propia secta, y su propio prestigio siempre fueron primero. Incluso si eso significaba matar gente inocente y perder al único hombre al que podía considerar como hermano. Pero la realidad era demasiado dura para ser admitida, siquiera contemplada. O al menos no por él.

Lingjiao sentía cómo su cabeza podía explotar en cualquier momento. Imaginar que algo tan honesto como desear el bienestar de sus amigos podía haber desencadenado en..., eso , la estaba volviendo loca. ¿Valía la pena decir que se arrepentía de lo que hizo? Con lamentarse no iba a resolver nada, y con lloriquear tampoco. En un mundo que tantas veces supo recordarle que nada era un juego, el intentar escapar resultaba inviable.

Ahora bien, existía dentro de su corazón cierto rencor, cierta decepción que no parecía tener fundamento. Era como si estuviese enojada consigo misma, pero también con Jiang Cheng por haber decidido echar a Wei Wuxian sin pensarlo dos veces. ¿Por qué le dijo que si daba un paso más habría desertado Yunmeng Jiang? ¿Era justificable semejante amenaza? Estaba enojado, sí, eso lo comprendía, pero..., ¿por qué llegar a tal extremo? ¿No podía pensar en algo más? ¿Ceder un poco más? Si tan solo hubiese hablado con él antes...

Lingjiao corrió como una desquiciada detrás de Jiang Cheng ahora con sus sentimientos bien definidos: angustiada por la pérdida de su mejor amigo, enojada por no haber podido apaciguar la situación, conflictuada por las decisiones que había tomado.

Wei Ying tenía razón: debió haberse marchado con él. Si iba a causarle la más tortuosa de las desgracias, entonces al menos tendría que haberse ofrecido a vivirlas junto a él. Tendría que haberlo acompañado en ese punto de su vida donde nadie tenía en quién confiar. Mas tan pronto como Wei Ying le extendió la mano, ella no hizo sino apartarla. ¿Por qué decidió quedarse en Yunmeng?

Los infortunios de transmigrar en una villana secundaria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora