Wang Lingjiao tensó la cuerda de su arco, con los ojos entreabiertos enfocados en el blanco de tiro. Esta era su cuarta flecha, su cuarto intento por demostrarle al hombre que tenía a su lado cuán fructíferos habían resultado tantos años de práctica. La Lingjiao estúpida e inútil de sus primeros meses en Yunmeng por fin había desaparecido, o al menos eso quería creer. Alguna clase de desarrollo de personaje tenía que haber adquirido durante el timeskip, ¿no?
Los primeros dos intentos no dieron en el blanco, mas a regañadientes se había excusado señalando que se trataban tan solo de tiros de prueba . No estaba del todo errada, de todas formas, pues muy diferente se sentía disparar en los campos de la montaña Baifeng, que en los humedales de Yunmeng donde solía practicar.
Qué ajetreado estaba resultando ese día, pensaba Lingjiao mientras tomaba otra de sus flechas. Y es que, hasta el momento, su jornada estaba demasiado alejada de la relajación que ella hubiese esperado luego de tres larguísimos años de guerra:
Interminables fueron las caravanas de cultivadores que llegaron una tras otra hacia Lanling, dando así inicio al gran banquete floral. Una semana entera de celebraciones, cada una más pomposa que la anterior, en honor a la estridente victoria de las cuatro sectas principales por sobre la ahora erradicada Qishan Wen. Con Wen Ruohan y su séquito de tiranos muertos, la venganza había sido adquirida, los territorios repartidos y la amenaza disipada de una vez por todas. Este era el momento que Lingjiao tanto había anhelado, no porque estuviese feliz por el exterminio de una secta entera -al contrario, ser partícipe del estatus quo general le conflictuaba lo más profundo de su psique, pero nada tenía para hacer al respecto-, sino porque de una vez por todas tendría paz. Paz para disfrutar con Wei Ying, paz para acompañar a Jiang Cheng, paz para enterrar por fin todas aquellas inseguridades que tan miserable la habían hecho sentir durante todo ese tiempo. Ya no tenía que temer por las vidas de sus amigos, ni sentirse amenazada por la crudeza de Jiang Cheng y Wei Wuxian, ni resentir su propia existencia dentro de una novela tan sanguinaria. No, por primera vez Lingjiao se dejaría llevar por la corriente y disfrutaría de lo que, en su mente, serían unas milagrosas vacaciones.
El único problema era que, vacaciones o no, sus obligaciones como cultivadora no podían evadirse. Eso significaba que no tendría la oportunidad de permanecer al margen como Jiang Yanli, la cual ahora disfrutaba del espectáculo desde la comodidad de su asiento junto a Madam Jin. Tampoco podría vagar por ahí junto a Nie Huaisang, a quien ni siquiera había encontrado la posibilidad de saludar incluso si ambos cruzaron miradas un par de horas atrás. No, como cualquier otro miembro de Yunmeng Jiang, Lingjiao estaba sentada sobre el lomo de su caballo, marchando en silencio mientras el público ovacionaba a los líderes de secta y sus hombres.
¿Qué hago aquí? Se preguntó. Los ojos no le alcanzaban para contemplar la lluvia de flores que caían una tras otra desde las torres de vigilancia y las gradas a los costados del camino. Nunca en su vida; es más, nunca ni en sus más disparatados sueños hubiese imaginado encontrarse viviendo una situación semejante, siendo parte de los centenares de hombres y mujeres que hubieron participado con orgullo de la campaña para derribar al sol. Jamás de los jamases podría haberse visualizado a sí misma no solo sobreviviendo dentro de su novela favorita, sino además atravesando las peripecias más dramáticas, más desesperantes y más desdichadas que la trama tenía para ofrecerle.
Aquella vez que despertó junto a Wen Chao en la ciudad sin noche sus esperanzas de supervivencia se encontraban por los suelos. Desde el minuto cero se había imaginado a sí misma muriendo de forma estúpida en manos del hombre que eventualmente debía darse cuenta de que su novia estaba lejos de actuar como solía hacerlo. Pero no ocurrió, Lingjiao no murió, y más pronto que tarde había logrado ganarse su libertad, incluso si en el proceso debió despojarse a sí misma no solo de su identidad original sino también de la que el Sistema le brindó al llegar. Ming Jia nació como una suerte de broma, un acto provisorio que le permitiría esconderse junto a Wei Ying en Yunmeng. Ahora, mientras marchaba observando de tanto en tanto las espaldas de Jiang Cheng y Wei Wuxian, Ming Jia era toda su vida. Los límites se habían desdibujado. Las identidades, fusionadas. Wang Lingjiao, Ming Jia, ella..., ya no existía diferencia entre ninguno.
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Los infortunios de transmigrar en una villana secundaria.
FanfictionA la hora de elegir un personaje en el cual transmigrar, los Sistemas suelen priorizar dos aspectos: irrelevancia y maldad. Para hallar una víctima de transmigración, en cambio, el requisito excluyente es padecer una muerte ridícula. Wang Lingjiao n...