Situaciones inesperadas, momentos inoportunos.

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Jiang Cheng era un hombre de palabra, nunca se arriesgaría a perder cara sólo por olvidar o contradecir una promesa que nacía de su buen juicio. Era por esa razón que, al día siguiente, tal y como anunció la noche anterior durante su pequeño encuentro inmoral, Ming Jia tuvo que trabajar el triple: desde la primera hora del alba hasta el ocaso, ni más ni menos.

A decir verdad ya de por sí Lingjiao tenía una pila de trabajo acumulado bastante considerable, siendo que durante un mes entero tuvo que relegar sus actividades cotidianas a su queridísimo shidi número cuatro. 

De todos sus shidis y shixiongs, él era el menos inepto. 

Pero "menos inepto" no equivalía a cien por ciento confiable, por lo que ahora le tocaba la tediosa tarea de arreglar todo el desastre que ese maldito shidi  dejó sobre su escritorio, ¡siempre él! En la novela original fue el primero en morir en manos de Qishan Wen —probablemente en manos de la Wang Lingjiao original, de paso—, y ahora que su pellejo se vio salvado gracias a la intervención de la Lingjiao actual, el maldito desgraciado no hacía más que malinterpretar cada una de sus indicaciones. ¡Increíble! Quizá en esta vida también termine matándolo ella misma.

Pero rencores infundamentados de lado, la pobre sí que tuvo un día de lo más estresante. Es más, lo único que faltaba era que Madam Yu se apareciera frente a ella y la pusiera a fregar toda la madrugada y ya podría llamarse la persona más miserable en todo el Embarcadero de Loto. Bueno, la más miserable sólo después de Jiang Cheng.

Y hablando de Jiang Cheng, no lo había visto en casi todo el día. Así era su rutina, en realidad. Existían días donde no se separaban ni para ir a regar el arbolito —así de exageradas eran sus obligaciones como para mantenerlos con el trasero pegado uno al lado del otro a toda hora—, y otros donde simplemente no tenían ocasión de hablarse. Ser líder de secta era bastante complejo, después de todo, y ella tampoco se quedaba demasiado atrás en cuanto a carga horaria. El problema radicaba en que Lingjiao lo extrañaba, por muy irracional que pudiese presentarse ese sentimiento. Estuvo cuatro semanas enteras viviendo con Huaisang en Qinghe y ni una sola vez se detuvo a pensar en él, y ahora que había vuelto y lo había tenido cerca de nuevo, las manos le picaban por las ganas de tocarlo otra vez. ¿Cuál era el sentido detrás de eso, cerebro? ¿Estabas acaso tratando de demostrarle algo? O quizá sólo estaba hormonal, comentó para sí misma. Sus ciclos siempre contaban con ese puñado de días donde lo único que quería era arrancarse las uñas por las ganas de tirársele encima.

Tan pronto como terminó su última tarea pendiente, Lingjiao agarró la tonelada y media de pergaminos y la cargó entre sus brazos hacia el salón principal. Ni un alma recorría los pasillos ni los muelles colindantes al edificio, lo que significaba que todo el bendito Embarcadero estaba durmiendo feliz en sus camas excepto ella. Y excepto Jiang Cheng, al que se encontró sentado en su tan característico asiento al mismo tiempo en el que leía con el aburrimiento frunciendo su ceño.

Jiang Cheng alzó la vista hacia la entrada tan pronto sintió la puerta abrirse, y cuando se encontró con Ming Jia devolviéndole el vistazo no pudo sino bajar de nuevo la cabeza y hacerse el desentendido. No porque estuviera enojado —aunque sí lo estaba—, sino porque le daba vergüenza. ¿Qué clase de demonio libidinoso lo había poseído la noche anterior como para dejarse ultrajar de esa manera por el idiota que ahora lo saludaba? ¿Dónde estaba tu autocontrol, Jiang Wanyin? ¿Dónde estaba tu buen juicio? Enterrado al menos veinte metros bajo tierra, ¿cierto? Y lo peor de todo era que, a lo largo de la jornada, no había podido no pensar en ello. Porque le gustó, mas ese sería un secreto que se llevaría a la tumba.

Si es que podía sobrevivir a Ming Jia una vez más, puesto que la sonrisa que dibujaba sus labios parecía vaticinar peligro.

—Líder Jiang, aquí tiene cuatro semanas de trabajo resumidas en un día.—Lingjiao estaba sonriendo, sí, pero no de alegría. Que nunca se pierda la costumbre de tratarse mutuamente de forma ácida.

Los infortunios de transmigrar en una villana secundaria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora