Jiang Cheng no tenía idea de qué hacer. No solo con respecto a Wei Wuxian, sino a toda su condenada vida.
Ir y venir a Lanling Jin era el menor de los problemas, siendo el cansancio generado por las incontables horas de viaje, las noches en vela cuidando a su a-jie, las exigencias de su madre y las constantes reuniones tácticas planeando el golpe final lo que comenzaban a pasarle factura. Lo único que quería era desaparecer, ahogarse en las lágrimas que traía atoradas detrás de los ojos y morir como el maldito desgraciado que era.
Yanli todavía no despertaba, aunque según los médicos de Lanling Jin no debería faltar mucho para que lo hiciera. El único problema era que el bebé que la mujer gestaba en su vientre había muerto, por lo que el recobrar la conciencia no haría sino sumir a la pobre mujer en uno de los dolores más profundos que una madre podría tener la desdicha de padecer. Y Jiang Cheng no quería que su hermana siguiera sufriendo, no quería que su chispa se apagara de esa forma. ¿Por qué la vida era tan injusta con alguien tan puro como lo era ella? Si pudiese intercambiar todo el sufrimiento de su a-jie y trasladarlo a él mismo, no duraría dos veces en hacerlo. No le importaría, de todas formas, pues ¿qué clase de beneficio traía el ser él? Ninguno.
Para colmo, cada vez que pensaba en Wei Wuxian su cabeza comenzaba a doler como si mil demonios estuvieran presionando su cerebro. Y es que Jiang Cheng no podía ignorar que, de no haber aparecido Wei Ying en Ciudad sin Noche, Yanli nunca hubiera abandonado la seguridad de su torre de vigilancia. Si no fuera por él, entonces nada de lo que ocurría sería una realidad.
No obstante a ese rencor tan incómodo, lo cierto era que de todas formas Jiang Cheng no podía permitirse resentirlo del todo. Odiar a Wei Ying sería sin duda la salida más fácil a su situación, permitiéndole liderar el inminente asedio contra él sin sentir el más mínimo de los remordimientos. Odiar a Wei Ying era el boleto de salida para que su conciencia le permitiera dormir tranquilo, porque si lo odiaba, si lo detestaba, si lo aborrecía, entonces nada le impediría clavar a Sandu en su corazón y terminar con toda esa estúpida cadena de infortunios que ocurría uno tras otro.
Pero no podía. No podía odiarlo. Por mucho que lo intentara, por mucho que se esforzara en pensar que todo era culpa de Wei Wuxian, por mucho que se devanara los sesos convenciéndose de que su madre tenía razón, que Wei Ying solo traía desgracia... No podía. Y esa imposibilidad para odiarlo no hacía sino atormentarlo, revolver sus entrañas hasta darle náuseas.
Porque la única persona a la cual Jiang Cheng realmente odiaba era a sí mismo, y estaba seguro de que todo el mundo debía opinar lo mismo. ¿Quién podría querer a un cobarde infeliz cuya única hazaña destacable era manejar una secta? ¿Quién podría tolerar a un inútil que ni siquiera cumplía su buen rol como hermano?
—Líder Jiang—llamó Lingjiao. Ambos estaban encima de una balsa, iluminando el camino tan solo con la llama de un farol. Era de noche, hacía frío, en el cielo no había luna que los acompañara. Así de desoladas se sentían todas sus noches desde que Yanli fue herida en Qishan—. Hoy está muy callado.
Por lo general, a Lingjiao le gustaba el silencio. Compartir horas enteras detrás de un escritorio, escuchando nada más que el ruido de las hojas siendo pasadas una tras otra en manos de Jiang Cheng era una de sus actividades favoritas, de hecho. Pero esta vez, tanta calma no estaba logrando más que ponerle los pelos de punta. Desde que hicieron eso aquella noche, a la mujer le costaba permanecer a solas con él sin sentirse incómoda. Ahora debía sumarle el apabullante sentimiento de desesperanza que los acompañaba desde la conferencia en la Ciudad Sin Noche.
—¿Y de qué quieres hablar?—el tono de Jiang Cheng sonaba plano, apático. Nada ganaba con hablar, de todas formas.
Lingjiao soltó el remo que impulsaba el bote y estiró uno de sus brazos hasta arrancar el fruto de una de las tantas plantas de loto que emergían hacia la superficie.
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Los infortunios de transmigrar en una villana secundaria.
FanfictionA la hora de elegir un personaje en el cual transmigrar, los Sistemas suelen priorizar dos aspectos: irrelevancia y maldad. Para hallar una víctima de transmigración, en cambio, el requisito excluyente es padecer una muerte ridícula. Wang Lingjiao n...