La trama continúa.

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Tal y como prometió, en el correr del siguiente mes Jiang Cheng partió desde el Embarcadero de Loto tan pronto como halló la oportunidad y excusa perfecta. El viaje sería rápido y conciso, pues muy dificultoso resultaba para él desaparecer al mismo tiempo en el que escondía exitosamente su verdadero destino.

Siendo honestos, fueron contadas con los dedos las ocasiones en las que Jiang Cheng visitó a los remanentes Wen, tanto en compañía de Lingjiao como en solitario. Ming Jia tenía razón al lamentar que, tal vez, la única razón por la cual se había animado a visitarlos fue porque ella ejerció suficiente presión en su mente. Ella lo incitó a amigarse con ellos, ¿cierto? Ya fuera consciente o inconscientemente. Gracias a este detalle él también llegó a dudar de su propia voluntad, siendo que nunca antes se hubo planteado enfrentarse en soledad a las implicaciones detrás de ayudar a esas personas.

Pero cuando Ming Jia se fue del Embarcadero de Loto y de su día a día, aquello que tanto le costó, que tanto le mortificó, terminó por infiltrarse en su mente hasta ser demasiado caótico como para ignorarlo. Después de todo el haberse separado de la susodicha sí terminó por obligarlo a amigarse con su soledad, y entre medio de esas tantas idas y vueltas con respecto a las similitudes de este conflicto con la pérdida de Wei Wuxian, los remanentes Wen se le vinieron a la mente en más de una oportunidad. Porque sí, Ming Jia sí se aseguró de encaminarlo hacia una disposición más tolerante, pero nada le hubiese costado ignorarla y deshacerse de ellos en un abrir y cerrar de ojos. Él tenía la potestad para ello, ¿cierto? Sabía su ubicación y los nutría con dinero, vayan a saber los dioses qué ocurriría con ellos en caso de verse privados de su más fiel donante, o cedidos a Lanling Jin como trofeo de guerra. Posibilidades de arrepentirse, sí que existieron.

Partiendo de esa hipótesis acerca de un deseo voluntario, propio y consciente por ayudarlos, Jiang Cheng terminó por aceptar que, muy a pesar de la ayuda de Ming Jia, era él quien quería seguir perpetuando su vínculo. Esa gente no tenía la culpa de absolutamente nada de lo que ocurrió, ¿o se equivocaba? Eso es lo que Wuxian intentó dejarle ver en su momento, incluso si sus métodos para pedírselo resultaron un poco egoístas, un poco vanidosos como para ser tomados en cuenta por su tan dañada personalidad. Aún así esta gente lo trataba bien, esta gente lo apreciaba como benefactor, sin parecer siquiera importarles que fue él quien en realidad los hubo desterrado de su hogar y separado de aquel que los protegía abiertamente. Demasiado tiempo le tomó aceptar que una comunidad entera pudiera no sólo respetarlo sino además apreciarlo por ese lado bondadoso suyo, que pudieran interactuar con él a pesar de la reputación que lo precedía, que pudieran agradecerle incluso si, en teoría, fue él mismo quien los orilló a esa situación de exilio. Siendo que tan acostumbrado estaba él a los rumores, a las falsas sonrisas y las cuchilladas por la espalda, ¿por qué desperdiciaría su única oportunidad para nutrirse de paz y simpleza? Porque esa gente era normal, ¿cierto? No eran cultivadores de Lanling que envidiaran sus logros ni líderes de secta que utilizaran la formalidad como arma de doble filo.

Eran nada más y nada menos que personas que deseaban vivir una vida de tranquilidad tal y como él lo hacía, cuyas desdichadas existencias desembocaron en tragedia tal y como a él le había ocurrido.

Al arribar a la residencia de Luo Qingyang, Jiang Cheng se bajó de su caballo y esperó con marcado nerviosismo que sus anfitriones aparecieran a recibirlo. Él no estaba acostumbrado a entrar por la puerta trasera, a valerse nada más que de su simpatía; no estaba acostumbrado a vivir con austeridad ni a la intemperie, por lo que aterrizar en semejante granja familiar siempre resultaba para él una suerte de golpe de realidad bastante duro. Al día de la fecha no entendía aún cómo es que Ming Jia lo aceptaba con tanta naturalidad.

Pero tenía que poner un poco de él si quería llevar a cabo este último capricho suyo, ¿no? Tenía que obligarse a convivir tal y como lo hizo aquella fatídica vez cuando se encontró con Hanguang-jun y Ming Jia, pues a fin de cuentas nunca lograría cerrar ese ciclo de desdichas si no era él quien bajaba la guardia. Esta vez completamente solo, esta vez de verdad.

Los infortunios de transmigrar en una villana secundaria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora