Madam Yu la casamentera (segunda parte).

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Cuando regresaron al Embarcadero de Loto, ninguno tuvo tiempo para retomar la conversación.

Lingjiao lo sabía. Desde el mismísimo primer momento en el cual decidió abandonar —de nuevo— sus obligaciones en pos de seguir a Jiang Cheng hasta Qinghe asimiló que, al regresar, su vida se tornaría un suplicio. Sus trabajos cotidianos no le afectaban en demasía, en realidad, puesto que llevaba tantos años practicándolos que en nada le molestaba pasar un día entero de su vida trabajando, ¿acaso no lo había hecho cuando regresó de salvar a Nie Mingjue? Ah, pero esta vez era diferente; muy diferente, inclusive. Porque sus tareas ya no sólo se referían al papeleo general de la secta, sino que además, Lingjiao desperdició horas y horas enteras de sus días y sus noches en revisar una por una solicitudes de posibles pretendientes para el dichoso Jiang Wanyin. Increíble era la cantidad de familias adineradas dispuestas a entregarle la existencia misma de sus hijas a un hombre cuya capacidad emocional emulaba la de una roca. ¿Y todo para qué? ¿Para ganar poder?

De todas formas, el problema no era Jiang Cheng. Nunca lo fue, de hecho. Si bien Lingjiao recordaba el detalle referido a las tres (fallidas) citas a ciegas que el hombre (padeció) tuvo a lo largo de su vida, no era demasiado difícil de intuir que los encuentros nunca nacieron de su propia voluntad, sino de la presión social a su alrededor. Jin Guangyao de Lanling Jin vivía un feliz matrimonio, ¿así que por qué Yunmeng Jiang no?

Pero para desgracia de todos, esta vez Madam Yu estaba viva, coleando, presente y arruinando absolutamente todo lo que tocaba. Es decir, la mujer sí era una referente impecable, una cultivadora imposible de criticar, portadora de un carácter tan sólido que su presencia era capaz de hacer flaquear a los hombres más poderosos del mundo de la cultivación..., pero lo que tenía de poderosa, también lo tenía de insoportable. Y de mala madre, de paso. No estaba en tela de juicio cuán influyente fue Jiang Fengmian a la hora de perturbar el vínculo de Ziyuan y sus hijos, pero, ¿era el maltrato justificable? Jiang Cheng había llegado hacía demasiado tiempo ya a la adultez, suficientes fueron los años que tuvieron a su disposición para resolver diferencias y limar asperezas.

Nunca ocurrió. Madam Yu continuaba empecinada en su visión unidimensional de cómo actuar, de cómo aparentar, de cuánto tenía o no que esforzarse su hijo para cumplir con las expectativas de lo que ella llamaba éxito. Y por su lado, Jiang Cheng jamás halló las agallas para hacerle frente. Sí, sí era cierto que peleaban, sí era cierto que las chispas volaban por los aires cada vez que esos dos diferían y Wanyin se hallaba de suficiente mal humor como para no soportarla. Pero aún así él continuaba apegado a su madre, buscando en ella el amor y la aceptación que nunca de los jamases conseguiría. Jiang Cheng ponía todo de sí para contentar a Madam Yu incluso cuando no compartían opiniones, porque a fin de cuentas era ella la primera mujer que debió amarlo, y la primera también en no demostrárselo ni una sola vez.

A decir verdad, a Lingjiao no le importaba caerle mal a Ziyuan. Al diablo con lo clasista de su discurso y lo exasperante de su insistencia en echarla, ¡podía soportar todo eso! No por nada había sobrevivido en una sola pieza hasta el día de la fecha. Pero que tratara a Jiang Cheng así de mal incluso siendo consciente de cuánto la quería..., vaya odio que le tenía. ¿Cómo era que recién ahora se llamaba preocupada por él? Por qué, ¿porque los rumores de que su hijo tenía un amante hombre la mortificaban? ¿O porque ese hombre era nada más y nada menos que Lingjiao? Porque, ¡sí! ¡A nadie le gustaría estar en el ojo del huracán si de relaciones homosexuales se trataba! Mas Lingjiao estaba segura de que si ese hombre fuera rico y poderoso como Jin Guangyao, la mujer se tragaría su orgullo y callaría. Qué mal para ella; le tocó una nuera pobre, transmigrada, y que de paso vivía una mentira. Las relaciones disfuncionales sin duda eran moneda corriente en Yunmeng Jiang.

El ensañamiento que Madam Yu demostraba a la hora de ahogarla con trabajo le recordaba inclusive a sus primeros años junto a Jiang Cheng, cuando todavía estaban yendo y viniendo sin siquiera sentirse seguros de llamarse amigos. Los primeros meses fueron tortuosos, pues no importaba cuánto Jiang Cheng "intentara" protegerla, Madam Yu siempre se las arreglaba para mantenerla al margen en su humilde posición de barrendera del Muelle de Loto. Como con el paso del tiempo tuvo que aprender a cerrar su bocota y morderse las uñas mientras Lingjiao ascendía peldaño tras peldaño tanto en su rango administrativo en la secta como en el corazón y los pantalones de Wanyin, suponía que ésta podría llamarse su venganza. A falta de escobas, ahora tenía que malgastar todo su día sirviéndole de Tinder personal a su hijo.

Los infortunios de transmigrar en una villana secundaria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora