Cambios de aire.

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El cambio en Jiang Cheng resultaba, como mínimo, asombroso. Este era sin duda el fruto de dos años y medio de retrospección, en los cuales el hombre hubo pasado por lo que parecieron ser unas buenas y tortuosas etapas de duelo.

Primero odió a Ming Jia tanto que el simple hecho de escuchar su nombre en voz alta le hacía hervir la sangre. Esta faceta suya fue inevitable y duró mucho más de lo que hubiera imaginado, pues en ella Jiang Cheng todavía apestaba a prejuicios. No era fácil, después de todo, aceptar que la única persona que llegaste a querer de forma romántica en toda tu vida no sólo había ocultado una porción muy importante de su existencia, sino que además, representaba todo lo que durante toda tu vida estuviste acostumbrado a odiar.

Si bien Ming Jia fue, desde el principio, un perro Wen, aquel detalle era para bien o para mal bastante ignorable siendo que su historia no lo relacionaba directamente con la secta en cuestión, sino tan sólo con uno de los grupos subsidiarios. Claro que eso no significó que Jiang Cheng no lo resintiera, siendo que muchos fueron los años necesarios para que él dejara de lado aspecto y comenzara a tratar a Ziteng como un igual. Quizá fue por su buen desempeño en Yunmeng, por su persistente ayuda en el transcurso de tantas desgracias, o el simple hecho que una vez otorgado un nuevo nombre, Jiang Cheng no tuvo que pensar más al respecto. Ahora, muy distintas eran las cosas cuando a ese pequeño asunto familiar se le sumaba un vínculo directo con una de las cabezas de Qishan Wen, vínculo que además implicó una relación carnal, afectiva.

Ming Jia tenía razón al decir que su yo del pasado nunca la habría aceptado de haberse presentado ante él como Wang Lingjiao, mucho más teniendo en cuenta que, incluso después de haberse enamorado de la mujer en cuestión, sólo ese nombre bastó para que Wanyin balanceara prejuicios con amor, dejando ganar al primer bando. Pero, ¿cómo culparlo? Qishan Wen le quitó todo. Le quitó la paz, le quitó a su padre, el núcleo dorado de su hermano, a su hermano, y en sus ruinas casi pierde también a su hermana. ¿Cómo podría dormir tranquilo por las noches sabiendo que en su propia cama se hallaría también descansando una mujer que le recordaba todo ese martirio pasado?

Cuando por fin superó la molestia inicial, la meseta de cuestionamientos se dio por iniciada. Con el dolor de la pérdida instaurado, con la realización de la soledad cayendo pesada sobre sus hombros, Jiang Cheng comenzó a cuestionarse qué demonios había ocurrido. Porque él, para bien o para mal, la había amado tanto y con tanta intensidad que el estar sin ella desencadenó en él perdiendo su poca estabilidad emocional que le quedaba. ¿Pero por qué? Se preguntaba, siendo que cada vez que la veía no podía sino continuar insultándola.

Este corto período de retrospección desencadenó en la depresión. Pura y dura, de paso. Jiang Cheng nunca se había sentido así de abatido, así de destrozado, sólo pudiendo equiparar su penuria a la que alguna vez sintió por su hermano. Al fin las piezas del rompecabezas comenzaban a acomodarse una tras otra, al fin la venda que cubría sus ojos se deslizaba suavemente hacia el suelo.

Sus padres le enseñaron que no existía cosa tal como el amor. Toda su relación se basó en peleas, en rencores, en exigencias. Su madre aborrecía a su padre, y su padre escondía su propio desinterés detrás de una sonrisa. Ninguno de los dos resolvió sus conflictos hablando, y como resultado de éste interminable infierno Jiang Cheng terminó absorbiendo todas y cada una de sus inseguridades. Tenía que ser el mejor, tenía que tener el control, tenía que imponerse y demostrar que era digno heredero de Yunmeng Jiang. Si alguien como él anteponía algo tan banal como a una mujer —una Wen—, entonces habría fallado como hijo y como líder.

Su secta le enseñó que valía más la buena imagen que la sinceridad. En realidad esto también vino de la mano de las enseñanzas de su padre, quien prefería la cobardía antes que la franqueza. Sin embargo, incluso después de muerto Jiang Cheng continuó perpetuando este pensamiento suyo, porque lo único que durante muchos años le quitó el sueño fue el saber que debía, con todas sus fuerzas, acallar todos y cada uno de los rumores que mancharan la imagen de Yunmeng Jiang y su líder. Sólo de esta forma podría mantener vivo el espíritu de su padre, y sólo de esta forma podría acallar las críticas de su madre.

Los infortunios de transmigrar en una villana secundaria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora