...Tiene que bajar.

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—Lo sabía. Sólo una sucia perra trepadora podría maquinar una estrategia tan perfectamente entramada—escupió Madam Yu—. Entonces sí fuiste tú quien saboteó las citas de mi hijo.

—¡No! Yo nunca...—Lingjiao no sabía qué hacer. Ella preferiría haberle contado la verdad a Jiang Cheng con tranquilidad, en un ambiente que hubiese resultado lo más ameno posible.

Y no en medio del pabellón principal, atrapada en medio de una pelea tan intensa que todo el Muelle de Loto estaría enterado de lo ocurrido tan pronto como el conflicto cesase.

Lingjiao reiteró la acción de voltear su cabeza hacia Jiang Cheng, mirándolo a los ojos al mismo tiempo en el que intentaba, desesperada, buscar hasta el más ínfimo vestigio de seguridad en esos ojos enrojecidos suyos.

Si bien no encontró el alivio esperado, Jiang Cheng dio un paso en su dirección y reiteró la acción de escudarla detrás de su cuerpo.

—Vete de aquí, yo me encargaré del resto—repitió palabra por palabra. Pero algo se sentía extraño, fuera de lugar, muy a pesar de tener nuevamente la espalda de Jiang Cheng sirviéndole de escudo directo frente a la severidad del látigo de Madam Yu. Y es que esa espalda, tan fría e indiferente, le impedía percatarse de los pequeños detalles que debían estar tiñendo el rostro de Wanyin. ¿Estaría enfadado? Por supuesto que sí. ¿Con ella? ¿O con Madam Yu? ¿Con las dos?

Dios, Lingjiao no podía parar de temblar.

Porque no tenía forma alguna de acallar sus miedos; porque tan pronto como Wanyin enfrentó a su madre nuevamente, en ningún instante se dignó a voltear hacia ella tal y como lo había estado haciendo antes de la confesión; porque el silencio incómodo naciente en una habitación repleta de miradas chismosas no hacía sino helarle la sangre.

Vete de aquí.

El corazón de Lingjiao se achicharró ante la tercera reiteración, incapaz de leer si la intención detrás de ella era realmente defenderla como había estado haciendo hasta el momento, o si en realidad Jiang Cheng acababa de echarla indirectamente. Lo más probable era que sólo quisiera quitarse a Madam Yu de encima, ¿no? No que estuviese enojado con ella, ¿o sí? No la odiaría por lo que acababa de decirle, ¿o se equivocaba?

Antes de que fuese demasiado tarde, Lingjiao apuró su paso a través del pabellón principal del Embarcadero de Loto.

—¿Tú lo sabías?—Lingjiao escuchó esa pregunta salir de los labios de Madam Yu mientras ella se escabullía por la puerta.

—Por supuesto—mintió Jiang Cheng.

Lo que siguió luego de ello, ya no fue capaz de escucharlo.

Lingjiao se adentró a su habitación casi a las corridas, dando vueltas una y otra vez alrededor de su cama, murmurando en voz baja para intentar así acallar todo ese terror que la paralizaba de pies a cabeza. Nunca se creyó capaz de algo así, porque nunca imaginó que Madam Yu contase con la audacia tal para armar semejante teatro en plena jornada laboral. Pero, ¡vamos, Lingjiao! ¿Por qué el pavor? ¡Si habías acordado confiar en Jiang Cheng! ¡En esperar que tuviesen la suficiente confianza para sobrellevar un contratiempo tan diminuto como este! Porque era diminuto, ¿no? Nada cambiaría entre ellos más allá que un par de pronombres y un puñado de uniformes que tendrían que ser modificados para soportar su verdadera anatomía. Dios, su anatomía. Lingjiao llevaba ese sucio vendaje pegado al cuerpo desde que ingresó a Yunmeng con Wei Wuxian miles de años atrás. ¿Qué se sentiría la libertad? Es decir, si bien cuando dormía sola se permitía dejar a su cuerpo respirar como era debido, ¿cómo sería caminar por los pasillos del Embarcadero de Loto siendo ella? ¿Siendo una mujer? Podría ponerse un vestido al fin; no demasiado sugerente como los que utilizaba cuando todavía era la concubina de Wen Chao, no, pero un vestido al fin. Quizá uno liviano como los que solía vestir Yanli, u otro de tela gruesa semejante a la de su uniforme de discípulo. Podría ir y venir de un lado a otro con el cabello suelto, o utilizar todas esas horquillas tan lindas que Nie Huaisang le hubo regalado a lo largo de los años. Podría también maquillarse, palabra que a esta altura de su vida no era sino un mito.

Los infortunios de transmigrar en una villana secundaria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora