Epílogo (primera parte)

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Cuando Jiang Cheng despertó en medio de la noche, todo su cuerpo estaba empapado en sudor. Su corazón latía tan rápido que por un instante contuvo su pecho con una de sus manos, temeroso de que el escenario frente a sus ojos coincidiera con el acontecido en su sueño.

Pero al calmar su respiración y recobrar el correcto uso de sus sentidos, fue la quietud de la noche lo que le dio la bienvenida. Se encontraba en una cama extraña, con sedosas sábanas doradas adornadas con los bordados más lujosos de toda la región, con la luz de la luna entrando de forma perpendicular por un ventanal de sándalo rojo. A su lado se encontraba Ming Jia, durmiendo con la tranquilidad de quien no tiene nada en qué temer ni de qué arrepentirse. Qué lamentable resultaba que, para él, la situación no se presentara igual de favorable.

Jiang Cheng limpió entonces el sudor que corría por su frente, tratando a su vez de no emitir ninguna clase de ruido que pudiese llegar a despertar a la mujer que aun contaba con el beneficio del descanso. Él sabía bien que el despertarla implicaría hacerla preocupar, hablar de lo que había ocurrido, de lo que lo alteraba, de lo que lo acongojaba, y en ese momento lo último que deseaba era perturbarla con otra de sus tantas vacilaciones nocturnas. Qué complejo, ¿no? Había pasado por tanto, había sobrevivido a tanto, y de todas formas... de todas formas era su propio cerebro el que no lo dejaba amoldarse a su nueva vida.

No obstante a su deseo por mantener esta pesadilla en secreto, una voz en su interior gritaba por despertarla, siendo que el verla abrir los ojos e interactuar con él como de costumbre sería la única forma de acallar sus penurias. Esa era Ming Jia, la que no flaqueaba, la que siempre sabía qué decir, cómo decirlo, cuándo actuar. ¿Por qué eran tan diferentes? No lo entendía, no entendía cómo alguien cuyo pasado resultaba miserable podía albergar a su vez tanta fortaleza interna, siendo él quien se veía relegado a una vida de inseguridades. ¿Qué tenía Ming Jia que a él le faltaba...?

Otro suspiro se abrió paso entre sus labios, y acto seguido Jiang Cheng enderezó su espalda para así poder escurrirse fuera de la cama. Su orgullo no le permitía despertarla, no importaba lo mucho que en ese instante necesitara uno de sus abrazos. Esta vez, él solo se encargaría de sanar la herida que su propia mente había inventado, porque a fin de cuentas el único que podía sobrellevar el golpe era él mismo. ¿Por qué lamentarse, de todas formas? Si aquello que lo molestaba había sido nada más que una desafortunada pesadilla, de esas que últimamente no dejaban de perseguirlo sin importar cuántos amuletos quemara a un costado de su cama.

En cierta medida, tener miedo no carecía de sentido, pues aquel sueño que lo arrancó de su descanso tenía que ver con cierto evento que ocurriría en Yunmeng durante la próxima primavera, lo que equivalía en realidad a no más de diez días. Se trataba pues de su boda, acontecimiento cuya fecha había sido elegida un ciclo lunar atrás por la misma casamentera que alguna vez le vaticinó soltería eterna. En esa fiesta Jiang Cheng se había visto a sí mismo sosteniendo a Ming Jia en sus brazos, no porque la estuviese abrazando tal y como solía hacer a diario, sino porque de su pecho fluía ahora un río de sangre. A su alrededor el Embarcado de Loto ardía en llamas, y lo único que quedaba en pie era su propio cuerpo, abatido, afligido, desesperado, solo. Aquella escena se sentía tan... familiar, casi como si imitara esa lejana y fatídica noche en la cual Wen Chao arribó a Yunmeng e hirió de muerte a su padre mientras que su hogar se caía a pedazos. ¿Por qué? ¿Por qué no podía ser feliz? ¿Por qué todo debía arruinarse? ¿Por qué debía sufrir? ¿Es que no existía para él la felicidad? ¿No la merecía? ¿No la requería?

Suficiente. Fue un sueño, por el amor a todos los dioses, fue un sueño. El Embarcado de Loto seguía en pie, Ming Jia estaba a su lado, no existía en realidad amenaza alguna que tuviese el deseo de separarlos. Una vez más, el único enemigo era su propia mente.

Los infortunios de transmigrar en una villana secundaria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora