Del amor y otras carencias mentales.

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Lingjiao estaba sentada frente a Nie Huaisang, con la mirada perdida en el humo que expedía la taza de té entre sus manos. El calor emitido por la porcelana era el único vestigio de realidad, lo único que la estaba anclando al pensamiento de que, efectivamente, no estaba soñando.

Toda la seguridad con la cual hubo rechazado el "no te vayas" de Jiang Cheng se le acababa de esfumar por completo, siendo reemplazada por un constante, agónico y arrollador sentimiento de pavor. El más puro de los pavores, de paso.

Y es que incluso si había pasado ya una larga hora desde que abandonó ese cuarto, Lingjiao permanecía anclada a esos fatídicos minutos, a esos ahora irrepetibles recuerdos de una escena tan impensada, tan fuera de lugar. Había tenido a ese hombre entre los brazos, lo había tocado, lo había besado, acariciado, tenido dentro suyo inclusive. Las piernas le dolían por el tremendo esfuerzo que hubo significado intentar mantener el equilibrio contra él, siendo ese dolor solamente sobrepasado por el ligero mareo que todavía invadía su mente. Incluso si se bañó, su piel continuaba ardiendo bajo el tacto fantasma de Jiang Cheng y esas manos suyas, tan encantadoramente ásperas por el maltrato propio del entrenamiento. Cuando cerraba los ojos lo veía frente a ella, los mechones de su cabello cayendo despeinados sobre su rostro, las mejillas hirvientes por el calor y el pudor, los labios hinchados después de tantos besos. Pensar que durante demasiados hubo deseado estar allí, estar presa e inmovilizada por sus brazos, vulnerada por la firmeza de los músculos que conformaban cada sección de su cuerpo.

No obstante, todas aquellas sensaciones plenas y al mismo tiempo atemorizantes no le pertenecían a ella, sino a la Lingjiao de dos años atrás, a la Lingjiao que lo miraba al ojos y sentía ese dolor tan punzante en el pecho, esa suerte de puñalada generada por todo ese amor tan incondicional que tenía por él. Era esa Lingjiao la que merecía tener sexo con Jiang Cheng, y no la actual, la que ahora se lamentaba una y otra y otra y otra y otra vez haber sido lo suficientemente imbécil, lo suficientemente maleable como para haberse permitido hacer eso.

Un par de días antes había llevado a Jin Ling a jugar con su arco, y en el interín de esas horas de juego Jiang Cheng hubo compartido toda la tarde junto a ella, compartiendo juntos esa camaradería, esa ligereza propia de dos personas que estaban acostumbradas la una a la otra. Qué bien sentó tenerlo así de cerca, no porque extrañara el ser su pareja nuevamente, sino que por primera vez en dos años Lingjiao creyó ser capaz de recuperar esa porción de su relación que sí valía la pena: esa donde eran amigos. ¿Cuánto tiempo les llevó llegar allí? ¿Cuánto tuvieron que gritar, que sufrir, que llorar, que maldecirse, para alcanzar por fin la paz? No importaba si quedaban o no retazos de afectos pasados, o si existía una diminuta vocecita que aún imploraba por volver a estar juntos. No importaba, de verdad que no lo hacía. Lo único que Lingjiao lamentaba era que gracias a sus impulsos acababa de echar por la borda esos dos años enteros de evolución.

Para colmo, el retroceder en su relación con Jiang Cheng no sólo le aterraba al creerse capaz de perder su tan perseguida tregua, sino que además podría llegar a implicar el regreso de su desprecio. Y es que, para bien o para mal, Wanyin llevaba casi un año entero sin insultarla. No tenía idea de qué era lo que había cambiado dentro de su corazón, pero lo cierto fue que en algún punto el hombre abandonó la hostilidad y la intercambió por pesar, pesar que hubo reflejado en sus intentos por obtener su perdón sin disculparse en voz alta. Ahora, si Jiang Cheng regresaba a su habitación y comenzaba a desentramar los lineamientos de su pequeño encuentro impúdico, lo más seguro era que decidiera escudarse nuevamente en la ira, y que lo primero que dijera frente a ella tan pronto como se reencontraran fuera cuánto la odiaba, cuánto lo manipulaba, seguido de un sinfín de insultos que Lingjiao no quería escuchar.

Y es que, si tenía que ser sincera, Lingjiao nunca estuvo tan segura de sí misma como pretendía. Porque en el fondo de su corazón todavía lo quería demasiado, y cada vez que la despreciaba ella se rompía un poquito más. Casi un año entero tuvo para acostumbrarse al Jiang Cheng dolido que no la resentía de forma negativa, ¿de verdad volverían el inicio tan pronto se volvieran a encontrar al día siguiente?

Los infortunios de transmigrar en una villana secundaria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora