Ah, el amor a primera vista...

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Seis meses después de cierta fatídica noche, y dos desde la última vez en la que Lingjiao y Jiang Cheng cruzaron caminos por última vez, el Embarcadero de Loto continuaba sometido al mismo silencio incómodo que los envolvía desde el primer día.

El trabajo se había tornado bastante pesado, pues por supuesto que sin el esfuerzo sobrehumano que Ming Jia demostraba a diario, todas aquellas tareas que solían requerir tan sólo un par de horas, terminaban necesitando tanto una carga horaria mucho mayor como también un trabajo en equipo impensado para los hombres más cercanos a Jiang Cheng. Esos que en situaciones normales tendían a relegar al menos la mitad de sus obligaciones en su queridísimo Ming Ziteng.

No obstante a lo notorio de la ausencia de esa mujer en la administración de la secta, lo ciertoera que nadie se permitía hablar al respecto. Y es que las varias veces en las cuales Wanyin los hubo pescado hablando de lo mucho que extrañaban a la señorita Ming, el hombre los había amedrentado con palabras tan hirientes que, para bien o para mal, terminaron por aprender a guardar silencio. Era imposible no darse cuenta lo dolido que seguía su pobre Jiang-zongzhu, quien por mucho que intentara esconderse en el odio, de todas formas no podía dejar ir eso que alguna vez tuvo y no supo apreciar. Porque sí, todos los allí presentes, pro o anti Ming Ziteng, coincidían en una única afirmación: Jiang Cheng era el que más la extrañaba. No se tenía que ser demasiado inteligente para percatarse de ello.

La verdad era que Jiang Cheng añoraba varias cosas.

Por mucho que Jin Ling lo distrajera de una vida en silencio, lo cierto era que había en él hueco que nada parecía ser capaz de llenarlo. Porque existía una pequeña diferencia entre paz y soledad, y esa diferencia se hallaba marcada por el peso que la propia calma ejercía sobre su pecho. Con Ming Jia también existían largos períodos de tiempo en los cuales nadie abría la boca, nadie comentaba nada, e incluso ni siquiera carraspeaban sus gargantas. No obstante, esa clase de serenidad se sentía diferente, cálida, en comparación con la gelidez de un ambiente hueco y desprovisto de ese algo específico que Wanyin no sabía nombrar.

Este mismo sentimiento aplastante lo hubo acompañado cuando Wei Wuxian abandonó el Embarcadero de Loto por primera vez, cuando Jiang Cheng tuvo que hacerse cargo de una secta en ruinas mientras lloraba la muerte de su propio padre y adolecía la ausencia de su hermano. Extrañar a Wei Wuxian se había tornado una tarea agónica, de esas que lo privaban del sueño casi todas las noches. Era increíble cómo hubo sido capaz de vivir durante tres largos meses con ese pesar tan marcado presionando sus pulmones, ¿no? Sin siquiera poseer ganas suficientes para levantarse de la cama por la mañana.

Por suficientes años se había olvidado de cómo se sentía la desesperación, cómo se sentía la apatía y el desconsuelo. ¿Por qué tenía que revivirlos ahora? Jiang Cheng era demasiado viejo para esto.

Mas no podía evitarlo, porque cuanto más tiempo transcurría, más se marchitaba ese corazón suyo tan delicado, tan inestable. La soledad le aplastaba los huesos y las articulaciones, e incluso después de tanto tiempo seguía sin hallar un consuelo para toda esa desdicha. De verdad que amigarse con la realización de que todo lo que tocaba se arruinaba, que todos sus vínculos se hacían polvo por entre sus dedos, que todas y cada una de sus esperanzas terminaban destrozadas... era lisa y llanamente imposible. Jiang Cheng era incapaz de sobrellevarla. Y una vez más comenzaba a arderle la piel al percatarse de que, tal y como ocurrió tras la muerte de Wei Wuxian, cuanto más él odiaba, peor se sentía.

El problema era, pues, que no tenía ni la menor idea de cómo dejar de odiar.

Seis meses justos, y entrado el verano, Jiang Cheng envió al mismo informante que la primera vez en búsqueda de un poco de alivio, un poco de consuelo. Quería saber qué había sido de Ming Jia desde su último encuentro, quería saber si continuaba con vida, con una secta que la respalde, con una vida que sin duda había trascendido la que alguna vez compartieron. Cuando la respuesta llegó a sus oídos, el corazón volvió a achicársele con desconsuelo: Ming Jia continuaba viviendo en el Reino Impuro, y la última vez que su informante logró divisarla a lo lejos, la mujer reía mientras tocaba el guqin junto a Nie Huaisang.

Los infortunios de transmigrar en una villana secundaria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora