LXIX

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Después de tanto resistirse, finalmente se dieron por vencidos. No iban a luchar más, sino a aceptar lo inevitable: se estaban enamorando. Luego de pronunciar esas dos palabras tan esperadas por ambos, caminaron bajo la luz de la luna, como dos jóvenes que acaban de descubrir el amor. Se besaron, con la alegría y el ímpetu de quienes sienten que el mundo entero les pertenece en ese momento.

Desde las calles empedradas de Madrid hasta el hotel, no pudieron dejar de besarse. Aunque sabían que al día siguiente les esperaba un día lleno de trabajo, eso no les impidió seguir sumergiéndose en ese amor que ahora los envolvía. Se besaron con pasión, primero en el pasillo, luego contra la puerta, y más tarde en el mueble más cercano de la habitación, hasta que finalmente llegaron al nido, donde todo pareció culminar en un momento de pura conexión.

No importaba el lugar ni el tiempo. Estaban en sus cinco sentidos, completamente conscientes, pero a la vez, embriagados por el aroma del otro. La dulzura de la miel y la canela de uno se mezclaba perfectamente con el chocolate y la menta del otro, creando una sinfonía de fragancias que parecía sellar su unión, haciéndolos sentir más cercanos y más enamorados que nunca.

Los cuerpos de Louis y Harry parecían moverse con un entendimiento silencioso, como si cada caricia, cada beso, estuviera coreografiado por una fuerza más grande que ellos mismos. Enredados en las sábanas, se dejaban llevar por esa atracción irresistible, sus labios encontrándose una y otra vez, sus respiraciones sincronizadas.

Louis podía sentir el latido del corazón de Harry contra su pecho, y en ese momento, no había dudas, no había miedos, solo una certeza profunda: este era su lugar. Aquí, entre los brazos de Harry, se sentía completo, seguro, amado. Mientras sus dedos recorrían la piel de su alfa, Louis pensó que nada en el mundo podría igualar esa sensación de pertenencia, de ser amado tan completamente.

Harry, por su parte, no podía dejar de mirar a Louis, sus ojos verdes llenos de una devoción que parecía casi abrumadora. Cada susurro, cada palabra dicha al oído de Louis era una promesa de amor, de protección, de un futuro juntos. Con cada beso, Harry sellaba esas promesas, deseando que el tiempo se detuviera para no tener que separarse nunca de su omega.

Finalmente, cuando sus cuerpos ya no pudieron más, se quedaron quietos, abrazados, con sus respiraciones volviendo a la normalidad. Pero incluso en ese silencio, el vínculo entre ellos seguía vibrando, fuerte e inquebrantable. Los aromas que llenaban la habitación, esa mezcla embriagadora de miel, canela, chocolate y menta, ahora se habían convertido en su refugio, un recordatorio constante de que, pase lo que pase, siempre se tendrían el uno al otro.

Harry besó la frente de Louis, sus labios rozando suavemente la piel del omega. —Te quiero.— murmuró, casi como si fuera un secreto que solo ellos dos compartían.

Louis sonrió, apoyando su cabeza en el pecho de Harry, sintiendo el calor que emanaba de su alfa. —Yo también te quiero.— respondió, cerrando los ojos mientras se acurrucaba más cerca. Sabía que, a partir de ese momento, todo sería diferente, pero no tenía miedo. Con Harry a su lado, sentía que podía enfrentarse a cualquier cosa.

—¿Tu... tú realmente quieres hacerlo?— cuestiona Harry con una mezcla de sorpresa y deseo en su voz mientras Louis acaricia suavemente su brazo.

—Sí... — responde Louis, su voz suave pero llena de determinación.

Harry lo mira a los ojos, buscando cualquier rastro de duda, pero lo único que encuentra es la seguridad en el rostro de su omega. La mano de Louis, cálida y firme, sigue su recorrido por el brazo de Harry, enviando escalofríos por su piel. El silencio que los rodea está cargado de una tensión palpable, una promesa de lo que está por venir.

Erotic MelancholiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora