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Harry no podía dejar de moverse, cada paso resonaba en el frío pasillo del hospital. El suelo parecía hundirse bajo sus pies con cada avance, como si la realidad misma estuviera colapsando. Su corazón latía a un ritmo frenético, cada latido martillando en su pecho mientras su mente corría descontrolada. La incertidumbre lo consumía; no saber qué estaba ocurriendo detrás de la puerta cerrada era un tormento insoportable.

Los médicos habían ingresado a Louis con una seriedad que no auguraba nada bueno. No le habían dado detalles claros, solo frases vagas que apenas lograban calmar su angustia. Todo había pasado tan rápido. La bolsa de Louis se rompió antes de tiempo y, aunque ambos habían intentado mantener la calma, la intensidad del dolor de Louis y la urgencia con la que lo trasladaron al hospital solo multiplicaban el miedo que Harry sentía.

Apretaba los puños con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos, los dedos temblando de tensión. La impotencia lo rodeaba como una sombra, oscura y opresiva. Quería estar al lado de Louis, sostener su mano y susurrarle que todo estaría bien, pero en lugar de eso, estaba fuera, sin poder hacer nada más que esperar. La ansiedad lo devoraba desde dentro, cada pensamiento era peor que el anterior.

Cada vez que alguien pasaba por el pasillo, su corazón se detenía por un segundo, esperando que fuera la noticia que tanto deseaba. Sus ojos seguían cada movimiento, buscando una señal de que Louis y su bebé estaban bien, rogando por una confirmación de que todo estaba bajo control. Pero las horas parecían alargarse eternamente, estirando el sufrimiento de la espera.

Finalmente, después de lo que se sintió como una eternidad, una enfermera salió de la habitación. Los ojos de Harry se encontraron con los de ella al instante, y sin pensarlo, se acercó rápidamente, el pánico brillando en su mirada.

—¿Cómo está Louis? ¿Y el bebé? —preguntó, su voz quebrada, ahogada por la preocupación y el miedo.

La enfermera esbozó una sonrisa tranquilizadora, levantando una mano para calmarlo. —Su omega está estable, y el cachorro está bien por ahora. Estamos monitoreando de cerca todo. Lo llevaremos a una sala de parto en breve.

Harry sintió un pequeño alivio, pero la preocupación seguía atrapada en su pecho como una piedra. Asintió lentamente, tratando de digerir las palabras, pero la ansiedad seguía anclada en lo más profundo de su ser.

—¿Sala de parto? —repitió, su voz temblando—. Apenas está en el octavo mes...

La enfermera lo miró con compasión. —Ya ha comenzado con contracciones regulares. No podemos detener el parto, pero estamos haciendo todo lo posible para que todo salga bien.

Harry pasó una mano temblorosa por su cabello, sintiendo que el mundo se le venía encima. Apenas en el octavo mes, su pequeño todavía necesitaba más tiempo... pero el destino parecía tener otros planes. Cada pensamiento lo golpeaba con fuerza, pero trató de enfocarse.

—¿Puedo verlo? —preguntó, su necesidad de estar junto a Louis era casi palpable, como una desesperación que lo quemaba desde adentro.

—Podrás entrar en unos minutos —le aseguró la enfermera—. Solo estamos preparando todo para el traslado a la sala de parto.

Harry dejó escapar el aire que había estado conteniendo, pero su ansiedad apenas disminuyó. Necesitaba estar con Louis, sostenerlo y asegurarse de que todo estaría bien, aunque una parte de él se llenaba de temor.

Harry continuó moviéndose de un lado a otro, incapaz de quedarse quieto mientras su mente repetía un millón de escenarios diferentes. Aunque la enfermera le había dicho que todo estaba "bajo control," no podía deshacerse de la sensación de que algo podía salir mal en cualquier momento. Pensar en Louis, solo en esa habitación, enfrentando el dolor, y en su bebé, viniendo al mundo antes de tiempo, hacía que su pecho se contrajera de angustia.

Erotic MelancholiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora