Capítulo 89

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CAPÍTULO 89

*narra Marta*

Estoy realmente satisfecha con mi brillante trabajo. Además de haber empujado a Mario a los brazos de Remei, me he escondido para poder escuchar toda la conversación, descubriendo que entre estos dos pequeños frijoles existe un pequeño secreto. Huelga decir que no voy a parar hasta que lo descubra y ahora no puedo quedarme de brazos cruzados, Mario no puede dejar a Aina.

Envuelta en mis pensamientos, no puedo evitar sobresaltarme cuando una mano roza mi hombro.

Marta: ¡¿Qué?! - exclamo, molesta. Me encuentro con el color café de sus ojos y mis músculos se relajan.

Mendicuti: Me dijiste que me dabas otra oportunidad, - susurra, acercándose a mí - pero apenas he vuelto a verte el pelo.

Trago saliva y cierro los ojos, acto que me hace visualizar su toalla que todavía está guardada en mi armario... ¿Por qué no puedo liberarme de ella? Pero esto se acabó, si este chico entra ahora en mi vida va a desestabilizarla por completo.

Marta: Mendicuti. - empiezo.

Mendicuti: Marcos, soy Marcos, ¿recuerdas? - busca mi brazo y lo sujeta suavemente.

Marta: Marcos Mendicuti, - digo irritada - no creo que quieras que te dé otra oportunidad, ¿acaso no sabes ya lo mala persona que soy? - es la única forma que se me ocurre para alejarlo de mí, para que la tentación no entre por mi puerta - ¿Acaso no sabes que acabo de fastidiarle la relación a Aina? ¿Y por qué lo he hecho? ¡Porque soy mala persona! ¡Eso era lo que odiabas de mí! ¡Así que sigue odiándolo y aléjate de mí! - mi voz se ha elevado más de lo que pretendía, zafándome de su brazo.

Mendicuti: Sé lo que procuras conseguir. - sin embargo, él sigue relajado, incluso asoma una pequeña sonrisa y vuelve a poner su piel en contacto con la mía - Tus intentos por alejarme de ti fracasarán. - dibuja círculos con sus delicados dedos en mi mejilla. Resoplo, resignada. Sé que no quiero distanciarme de él, pero debo hacerlo.

Marta: Tú no sabes de qué es capaz Marta Álvarez. - lo miro una última vez a los ojos y escapo de ahí. Me pierdo por los jardines de este instituto, aunque una voz, ya muy lejana, llega a mis oídos.

Mendicuti: ¡Que sepas que no voy a rendirme!

Acelero el paso, pero tropiezo con una piedra y acabo dándome de bruces contra el suelo. Giro sobre mí misma y me quedo como una estatua, tumbada en el suelo, observando unos árboles iluminados gracias a la luz de la luna, escuchando unas perdidas risas, congelándome de frío. Y solo entonces me permito derramar las lágrimas que luchaban por salir para intentar aplacar el nudo de mi garganta. 

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