Capítulo 191

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CAPÍTULO 191

*narrador omnisciente*

Esta noche, las principales fuerzas de la isla se disponen de la siguiente manera: los niños perdidos han salido a buscar a Peter, los piratas han salido a buscar a los niños perdidos, los pieles rojas han salido a buscar a los piratas y las bestias han salido a buscar a los pieles rojas. Todos dan vueltas alrededor de la isla, pero no se encuentran porque se mueven a la misma velocidad.

Ana y Manuel han salido a descubrir Nunca Jamás. Han coincidido con el momento en que Peter vuelve de su viaje, trayendo a Wendy y sus hermanos. La pareja observa su llegada, frotándose las manos. Ambos ahogan un grito cuando una flecha de Tiroriro impacta en el pecho de Wendy. En cuanto se dan cuenta de que no es un pájaro, sino que es una dama, se apresuran a esconderla.

—¡Saludos, niños!—prorrumpe Peter, y ellos lo saludan mecánicamente y después se hace de nuevo el silencio.

Peter frunce el ceño.

—¡He vuelto!—continúa diciendo acaloradamente—, ¿por qué no os alegráis?

Abren la boca, pero los vítores no llegan a salir. Peter lo pasa por alto porque no puede esperar a contar las gloriosas novedades.

—¡Grandes noticias, niños—grita—, por fin he conseguido traer una madre para todos vosotros!

Ana y Manuel se dedican a explorar la isla hasta que Peter y los niños perdidos arreglen el malentendido de Wendy.

Manuel: ¿Crees que podremos ser niños perdidos? ¡¿Crees que Tintín nos rociará con sus polvos!? — exclama, con esa emoción característica de un niño con una bolsa llena de chuches en su poder.

Ana: ¿Crees que su garfio será tan amenazador como pretende o le dará un aire adorable? ¿Crees que será educado conmigo?

Manuel: Cada loco con su tema—sonríe, acariciándose ambas pulseras: la de cuerdas azules y aquella que les permite salir del libro cuando deseen.

Tras un extraordinario paseo, repleto de euforia y caricias, se plantan delante del Árbol del Ahorcado, aquel que les lleva a la casa subterránea, esperando la llegada de Peter Pan. No pueden resistir la tentación y terminan acomodándose en una de sus ramas.

Manuel: Estamos en el original Árbol del Ahorcado. Tú y yo. Ana y Manuel. ¿Real o no?—pregunta, envolviendo el cuerpo de Ana con su brazo.

Ana: Real—contesta ella, acariciándole el pecho.

Manuel: Me amas. ¿Real o no?

La chica levanta la vista, dejándose perder en la verdad de su mirada.

Ana: Real—asegura—¿Has vuelto a tener frío?—añade.

Manuel: La pulsera sigue en mi muñeca, el frío no volverá a arremeter contra mí.

Inclina su cabeza para unir sus labios. Desde que vuelven a estar juntos no puede soportar separar el contacto de sus cuerpos ni un minuto, es tan solo lo que necesita para cicatrizar las heridas. Ella sigue teniendo pesadillas, pero ya no le importa, vuelve a estar él a su lado para aplacarlas.

—¿Eso es un dedal?—pregunta una voz infantil desde abajo, que provoca que se separen, sobresaltados— ¡Puaj! —añade Peter una mueca de asco.

Manuel reprime la sonrisa, su querido Peter Pan acaba de saber de su existencia.

—¡Ay, querido! ¡Eso es un dedal precioso! —suspira Wendy, encantada.

La pareja baja del árbol, para darse a conocer.

—¿Quiénes sois vosotros?—indaga el niño con recelo.

Manuel: Nos caímos del cochecito cuando la niñera miraba para otro lado. En siete días, nadie nos reclamó y nos mandaron hacia aquí—Manuel intenta parecer convincente.

—¿No estáis muy creciditos? —Peter mete la mano en la boca de Manuel, para poder ver sus dientes —¡Tú ya no tienes los dientes de leche! ¡Son unos intrusos! ¡Seguro que vienen de parte de Garfio! ¡Sortijilla! ¡Mandamás! ¡Tiroriro! ¡Sacad las flechas! —ordena, mientras él mete la mano en una especie de funda sujetada por el cinturón, sacando su daga.

Manuel se queda pasmado, creyéndose que es una broma, pero Ana agarra a su chico del brazo, arrastrándolo a un lugar seguro. Tras unos minutos corriendo sin descanso, se paran, sin dejar de jadear, cuando creen que se han distanciado lo suficiente. Ya ha oscurecido.

Manuel: Pan me ha rechazado, ¡a mí! —se lamenta, ofendido— ¡Será bacalao! Menuda decepción. Se ha hecho tarde, ¿nos largamos?

Ana: ¡Ni hablar! ¡Tú has conocido a Peter, pero yo ni siquiera he visto a James Garfio!

Manuel: Si Peter está en este plan, imagínate el temible bucanero.

Ana: Quiero conocerlo—sentencia.

Manuel: No vamos a ir al barco pirata y menos sin la ayuda de Peter y sin poder volar. No me han dado ni la oportunidad de volar, vaya mierda de Nunca Jamás.

Ana: Manuel, voy a ir.

Manuel: No me lo estás diciendo en serio. Venga—le dice con dulzura, cogiéndola de la mano—, volvamos a casa.

Ana: Tengo derecho a conocerlo.

Manuel: ¿Pero tú estás loca?

Ana se zafa inmediatamente de su contacto.

Ana: Sí, gracias por recordármelo.

Manuel: ¿En serio te vas a ofender? Sabes que no iba con esa intención.

Ana: Déjalo. Me sabe mal que no me entiendas, ni compartas mi decisión, pero al menos respétala. Necesito—recalca la palabra— hablar con él.

Manuel: ¡Esto no es un juego de niños!—se altera— ¡Estos no se andan con tonterías! ¡Tienen armas!

Ana: ¡No parecía que pensaras lo mismo cuando querías formar parte del club del señorito y egocéntrico Pan!

Manuel: ¿Vamos a meternos tanto en la piel de esta historia como para discutir por ello?

Ana le dirige una última mirada, girándose para decidir qué dirección tomar. Manuel se abraza a sí mismo, ¿ha empezado a soplar el viento o es que el frío ha vuelto a instalarse en sus entrañas? Ana ya se ha alejado, pero sabe que todavía alcanza a oír su voz. Inspira aire profundamente y lo suelta por la boca, listo para darle el ultimátum.

Manuel: Esta vez, Garfio o yo.

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