Capítulo 158

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CAPÍTULO 158

*narra Ana*

Mis manos empiezan a ceder, no soy extremadamente fuerte como para tirar de él y devolverlo a tierra firme. Con tanta presión, uno de sus brazos cae al vacío y ya solo logro sujetarlo de una mano. Ambos proferimos un grito de pánico.

Lluc: ¡Sujétame, por favor! ¡No quiero morir!

Ana: ¡Intenta traer de vuelta el otro brazo!

Pero el esfuerzo puede con él, los dos somos bolsas rebosantes de sudor, nuestros dedos resbalan. Ni su mirada despavorida, ni mis dientes apretados, ni mi afán por traerlo de vuelta son suficientes. Ni siquiera su último grito. El último. Formado por mi nombre. Mi vista aterrorizada resigue su inevitable caída, el golpe de la cual es amortiguado por el sonido de la puerta. En cuanto rememoro los sucesos de los últimos segundos un intenso tembleque se apodera de mi cuerpo. Lluc caminando por la azotea. Yo intentando que se bajara. Yo tendiéndole mi mano. Él inclinándose para cogerla. Él resbalando y cayendo. Yo agarrándolo muy fuerte. Hasta que flaqueamos los dos. Y lo veía. Caer. Y caer. En un grito prolongado. Hasta que se volvió un punto negro al fondo del camino. Inservible. Muerto. Sin salvación.

Me tapo las orejas y empiezo a chillar para intentar aplacar de alguna forma este dolor. Unas voces entran en mi realidad, dos miradas asustadas, rogándome explicaciones. Sigo mirando ese punto, con los ojos tan abiertos que parece que vayan a salirse de mis órbitas. Sus brazos rodeándome van al compás de mis estremecimientos.

Ana: Yo lo tenía... - susurro, acariciando la repisa, que se contagia de mi temblor. Este paréntesis de tranquilidad dura poco, ya que reanudo los alaridos y sacio mi rabia estampando mis puños contra la infernal repisa. Hasta que los nudillos no me escuecen y reclaman paz no paro. O hasta que ellas dos me agarran y me alejan de ahí. ¿Qué más dará? ¿Qué más dará cómo me sienta yo ahora? ¿A alguien le importa? ¿A alguien le importa que un chico acabe de morir?

En mi recuerdo aparecen unos hombres que me colocan una manta encima y me encierran en una sala. En mi mente solo se oía su última palabra. Nadie más va a oír nunca otra vez su voz. Me quedé, apagada, como una vela destinada a consumirse. Esas personas no podían ser personas. Alguien pierde su vida, ¿y se dedican a interrogar a los demás? Sandra y Marina se lamentaban de no haber llegado unos segundos antes para poderme ayudar, ya que justo cuando a él se le rompieron las alas, ellas irrumpieron en la azotea. A mí me miraban, abriendo su bocaza, ¿quién sabe qué me estaban preguntando? Yo no estaba ahí. Me quedé con Lluc. En la repisa. En la frontera entre la vida y la muerte. ¿Dónde se encontrará él ahora?

Al despertarme bruscamente, sollozando y llena de sudor, doy respuesta a mi anterior pregunta. Lluc se encuentra en mis pesadillas. Marina me convence para que vuelva a tumbarme. Pero lo único que hago es gritar. Gritar tan fuerte que despierto a los vecinos. Tan fuerte que despierto a todo el edificio. Mis cuerdas vocales se quejan de tal agresión. Me duele gritar. Soy afortunada, a él ya nunca le va a doler nada más.

Ana: ¡PORQUE ESTÁ MUERTO! ¡JODER! ¡ESTÁ MUERTO!

Yo fui su última esperanza. Yo podía haberlo salvado. No pude. Mis hilos rotos rompieron los suyos también. No tan solo con el mundo, sino que también con la vida. Él aulló mi nombre, desesperado. Sus malditas últimas palabras fueron mi maldito nombre. Su última esperanza.

Me duele doler.

Me duele extrañar.

Me duele vivir.

Ana: Perdóname... - murmuro en la penumbra de mi habitación, cuando consigo acompasar mi respiración.

Una lúgubre lágrima moja mis labios. Está salada. La sal es soluble en el agua, igual que el dolor en mi vida. Se ha diluido en ella de tal forma que parece ser que tendré que aprender a sobrellevarlo para siempre.

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