Capítulo 118

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CAPÍTULO 118

*narra Mario*

Me encuentro a Marta sentada en la repisa de una ventana, con la mirada perdida. Ya puede estar contenta y espero que me deje en paz. Me acerco a ella y sin más preámbulo, le cuento lo ocurrido.

Mario: He empezado el año haciendo lo que me pediste. Ahora te toca a ti guardar el secreto. ¿Contenta? - Marta ni se inmuta, sigue con la vista fija en un punto que solo ella puede ver. - ¿Me estás escuchando?

Marta: Tengo otras cosas mejores en las que pensar. - contesta al fin, sin ni siquiera mirarme.

Mario: Pues hazme un poco de caso, porque por tu culpa acabo de joderle la vida a Aina.

Marta: ¿Por mi culpa? - exclama afectada, girándose para observarme - La culpa es toda tuya por ser un cobarde. Me importa ya un comino lo que le has hecho a Aina o tu estúpido secreto.

Mario: ¿Me estás tomando el pelo? ¿Me estás diciendo que me he vuelto un miserable para nada? ¿Que no me garantizas tu silencio?

Marta: ¿Sabes qué pasa? Me estás resultando muy patético, ahora entiendo que Aina se enamorara de ti. Me había olvidado ya de que te estaba chantajeando, te lo podrías haber ahorrado. Pero gracias por la faena sucia, cariño. - abro mucho la boca, sin dar crédito a lo que mis oídos están escuchando - Soy Marta Álvarez, te puedes esperar cualquier cosa de mí. Anda, desaparece de mi vista, fracasado. - y vuelve su vista hacia ese punto desconocido, como si nada hubiera pasado, como si no hubiera provocado que destruyera a pedradas un muro irreparable.

Aprieto los puños, barajando la posibilidad de arrollar a esta hiena a los mutos, pero sé que resultaría inútil, así que me dirijo a la sala común para ver si puedo distraerme con cualquier juego de mesa.

*narra Aina*

Todavía no sé cómo he conseguido arrastrar los restos de mi magullado corazón hasta la habitación de Daniel y explicarle la tragedia en que acaba de convertirse mi vida. Todavía no sé si la manta con la que me ha envuelto y la infusión que me ha preparado han servido para algo. Todavía no sé si mi existencia está siendo una verdadera farsa. Todavía no sé cómo frenar las lágrimas que inundan mis esperanzas reducidas a cenizas. Y todavía no sé cómo he sido capaz de coordinar mi cuerpo con mi estado de ánimo hasta la habitación de Remei, acompañada de Daniel. Mi fiel amigo le cuenta aquello que Mario me ha hecho. La cara de Remei se tiñe de un peligroso rojo y lo único que hace es cogerme de la mano y decirme:

Remei: Vamos a hablar con Ana Luna.

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