Capítulo 185

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CAPÍTULO 185

*narrador omnisciente*

Ana se agacha para recoger del suelo el gorro de Peter Pan. Roza su mano con el pelo de Manuel de forma intencionada, mientras se lo coloca. En ese momento, él se da cuenta de que no sigue siendo inmune ante su mirada, eso es algo que nunca cambiará, pase lo que pase. Los envolventes ojos marrones de la chica penetran en los destellos grises del chico, provocando un maremoto de emociones. Sus amigos no pasan por alto esta conexión.

Mauro: Bueno, sí, esto... - disimula - Nosotros nos vamos de luna de miel. - agarra a Mendicuti del brazo.

Marta: Y yo... - medita la rubia - Seguro que tengo alguna humillación pendiente. ¡He de ir a mirar mi agenda!

Y de esta manera desaparecen de la habitación para darles intimidad. Ellos siguen mirándose, aunque han emitido una breve carcajada.

Ana: ¿Puedo hacerte una pregunta? - él asiente - ¿Qué es lo que más te duele de todo?

Manuel traga saliva, sintiéndose abrumado por los malos recuerdos. Ella le da la mano, para transmitirle su fuerza.

Manuel: Que alguien tuviese el poder de dominar mi vida... Que yo la hiciese caso... - le acaricia el dorso de la mano - Que no hubiese encontrado otra forma de encararla... Verte todos los días metida en ese agujero negro, sabiendo que yo lo había provocado y que yo podría haberte sacado. Que se quede tan ancha después de todo el mal que ha causado...

Ella no puede evitarlo y lo abraza con fuerza, poniéndose de puntillas para poder apoyar la cara en su hombro. El frío se desvaneció, hacía tiempo que no se sentía tan resguardada.

Ana: Ya no importa lo que pasamos, porque tú hiciste todo lo que estaba en tu mano para poder salvarme y para que me enterase de la verdad. Y lo conseguiste. Así que deja de martirizarte. - le susurra al oído.

Manuel: Cuando pasó lo de Lluc... - solloza.

Ana: Cuando te vi en la azotea pensé que volvería a repetirse la historia... - se separa para mirarlo a los ojos, ambos están anegados de lágrimas.

Manuel: Solo necesitaba renacer. Y, de hecho, creo que me falta una pequeña cosa para conseguirlo del todo.

Le acaricia la mejilla con manos temblorosas, como si fuera la primera vez en su vida que sus cuerpos se ponen en contacto. Se inclina con sumo cuidado, sellando su renacimiento con un acogedor beso.

Ana: ¿Y ahora qué crees que pasará con Iago? - pregunta ella, separándose tan solo un milímetro de él.

Manuel: Esperar que nunca encuentre este instituto. Y si hace falta, nos largamos de aquí. Tú y yo.

Ana: ¡Nos vamos a Nunca Jamás! - exclama, soñadora. Aunque justo en ese momento se dan cuenta de que pueden cumplir esa, hasta ahora, utopía.

Manuel: ¡Por todos los niños perdidos! ¡Que podemos irnos de verdad!

Ana: Tendremos que pedírselo a Daniel. Dudo que rechace nuestra propuesta.

Radiantes de ilusión, acaban tirados en la cama, disfrutando de uno de sus ataques de cosquillas. Ana consigue aprisionar al chico, aguantando sus brazos contra el colchón, para que no se mueva. Empieza a hacerle cosquillas por toda la cara con su nariz, hasta que termina sustituyendo la nariz por los labios. Finalmente, se tumban el uno frente al otro, explorándose todo lo que no han podido explorarse estos meses.

Ana: ¿Sabes que el ramo imaginario que han tirado Mauro y Mendicuti ha ido a parar a mí? - bromea - ¿Sabes qué significa eso? - Manuel esboza una pícara sonrisa.

Manuel: ¿Se avecina boda de Garfio y Smee?

Ana: Menudo bacalao estás hecho.

Manuel: Han pasado los años y sigues confundiéndote, el bacalao es Garfio, no Peter Pan. - Ana le saca la lengua.

Ana: Anda, cierra los ojos, marisabidilla.

Él obedece, sintiendo como ella le coloca algo en su muñeca. Al notar el tacto, sabe perfectamente que es la pulsera de cuerdas azules, aquella que le hizo Ana durante las semanas que pasaron en Masterchef.

Ana: Mientras la pulsera no salga de tu muñeca, estaremos a salvo. Y si por algún motivo vuelve a escaparse, no te preocupes, volverá, porque somos invencibles.

Manuel: ¿Sabes? Hacía mucho tiempo que no te digo que te quiero. Lo echaba de menos.

***

La mujer se sobresalta al oír el timbre de su apartamento, ya ha cenado y no espera a nadie. Grande es su sorpresa cuando, al abrir la puerta, se encuentra delante de un joven cuyo pelo le tapa los ojos, arrastrando una maleta descomunal. Siente un escalofrío helado al conectar ambas miradas, una sensación que le da la respuesta.

- ¿Perseo? - le pregunta al fin.

- Hola, ma... mamá. - le cuesta pronunciar esa palabra.

Las lágrimas empiezan a surcar las mejillas de Olvido, pensaba que ya no volvería a verlo jamás y menos que él hubiese llegado hasta ella.

- ¿Qué te trae por aquí, Perseo? - añade con voz trémula.

El chico entra en la casa, con las orejas enrojecidas.

- Deja de llamarme así, me cambié ese horrible nombre que decidiste ponerme, sentenciando mi horrible destino. Me llamo Iván. 

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