132. Cubos

28 7 3
                                    

Dylan abrió los ojos después de cerrarlos unos segundos. Entonces notó que nada estaba como él recordaba. No había nieve. Estaba bastante frío pero se podía ver la tierra en las jardineras y los pasillos de pequeñas piedritas. El sol también se veía, debía ser el atardecer. Se levantó de golpe totalmente confundido. Miró a su alrededor. Todo se veía en esencia igual, la mansión y hasta el invernadero. Entonces se giró y notó que el árbol detrás de él, donde se recargó antes de cerrar los ojos para pensar, ya no estaba. En su lugar habían varios pequeños arbustos. Se quedó mirando todo eso totalmente paralizado. No entendía qué pasaba. Era como si estuviera en otra parte. En cuanto procesó que definitivamente no se encontraba en el mismo lugar, salió corriendo. Rodeó la mansión y fue a la entrada. No había nieve en ningún lugar y él recordaba que justo ese día lo primero que notó cuando se despertó en la mañana fue en la cantidad de nieve que se veía afuera.
Alarmado y muy angustiado, entró a la mansión rápidamente. Entonces vio a Marie en un pasillo.

Ella estaba usando un abrigo rosa y su cabello estaba suelto. Se acercó a él mientras sostenía dos hojas.

— Te estaba buscando— le dijo ella de buen humor.
— Yo... yo también— dijo Dylan muy confundido.
— Primero yo— dijo ella que se veía muy feliz, nada qué ver con la expresión de su cara que tenía en la mañana cuando se vieron—, tengo los menús para la cena de la fiesta, el chef no se puede decidir...

Ella le entregó dos hojas. Él las miró mientras se sentía un poco mareado. No entendía nada.

— Le pregunté al señor Cassell pero él me dijo que te preguntara a ti porque sabes más de comida que él— le dijo ella con una sonrisa.

Él observó las hojas y no pudo distinguir bien las letras. Se sentía de verdad mareado.

— Eh... este— le dijo a Marie y le entregó una hoja.

Después se acercó a una silla que se encontraba ahí. Se sentó mientras trataba de respirar profundamente.

— ¿Te sientes bien?— le preguntó ella angustiada.
— Estoy bien— mintió Dylan—, ¿Qué día es hoy?
— Domingo— le dijo ella.

Dylan la observó tratando de no asustarse. Cuando él estaba en el jardín, no era domingo.
Por un momento pensó que quizá todo eso era un sueño. Era lo lógico. Quizá él se quedó dormido en el árbol mientras esperaba a Marie y a Sebastian. Pero lo que no comprendía era por qué ese sueño estaba siendo tan nítido. Podía sentir el frío del ambiente, el olor de las plantas de la entrada se percibía hasta ahí y todo le parecía demasiado real... como si lo fuera de verdad.
Entonces Marie tomó sus manos. A él le tomó por sorpresa. Los dedos de ella estaban muy cálidos.

— Estás muy frío— le dijo ella—, ¿Qué estabas haciendo?
— Estaba en el jardín— le dijo Dylan.
— ¿Tú solo?

Él iba a decirle que sí pero entonces Sebastian apareció. Cargaba una caja. Al verlos la puso en el suelo.

— Tengo la vajilla nueva— dijo él de buen humor—, hacía mucho que no íbamos a la ciudad, fue divertido... ¿Está todo bien?

Él miraba a Dylan. El muchacho no supo qué decirle, sólo asintió.
Marie se acercó a Sebastian.

— Espero que nada aquí esté roto— le dijo ella.
— Por supuesto que no— le dijo Sebastian—. Fui cuidadoso.
— Ayer rompiste un plato— le dijo ella.
— Ya dije que lo pagaré— dijo Sebastian—. Además fue culpa del señor Bryce por hacerme reír.
— Debías lavar platos, no ponerte a platicar con él— le dijo ella y se acercó a donde Dylan estaba para sentarse.

Sebastian se acercó a ella.

— ¿Estás muy cansada?— le preguntó él angustiado.
— Estoy muy embarazada— le dijo ella mientras se quitaba el abrigo.

El libro de los amores imposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora