106. Baile

40 6 9
                                    

Issac tuvo un día simplemente espectacular. Fue amable con todos en la oficina, incluso en la reunión que tuvo con algunos ejecutivos. Su asistente comenzó los procesos para que modificaran su departamento puesto que él quería poder recibir pronto a Bryce. Habló con su hermano por teléfono y aunque no parecía optimista al respecto, seguía queriendo ir a la ciudad. Todo iba bien hasta que el señor Hamilton apareció por su oficina. Lo hizo pasar. Él era un senador bastante respetado en la ciudad y aunque ya se habían visto varias veces, no entendía qué hacía visitándolo así.
El hombre entró y se sentó en la silla frente a su escritorio. Issac lo observó con curiosidad.

— Señor Cassell, ha pasado tiempo— le dijo el hombre, era robusto y de cara amigable.
— Medio año si mal no recuerdo— le dijo Issac—, ¿Desea algo de beber?
— No, gracias— le dijo él—. Mi vista será breve. Traigo una invitación, de hecho.

Puso un pequeño rectángulo de papel sobre el escritorio. Issac lo tomó y lo observó con cuidado.

— Mi fundación tendrá una fiesta mañana— dijo él—. Para recaudar fondos. Sería un honor si quisiera acompañarnos junto a su pareja. Nos contaron que acaba de casarse.

Issac lo observó. De repente entendió lo que pasaba ahí. Ese hombre debió enterarse de que él se había reunido con el ejecutivo que quería que apoyara a su candidato para la alcaldía de la ciudad. Dicha persona era del partido político opuesto al del senador. Por lo tanto la invitación personal no era más que un medio para querer llamar su atención. Para tener oportunidad de recuperar su apoyo.

— Ahí estaré— dijo Issac.
— De acuerdo— dijo él mientras se levantaba—. Lo esperaremos.

Luego salió de ahí. Issac se quedó pensando en que esa era la razón por la que no quería involucrarse en la política de la ciudad. Pero quizá ya era tarde para fingir que no le importaba.
Se fue a casa, pidió comida, se la llevaron, cenó y después de leer unos informes, se fue a dormir. Al día siguiente hizo su rutina de las mañanas y fue a su trabajo. Tuvo un buen día a pesar de estar preocupado por la fiesta de esa noche. Trató de ser amable con todos (que no podían creer que él hubiera cambiado tanto) y cuando ya fue muy tarde, volvió a casa para prepararse para esa fiesta. Se cambió de ropa, peinó su cabello y luego fue a su auto que ya lo esperaba afuera. Le había comunicado a Sebastian esa mañana que iría a la fiesta en la ubicación que marcaba la invitación. Sebastian lo llevó hasta ahí. Sería en el salón de un hotel importante. Bajó de ahí y fue hasta el interior del sitio. Nada más entró al salón, todos los ojos estuvieron sobre él. Se sintió incómodo pero lo disimuló bien. Se acercó para saludar a unas personas y casi inmediatamente el senador Hamilton apareció.

— Señor Cassell, bienvenido— le dijo el hombre, se veía tan elegante como todos ahí—. Gracias por venir. La fundación es importante para mí pero sobre todo para mi esposa.

Señaló a una mujer que usaba un vestido azul brillante.

— ¿Su pareja no pudo acompañarlo esta noche?— preguntó él.
— No se encuentra en la ciudad— mintió Issac.
— ¿No vive con usted?— dijo el hombre sorprendido—, ¿Cómo es eso posible? Están recién casados, deberían estar todo el tiempo posible juntos.
— ¿Usted estuvo todo el tiempo con su esposa después de su boda?
— No, claro que no— dijo el hombre de buen humor—. Nuestro matrimonio fue arreglado así que nos tomó mucho tiempo tomarnos cariño.
— Entonces no debería sorprenderle que mi pareja no se encuentre en la ciudad— dijo Issac.

Después un mesero le ofreció una copa y él la tomó. El senador cambió el tema y se puso a hablarle sobre el candidato a alcalde de su partido pero a él no le interesaba. Aún así fingió escucharlo con atención. Se encontraba en eso cuando apareció frente a ellos una mujer castaña de ojos verdes, alta y muy hermosa. Ambos hombres la miraron.

El libro de los amores imposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora