10. Invernadero

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Dylan llegó a la mansión de los Cassell, una casa enorme sobre una colina con paredes rojas y columnas hermosas. Ken lo tomó de la mano para llevarlo adentro porque el piso podría estar resbaloso. Una mujer los recibió y le ayudó a quitarse el abrigo y los guantes. Después los guardó y les pidió que esperaran a la señora en un salón. Fueron ahí. Matty se encontraba cerca de la chimenea leyendo. Al verlos se puso feliz.

— Hola— le dijo a Dylan—, ¿Qué clase te toca hoy?
— Finanzas. Después cocina— dijo Dylan.
— Pero ambas cosas las haces bien. Deberías tomarte el día. Hace frío, deberías estar en tu habitación llena de osos de felpa y libros. Además no creo que mi mamá pueda atenderte hoy. Quiere quitar el papel tapiz de unos lugares y el decorador de interiores aún no llega así que está un poco paranoica. Y papá está molesto porque Bryce sigue aquí así que no es un buen día para estar en esta casa.
— ¿No se fue?— dijo Dylan.
— No. Hay mucha nieve obstruyendo una parte del camino donde debe pasar y como aún no la quitan él no puede irse para desgracia de mi padre.

Katrina apareció impecablemente vestida y peinada, se veía elegante pero abrigada. Los observó.

— Dylan, cariño, perdóname pero olvidé que vendrías. El decorador no llega y arriba todo es un desastre... no creo poder ayudarte en nada— dijo.
— Podrías ir a la biblioteca— le dijo Matty—. Te acompañaré.

Fueron. Ya ahí Dylan tomó un libro, se sentó en el sofá y comenzó a leer. Matty también aunque él no parecía feliz.

— ¿Qué estás leyendo?— le preguntó Dylan.
— Algo de la escuela— le dijo—. Ser universitario es difícil... ¿Tú has pensado en la universidad? Porque te graduarás en junio, ¿No?
— Tu madre dice que estudiaré en línea— dijo Dylan.
— Suena bien— dijo Matty—. Aunque deberás estudiar mucho para el examen de admisión. Ojalá yo pudiera hacer eso. Ir a la universidad es difícil cuando te vigilan todo el tiempo, odio tener guardaespaldas. Aunque debe ser peor ir al instituto con guardaespaldas. No te ofendas Ken pero debes aceptar que a veces eres molesto.
— Disculpe pero sabe que no puedo apartarme— le dijo Ken.
— Sí, Dylan podría un día tener un accidente en su habitación. Podría aplastarlo una avalancha de osos de felpa— dijo Matty entre risas.
— Fue orden de sus padres y de su hermano— le dijo Ken.
— Son unos exagerados— dijo Matty—. Como todo el pueblo. Hemos tenido la maldición por 500 años y la gran mayoría de los casos salen bien. Es más, las parejas siempre terminan viviendo perfectamente. Hasta se enamoran.

Eso era cierto. El director del instituto donde Dylan iba había aparecido en el libro dorado cuando fue joven. Su nombre estaba junto al de una mujer que era cinco años mayor que él. Se tuvieron que casar el mismo día que aparecieron sin embargo esa misma tarde durante la celebración de la boda descubrieron que tenían demasiadas cosas en común. Aunque no fue inmediato, esa compatibilidad hizo que lograran enamorarse de verdad y vivían muy felices. Él siempre le contaba eso a Dylan para hacerlo sentir menos asustado.

— Pero probablemente después de la boda ya no necesitarán un guardaespaldas, ¿No?— dijo Matty.
— No me han dicho nada sobre si seguirán requiriendo mis servicios— dijo Ken.
— Eso depende de mi hermano— dijo Matty—. Él es el del dinero aquí... Ken, ¿Qué harías si ya no tuvieras que ser guardaespaldas?
— No lo sé— dijo Ken—. Quizá sólo me retiraría a las montañas a vivir tranquilamente.
— Eso es lo que haría un ancianito. Tú tienes 35 años— le dijo Matty.
— Me siento más viejo— admitió Ken.
— Vuélvete mi guardaespaldas— le dijo Matty—. Porque el que tengo me da miedo. Issac me quiere mucho, si se lo pido lo hará. Además ya eres confiable porque en diez años cuidaste muy bien de su prometido. Apuesto a que aceptará.
— Sería agradable ser su guardaespaldas— admitió Ken.
— En un mes podrías serlo— le dijo Matty feliz.
— ¿Falta tan poco tiempo?— dijo Dylan.

Lo observaron. Se veía triste. Matty se acercó a él.

— Te juro que será algo bueno— le dijo—. Issac es una persona muy inteligente y amable. Estarás muy bien a su lado. Quizá hasta te enamores de él. Les ha pasado a muchos en la maldición... aunque no es como si les quedara de otra dada la situación pero...

Dylan pareció asustado.

— ¡Olvida eso que dije!— aclaró Matty alarmado—, ¡Piensa en cosas buenas! ¡Sé optimista!
— Mejor salgamos afuera— dijo Ken—. Un poco de aire nos vendrá bien a todos.

Fueron al jardín junto al invernadero. Todo estaba repleto de nieve. Ken sostuvo la mano de Dylan. Ya ahí Matty se puso a hacer un muñeco de nieve mientras hablaba sobre lo genial que sería vivir en esa casa sin embargo Dylan no parecía feliz. Se dedicó a quedarse de pie mirando todo aunque realmente estaba perdido en su mente. Matty y Ken se dieron cuenta de eso.

— Hay que ver los árboles—le dijo Matty mientras tomaba su mano y se lo llevaba detrás del invernadero.

Caminaron hasta ahí cuando se encontraron con Bryce. Estaba recargado en la pared fumando.

— Mejor vayamos a la cocina— le dijo Matty nervioso—. A hornear algo.

Se dio la vuelta y se llevó a Dylan. Se encontraron con Ken.

— ¿Qué pasa?— les dijo.
— Bryce está ahí— dijo Matty—. No hay que molestarlo.
— De acuerdo— dijo Ken—. Podrían hacer otra cosa.

Dylan soltó la mano de Maty.

— Espérenme en la cocina— les dijo—. Iré en un momento.
— ¿A dónde irá?— dijo Ken.

Dylan sólo lo miró. Matty intuyó lo que planeaba.

— No hay que molestar a Bryce, es casi una regla— le dijo preocupado—. Todos lo saben.
— Quiero preguntarle algo— dijo Dylan.
— Él tiene un humor terrible todo el tiempo, se va a enojar— le dijo Matty—. Que no haya sido malo contigo antes no significa que no pueda serlo.
— ¿Ha sido malo contigo?— le preguntó Dylan.

Matty sólo lo observó. Desvió la mirada.

— Iré a la cocina— dijo y se fue.

Lo observaron irse. A Dylan le pareció extraño que Matty se portara así, casi parecía que quería evadirlos. Pensó en seguirlo para preguntarle pero decidió primero ir con Bryce.

— Iré en un momento— dijo Dylan.
— No puedo abandonarlo— le dijo Ken.
— Estaré bien— le dijo—. Espérame en la cocina. Podrías alistar algunos ingredientes por mí. Quiero hacer una tarta.
— ¿Tarta de qué?
— De manzana— dijo Dylan.

Ken suspiró.

— Bien. Pero no debe tardar— le dijo.

Dylan asintió y lo observó irse. Después caminó hasta detrás del invernadero. Desde ahí se veía la calle. Estaba vacía pero aún así Bryce la miraba. Dylan dudó en acercarse pero lo hizo. Se sentía muy nervioso. Entendía perfectamente porqué Matty no quería que se acercara. Bryce tenía una reputación muy mala. Básicamente se había peleado con casi todos en el pueblo alguna vez. Tenía fama de ser violento. Sin embargo se veía muy tranquilo en ese momento. Lo dudó un poco pero se acercó.
Bryce no lo miró. Iba a decirle algo cuando sorpresivamente él habló.

— Estás lejos de ellos— le dijo con su voz profunda.
— Quería hablar contigo— admitió Dylan sintiéndose muy nervioso.
— ¿Sobre qué?— dijo Bryce.

Dylan se sentía muy angustiado. Bryce parecía muy serio así que se arrepintió de hablarle y dijo lo primero que se le ocurrió.

— Sobre... tartas.

Bryce lo miró unos segundos, como si analizara su rostro.

— ¿Viniste hasta aquí para hablar de tartas? No lo creo— dijo—. Si hay algo que quieras decir, hazlo.

Inhaló humo y después lo soltó. Dylan lo observó desaparecer en el aire. Se sentía nervioso pero decidió juntar todo el valor que tenía para hablar.

— ¿Por qué... tienes problemas con tu familia?— dijo con dificultad.

El libro de los amores imposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora