Capítulo 128. - Una situación complicada

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Janet luchó por escapar con todas sus fuerzas, trató de morder la mano del conductor y pateó sus piernas. Sin embargo, ella no era rival para el hombre, quien la arrastró fuera del auto sin esfuerzo.

Por su parte, Hannah estaba intentando ayudar a Janet cuando el conductor la pateó: "¡Aléjate de mí, maldita anciana!".

Luego, jaló la puerta del coche y la dejó encerrada en el interior.

"¡Hannah!", Janet gritó desesperada mientras una gruesa lágrima escurría por su mejilla derecha. Entonces, sin pensarlo dos veces, ella tomó rápidamente un bolígrafo que estaba por ahí y se lo clavó al hombre en la palma de la mano.

"¡Auch! ¡Maldición!", él aulló de dolor al mismo tiempo que su rostro se ponía color escarlata y las venas azules de su frente sobresalían. Enseguida, agarró su temblorosa muñeca y la sangre goteó desde la punta del lapicero.

Aprovechando esta oportunidad, Janet escapó hacia el espeso bosque.

Embravecido, el conductor se arrancó la mascarilla y sacó el bolígrafo de su palma, se chupó la herida y escupió la sangre a un lado. "¡Te voy a dar una lección que no olvidarás, estúpida!", gritó a todo pulmón, agarrando el cuchillo de su pantalón y persiguiendo a Janet.

Esta última se alejó tan rápido como pudo sin mirar atrás.

Después de pasar corriendo por el bosque de arces, la joven llegó a un sembradío de maíz donde los tallos eran más altos que un hombre promedio y se mecían con el viento.

Exhausta, Janet ya no podía correr más, así que se inclinó un momento y jadeó por respirar.

Estaba tan agotada que incluso se sentía mareada.

Pero entonces, se dio la vuelta y descubrió que el conductor todavía la perseguía.

Sabiendo que no era rival para él, Janet decidió esconderse entre los enormes tallos de maíz.

De repente, el aire sopló con fuerza y el sonido de los pasos se hizo más fuerte y resonante.

Acurrucada en el maizal, ella contuvo la respiración y escuchó atentamente al hombre que se acercaba.

"¡Sé que estás aquí, perra!", él exclamó lleno de ira.

Pero entonces, Janet hizo un movimiento que provocó que las hojas de maíz crujieran, y por ende, el conductor volteó a verla con una sonrisa demoniaca.

"¡Te encontré, maldita!".

Ella dejó escapar un grito desgarrador y nuevamente quiso huir, pero el hombre la agarró del cabello y la arrastró, tirándola al suelo con un ruido sordo.

"¡No debiste haber hecho esa llamada telefónica! ¿Y cómo te atreves a atacarme? ¡Cavaste tu propia tumba, zorra!", el conductor jaló a la joven fuera del campo de maíz con una mirada feroz en sus ojos, se puso en cuclillas frente a ella y la abofeteó dos veces.

"¡Por favor déjame ir! ¡Te daré más dinero!", ofreció Janet, sintiendo un dolor agudo que la dejó aturdida.

Incluso pudo percibir el sabor rancio de las gotas de sangre que se deslizaban por la comisura de su boca.

Entretanto, el conductor la agarró por la barbilla y la miró con lujuria. Luego, sacó su cuchillo y le rasgó la blusa, quedando boquiabierto ante la tersura de su piel suave. "Vaya...", gimió él: "¡Dios, eres hermosa! Creo que me voy a divertir un poco contigo antes de asesinarte".

Janet forcejeó y le rasguñó la cara, lloró desesperadamente y le advirtió: "Ni siquiera pienses en tocarme, ¡te mataré si me pones un dedo encima!".

Tocándose las heridas del rostro, el hombre se volvió loco de rabia, por lo que abofeteó a la joven otra vez y le arrancó la blusa: "¡Vete a la mierda, perra! Ahora sí te mataré, pero antes, ¡te haré mía!".

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