—Buenos días —saluda mi madre.
Deja el periódico que leía a un lado y me mira, fijándose en mi mejilla.
—Anoche tropecé cuando bajé por un poco de agua —explico antes de que se preocupe más.
—Con razón los trozos de vidrios.
—Buenos días —le sonríe a Royce cuando entra a la cocina.
—Hola corazón —lo besa—. Siéntense a comer.
Deja una panqueca en cada plato y sirve un poco de jugo.
Estoy desayunando, ¿ya saliste?. Le escribo a Martha y espero a que me responda.
—Hoy Royce nos llevará al trabajo y a clases ¿no? —lo mira divertida.
—No estaría mal —doy un sorbo al jugo y lo miro—, voy tarde a clases.
—Dafne... Nada más te llevaré a ti. Tengo un compromiso y tu trabajo me queda más cerca.
—No hay problema. Puedo irme en autobús o en taxi —añado después.
Como más rápido para poder llegar a tiempo. La parada de autobús queda lejos de la casa, por tal para cuando me decido ir en taxi ya estoy cansada y sudada.
Espero a que pase uno pero parece que pasará una eternidad. Mi teléfono suena; es Martha.
—Ya hemos entrado, ¿dónde estás?
—Aún estoy lejos.
—El profesor te hará ir a coordinación.
—Lo sé, lo sé.
Un taxi se estaciona al frente y en un intento desesperado en agarrarlo, cruzo la calle sin fijarme en el semáforo. Algunos conductores me insultan y tocan las bocinas.
—Mueve esas nalgas —escucho a mi amiga decir al otro lado de la línea.
Termino de cruzar sin fijarme en los autos que vienen y segundos después siento un fuerte golpe que me deja insconsciente.