Meses después mi madre ha organizado una cena y me dice que puedo invitar a mi amiga y por supuesto que acepto.
—¡Y entonces terminamos en su habitación! ¿Puedes creerlo? —cuenta mi amiga su última experiencia con un chico.
No puedo creerlo, yo seré la única que llegaré a ser como una de mis tías... Señorita hasta los sesenta, y no bromeo, su nombre es Elizabeth.
—¿Me estás escuchando?
—Claro. Escucho con los oídos, es obvio ¿no? —bufa. El timbre suena y no hago ni el mínimo intento de levantarme.
—¡Abre cariño! ¡Ya ha llegado! —ordena mi mamá desde la cocina.
A regañadientes me dirijo a la puerta, y al abrir él está al otro lado. Si mal no recuerdo, usa un traje parecido al de aquella vez, pero ahora más informal. Trae una botella de vino en manos y hace el ademan de entrar pero lo detengo.
—Si piensas venir a diario a mí casa, de una vez te digo que te declararé la guerra. No sé porqué, pero créeme que me has caído pésimo —me cruzo de brazos y él ríe.
—Ha estado declarada desde hace mucho. Cuando me ensuciaste en aquel restaurante ¿si recuerdas? —dice antes de pasarme por el lado golpeando mi hombro.
Hemos empezado a cenar y todo es un completo silencio. Mi amiga está a mi lado, el chico estúpido al lado de mi madre quien sonríe a menudo y es obvio que están agarrándose de las manos por debajo.
Carraspeo.
—Es hora de decirte algo hija —toma de su vaso y me mira.
Meto un trozo de pollo horneado a mi boca y la miro con atención.
—Seré rápida y directa.
—¿Y bien? —hablo cubriéndome la boca llena con mi mano.
—El chico que tengo a mi lado, es... mi nueva pareja —escucho eso y por poco escupo el pollo. Pero me contengo y comienzo a toser—. ¿Estás bien? —pregunta son preocupación.
—Sí, muy bien. ¿Qué edad dices que tienes? —me dirijo al chico.
—Hija...
—¿Podemos hablar a solas un momento? —la miro y me pongo de pie.
Me adelanto a la cocina y al llegar me apoyo del refrigerador cruzada de brazo. Inhalo y exhalo.
—Dime —por fin llega.
—¿Me puedes explicar? —choco mis uñas con el metal del refrigerador.
—¿Quién es la madre? —pregunta divertida.
—¡Claramente tú no lo eres! Estás con un chico que parece de mi edad.
—No tiene tu edad.
—Claro —volteo los ojos—. ¿Has estado ya con él?
—Son cosas personales.
—Es menor que tú, y no sólo eso. ¡No es un chico normal con el que podrás salir a pasear, comer helado o ir al cine!
—Eso es para adolescentes.
—Y tú estás actuando como una, ¿no crees? —espeto.
Ella entrecierra sus ojos y sopla fuertemente.
—Debes dejar que rehaga mi vida ¿ok? No me estancaré en pasar la vida buscando a otro chico cuando ya he conseguido al indicado. ¡Y lo quiero!
Dicho eso sale de la cocina.
Volvemos a retomar la cena o más bien, incomodísima cena. Yo no paro de mirarlo y detallarlo hasta en lo más mínimo hasta que termino de comer y cojo mi plato para lavarlo. Rato después, alguien deja los suyos a un lado.
—Puedes hacerlo tú, Martha —digo mientras seco mis manos.
—¿Y si no quiero? —doy la vuelta sin imaginar que él estaría tan cerca.
—P... pues, deberías hacerlo. ¡Aquí no hay servidumbre! no sé si donde tú vivas sí pero claramente no ves a chicas regadas por aquí atendiéndonos.
Suelto la toalla con la que me he secado las manos para salir pero él aclara su garganta.
—¿Sabes que eres una chica que actúa como una niña? —abro mi boca incrédula ante lo que ha dicho y hago puños mis manos—. Que no acepta que su madre haya conseguido a alguien mejor de lo que tú podrías conseguir.
¡Qué egocéntrico!
—Para tu información tengo a un chico mejor que tú y su nombre es Esteban.
Él da unos pasos hacia mi.
—Me encantaría conocer lo idiota que es al andar con una chica como tú.
Suelta y no aguanto las ganas de ver mis manos en su mejilla.
—¡Amiga! —chilla Martha entrando a la cocina cuando él sostiene mi mano la cual iba directo a su rostro. Ella nos mira—. Quería pedirte algo de ropa para dormir —habla nerviosa y me suelto bruscamente de él.
—Claro, vamos —tenso mi mandíbula y lo miro—. Mira Robert o como sea tu nombre, yo no soy ninguna niña tonta... y si quieres que iniciemos la guerra, cuánto antes mucho mejor.
Salgo con mi amiga hacia la habitación y ella suelta un chillido.
—He visto cómo te miraba el trasero.
—No digas tonterías, además no creo que tenga algo que ver. Bueno sí, una tabla de surfear —reímos.
—¡Créeme cuando te digo que te está creciendo amiga! —bromea y golpeo su hombro.
—Ya durmamos —pide envolviéndome con las sábanas.
Y antes de darme cuenta, tiempo después lo comienzo a ver de una manera diferente. Cuando quiero darme cuenta, es porque ya he caído en los estúpidos encantos de la pareja de mi madre.
Fin del flash back.