Un mes después...
Me encuentro viendo una película mientras como palomitas de maíz. El sonido de la puerta abrirse hace que mire hacia allá en donde él viene entrando; me sonríe y se acerca.
—Pensé que llegarías más tarde. No te guardé de comer —le digo después de dar un corto beso en sus labios.
—Yo pensé que llegaría igual, pero fuimos a casa de uno de los chicos por su cumpleaños.
Ocupa el otro espacio del sofá.
—¿Tienes hambre? ¿Quiere que te prepare algo? —dejo el tazón con palomitas en su rezago.
—Te ayudo.
Últimamente no comemos en casa, él sale temprano y yo hago lo mismo con Martha fuera después de pasear al centro comercial o al parque. Es algo ya típico en nosotras.
Abro las gavetas encontrándome con cajas de cereales; me hubiese gustado prepararle algo mejor pero él opta por comer eso. Por lo que vierto la leche en un tazón y dejo que él eche la cantidad de cereal a su gusto.
Rápidamente lo come.
—¿También quieres ensalada de frutas?
—No, puedes quedarte sentada. La haré yo. Ni que fuese tan difícil —río.
Él busca en el refrigerador y saca al menos cinco frutas diferentes.
—¿Puedes echarle crema? Me fascina así —me acerco a él apoyando mi mentón en su hombro.
—¿Mucha o poca?
—La primera opción.
Me siento sobre el counter y observo sus movimientos. Por último agarra la crema echándola sobre las jugosas frutas y me entrega el tazón que me corresponde. Se sienta a mi lado y comienza a comer del suyo.
Termino antes que él y por eso quito con mi cubierto algunas fresas de su plato y río cuando lo escucho quejarse.
Lava los platos una vez que terminamos y vuelve al lugar que ocupaba anteriormente.—¿Has hablado con tu hermana?
—Le hablé esta mañana.
Entrelazo nuestras manos.
—¿Sobre qué hablaban?
—No seas curiosa.
—Bien —hago puchero—. ¿Me pasas esa manzana?
—¿Comerás otra vez?
—Vamos, es una manzanita —digo divertida. Él obedece y me entrega la manzana no sin antes darle un mordisco.
Acabo con la manzana dejándole solo el centro. Llevamos rato aquí sentado mientras conversamos y reímos de cualquier tontería. Siento mis mejillas tornarse de un color carmín cuando él menciona que tenemos meses sin estar juntos de aquella manera.
—Tus menillas rosas se ven tiernas.
—¡Déjame! —golpeo su hombro.
—¿Por qué? Tengo razón, ¿o no?
—Bueno... sí. ¿No crees que deberíamos de ir a dormir ya? No creo que amanecer aquí sea cómodo.
En vez de recibir una respuesta siento sus labios carnosos chocar con los míos. Él quita los mechones de cabello que cubren parte de mi cara dejándolos detrás de mi oreja y baja del counter para luego pararse al frente con ambos brazos a los lados. Me inclino hacia él lentamente y al estar muy cerca cierro los ojos. Sus labios chocan nuevamente con los míos haciéndome sentir que no existe nadie más, sólo él y yo.