—¡¿Por qué lo hiciste?! ¡¿Se te aflojó un tornillo?! No sabes cómo me asusté al verte así sangrando y más blanca que una hoja. Realmente estás mal —me regaña Martha mientras camina de un lado a a otro.
Río y mi amiga me mira levantando una ceja.
—¿Qué es gracioso? ¿Verme preocupada?
—No... Discúlpame. No sé que pasó por mi mente cuando lo intenté. Pero ya ves, hasta para eso soy estúpida. El doctor me ha dicho que no rozó ninguna vena. ¿Llamaron a Mark?
—Claro —sonríe—. Ya debe estar por llegar.
—¿Cómo reaccionó? ¿Qué le dijiste?
—¡Como todos! Nos asustaste mucho.
La puerta se abre y Royce asoma la cabeza. Me siento extraña cuando hago contacto visual con él.
—¿Me dejas un momento con ella?
—Sí. Pero hey, aún tengo ganas de patearte ¿ok? —Martha se acerca y me sonríe—. Estaré al pendiente para cuando Mark llegue. Y Royce, pendiente no vaya a ser que mi loca amiga intente aventarse por la ventana.
Cuando Martha sale dejo salir un suspiro y me cruzo de brazos.
—¿Qué pasó por tu mente para hacer eso?
—Nada.
—Siento que fue por mi culpa.
—Al momento pensé que sería una buena idea pero ya descarté eso. Entiendo que no todas las cosas me saldrán como yo espero y quiero.
Abren nuevamente la puerta y esta vez entra Mark, al verme sonríe y se acerca a mí para besarme. Detrás de él viene Alisson con un precioso bebé en brazos.
—Andrés quería conocerte.
Deja el bebé a un lado y éste observa todo con curiosidad.
—Hola —le digo mientras acaricio su mano—. Eres un bebé muy hermoso, Andrés.
—Hola —saluda mi madre entrando. Deja unas hojas sobre una mesa y se acerca a mí—. Ya puedes irte. En unos minutos vendrá la enfermera con la orden —mira al bebé—. Qué ternura. Te ves muy bien con un bebé en brazos hija. ¿No es así, Royce?
—Sí.
(...)
El mismo día que intenté hacer aquella estupidez mi madre me pidió que me quedará con ella esa noche porque temía que intentara hacerlo nuevamente. Han pasado varios días y la herida casi que está cicatrizada.
Me encuentro con Martha en un bar, y veo desde la barra cómo baila con un chico. El hombre de la barra me da la bebida que pedí minutos antes y doy pequeños sorbos en la misma.
Me siento mareada y eso que no son ni las tres de la mañana; hemos estado bebiendo desde que llegamos y mezclando todo tipo de tragos.
—Estoy... agot... agotada, amiga —habla Martha mientras alarga las palabras.
—¿Nos vamos? —sugiero—. La verdad no me hallo aquí. Debimos escoger otro lugar.
—¡Ya pues! Págale al papi chico de la caja y vámooonos.
Ríe y termina con lo que queda en mi copa. Le pago al chico, después de recibir el cambio salimos de allí.
—Rayos —Martha golpea el volante.
—¿Qué?
—Olvidé cómo conducir, ups —ríe mientras despeina su cabello.
—Martha, ¡vamos! —le animo.
—Está bien, está bien —intenta echarse aire con las manos—. Espero que esta vez no termines en un hospital por mi culpa.
Después de varios mi minutos en ese estacionamiento enciende el motor y salimos. Ella ríe mientras conduce e incluso baja las ventanas haciendo que la brisa nos despeine.
—¡Wooh! ¡Viva la vidaaa! —grita mientras saca la cabeza por la ventana y agita sus brazos.
—¡Martha! ¡Deja de hacer tonterías y conduce bien!
Estamos por llegar a la calle donde vivo cuando noto un auto siguiéndonos y una luz sobre nosotras.
—Martha, detén el auto.
—¿Por? No seas amargada. ¡Mira! Como en un parque de diversiones. ¿Acaso no es divertido? —pregunta y sigue manejando locamente.
—¡Martha detén el auto! ¡Ya! —busco entre mis cosas caramelos de menta y le entrego uno—. Actúa normal, por favor.
—¿Por qué debo fingir actuar normal?
El auto que nos seguía nos pasa y frena frente a nosotras. Es una patrulla.
Las luces de su sirena me molestan y debo mirar a otro lado.—Hola señoritas. ¿Son conscientes de la manera tan irresponsable al conducir?
—Lo siento señor policía. No tomé clases para conducir, o bueno sí pero no para cuando estoy ebria.
—Martha... —hablo entre dientes.
—¿Quiere un caramelo de menta? Mi amiga insiste en que debo comerme uno pero no entiendo porqué.
—Identificación, por favor.
Busco la mía y se la entrego. Intercambia unas claves por la radio y espera a que Martha le dé la suya.
—¿Y si nos fugamos? —susurra mi amiga con una sonrisa—. No sé dónde dejé mi identificación.
—¿Y bien señorita?
—Mi perro se la comió, oficial.
—Deberán acompañarnos.
—¡¿Qué?!
—Como escuchó. Están detenidas hasta que amanezca y alguien vaya por ustedes.