Camila
Me siento cansada, muy dolorida. Aquí todo es oscuro y temo no hallar la luz. Algo cálido acaricia mi mano y siento que me protege. Escucho susurros pero no puedo reconocer aquella voz. Intento abrir los ojos y los párpados me pesan.
Siento algo húmedo en mis labios, me desespera no poder dar alguna señal de que estoy consciente. Una luz se aproxima y eso sólo puede significar una cosa, hago un gran esfuerzo y muevo mi mano... Inmediatamente siento voces a mi alrededor y cómo tocan varias partes de mi cuerpo. La oscuridad va desapareciendo cuando una insoportable luz aparece, mis párpados pesan menos y alguien tira de ellos.
—No fue un estímulo. La paciente despertó.
—¿Le aviso a sus familiares?
—Sí.
Cuando abro mis ojos la claridad recala en ellos obligándome a cerrarlos rápidamente. Una punzada atraviesa en la parte baja de mi cabeza y me quejo.
—Señorita Camila —al escuchar eso abro los ojos nuevamente, adaptándome a la claridad—, no hable ni haga movimientos bruscos porque podría ser doloroso. ¿Puede escucharme?
—Si... —mi voz es inaudible.
—Bien. Voy a hacerle una serie de preguntas las cuales puede contestar con asentimientos leves o parpadeando.
Me pregunta muchas cosas y decido responderle parpadeando porque al asentir me duele mucho la cabeza. Más doctores entran, uno de ellos se presenta como el neurólogo y me examina para luego dar la orden de realizarme otras pruebas.
—Vamos a sedarla señorita —abro los ojos sosprendida.
Me siento como en una telenovela con tantas personas al pendiente de mí.
Una chica inyecta algo en la solución que pasa por mi vena y todo a mi alrededor comienza a nublarse rato después.(...)
Algo húmedo está sobre mis labios, intento asociarlo con lo que sentí anteriormente pero no es lo mismo. Esta vez se siente tan irreal.
—Gracias a Dios reaccionaste cariño.
Esa es la voz de mi madre.
—Mami...
—¡Hija!
Cuando abro los ojos ella está a un lado. Sus ojos están tan hinchados y se ve feliz de tenerme despierta.
—Tengo frío...
—Voy a llamar al doctor.
Un señor entra y comienza a chequearme. Revisa todos los aparatos que hay alrededor para después dar una muy buena respuesta sobre mi estado. Él se retira, tan pronto la puerta se cierra, vuelve a abrirse y es Martha quien se aparece.
—¡Amiga! —chilla y prácticamente se me tira encima. Me quejo y ella parece estar arrepentida—. Lo siento.
—Lo único que recuerdo es tu chillona voz diciéndome que llegaré tarde a clases.
—Sí, perdóname.
—¿Pero qué me pasó? —cada vez que digo algo siento un poco de dolor.
—Después te cuento... lo único bueno es que no has perdido la memoria.
—¿Y tú quién eres?
—Camila —se endereza y me mira aterrorizada.
Intento reír pero el dolor corporal me lo impide.
—Es broma.
—No seas estúpida, no juegues así.
Ubica una silla a un lado y se sienta. Se ve tan feliz, no deja de sonreír.
—Adivina quién se preocupó muchísimo por ti.
—Esteban.
—No, si el muy estúpido vino y Royce lo ubicó... Después se fue como perrito arrepentido —ríe—. Royce, fue él quien se preocupó mucho por ti. Obviamente todos estábamos asustados pero él igual, y es bien que él lo haya hecho.
Sonríe mientras juega con mis dedos.
—¿No te duelen las nalgas? Llevas mucho tiempo acostada.
—No me hagas reír —alzo la mano.
—He vuelto —miro hacia la puerta. Está mi madre y el doctor viene entrando también—. Martha, ¿no has visto a Royce?
—No, fue el último en entrar a ver a Camila —sonríe cómplice.
No quiero pensar que eso que sentí sobre mis labios fueron los suyos. Él no haría algo así.
—Va a estar en observación durante dos horas más para asegurarnos de que no hayan consecuencias mayores. Después la pasaremos a una habitación.
—Gracias doctor —dice mi madre.
Estoy cansada de estar en esta posición totalmente recta, un collarín alrededor de mi cuello y algo cubriendo parte de mi cabeza.
—Con permiso —el doctor da un asentimiento y se retira.
—Voy al baño y compraré algo de comer.
Mi madre sale dejándome con Martha quien se sienta y comienza a leer unas indicaciones que están al lado de la camilla.
—Camila —me tenso al escuchar su voz. Desvío mi vista y lo veo entrar.
Ella rápidamente me mira y sonríe.
—Los dejo solos.
Me guiña antes de salir y cierro los ojos un momento.
—Me alegra que estés bien.
—Gracias —respondo sin mirarlo.
—¿Por qué no me miras?
—Ahora... lo estoy haciendo —centro la mirada en él.
Siento pena por como estoy; mis ojeras son horribles y mis labios están resecos. Lentamente se acerca y cierro los ojos, pero cuando pienso que va a besar mis labios deja un beso en mi frente.