Royce
Llego a la habitación y me encuentro a Dafne prestando atención al televisor.
Saco algo de ropa del bolso y me paro frente al televisor para dejar mis cosas en el peinador.—¿Me darías un permiso? —pide cortantemente. Me doy la vuelta para observarla y al notar cómo luce mi labio se alarma—. ¿Qué te paso?
—Con los chicos, estábamos en la piscina y me golpeé.
Me quito la camisa y la dejo sobre la cama.
—Amanecerá más hinchado —se preocupa.
—Tal vez.
—¿Te ayudo? Buscaré un algodón...
—No te preocupes, ya lo hice.
Después de darme una ducha, cepillo mis dientes y vuelvo a la habitación en donde Dafne vigila cada movimiento. Suspira y hace el ademán de hablar, pero ladea su cabeza sin decir nada.
—¿Qué ibas a decir? —pregunto colocándome algo para dormir.
Relame sus labios, junta sus manos y habla cabizbaja.
—Quiero disculparme por como estuvimos ayer. De verdad que sí, estaba celosa, pero no podría dejarte ir por unos estúpidos celos. Yo sé que si tú llegaras a tener otra chica me lo dirías ¿no?
Sacudo mi cabello y me adentro a la cama.
—¿Y qué con lo que me dijiste? Te atrae alguien más.
—Es nada más eso, atracción. A ti es a quien amo, Royce —sonríe a medias—. Necesito que nos disculpemos, todo esto me hace sentir mal.
—No tengo nada que disculparte. Ahora a dormir porque mañana debemos volver a casa.
—Te amo, Royce.
Quiero decirle que yo también me siento mal por todo, por mentirle, por estar con ella cuando todo lo que sentía se ha esfumado y que no me alejo por no lastimarla.
—Buenas noches.
(...)
Al día siguiente cuando despierto Dafne termina de ordenar sus cosas. Mi labio amaneció normal y es algo que agradezco. Me aseo y rato después comienzo a recoger mis cosas que yacen en la habitación. Cuando termino, bajo al comedor donde desayunan y me uno a ellos.
Dafne junto a Martha terminan antes, por eso comienzan a recoger las cosas que hemos traído para la cocina.
—Tu labio no amaneció hinchado.
—Por suerte el señor Hulk no pudo esta vez —bromeo con Camila.
Hemos terminado de desayunar y seguimos sentados.
—Amor, lleva esas bolsas al auto y tú hija, ayudalo.
Dafne va dejando las bolsas en un rincón. Daniel se une a nosotros ayudándonos a llevar las bolsas. Debemos ir y volver varias veces, es agotador pero debemos desocupar antes de las diez.
—Esto es mejor que lo lleve alguien en las piernas porque es de vidrio.
—Dámela —la agarro y la aseguro entre unos bolsos.
—Iré por más cosas —avisa Daniel.
Algo blanco en los bolsillos del asiento delantero capta mi atención: exámenes de laboratorio. Es un sobre blanco, y es raro ver algo médico en el auto. Lo agarro, y frunzo el ceño.
—¿Camila? —pregunto buscándola con la mirada.
—¡No te acerques! —exclama—. Estoy haciendo pís. Lo siento, no llegaría al baño.
—De acuerdo —río—. Oye, ¿sabes qué es esto?
—¿Qué?
—Es un sobre blanco de laboratorio.
—No sé, pero ábrelo.
—¿Crees que sea buena idea?
—Yo que tú lo haría.
—Bien, lo haré.
Me recuesto al auto.
—Luego me dices qué es.
—¿Te falta mucho?
—Ya casi.
Comienzo a rasgar el sobre con cuidado de no dañar lo de adentro. Estoy por sacar la hoja cuando un grito de Camila me sobresalta.
—¡Un cangrejo! ¡Un cangrejo!
Se abalanza sobre mí tirándonos en la arena.
—¡Ya se ha ido a su hueco! —digo molesto.
—¿Seguro?
—¡Si!
—¡Mentira! De seguro quieres vengarte por lo de anoche y... y sigue cerca. Empezó a mover sus manos.
Mira a todas partes tratando de dar con el mismo.
—No son manos —volteo los ojos—, y me estás aplastando.
—¿Qué es?
—Yo les diría pinzas.
Se pone de pie y no tardo en hacer lo mismo.
—¿Leíste lo que encontraste?
—Se lo llevaré a tu madre mejor.
—Me parece buena idea.