Hace una semana tuve cita con el doctor donde aseguró que ya estoy mejor. Aunque no me quitó la venda al menos me dejó una más pequeña; y lo que no me gustó fue saber que tuvieron que quitar un poco de cabello el día del accidente. Ojalá y crezca rápido.
Me incorporé a clases y lo que me tocaba copiar era una pesadilla, sin contar los exámenes que tuve que presentar en un solo día. También debo mencionar que me siento mal con Mark porque desde que fui al hospital no he podido ir a verlo por la universidad, pero estuve explicándole y entendió.
Más cajas han llegado con cosas para la sala como mesa, sillas, pequeños sofás, cuadros y cosas mínimas.
Escucho mi celular sonar, sé que se está agotando la bateria; busco entre mis cosas el cargador y lo conecto. Sigo cargando cajas, desempacando cosas. Llevo una a la habitación y aprovecho de acostarme un momento.
Él se aparece en mis pensamientos; está sonriendo y luce atractivo.
—Estoy mal —murmuro—. Necesito, sin duda, sacarlo de aquí —llevo la mano al lado izquierdo de mi pecho.
El celular enciende notificando llamadas perdidas y mensajes. Vuelve a sonar pero ahora es una llamada entrante. Me levanto para ir a contestar, pero el timbre suena y quién sea que esté tocando se ve impaciente.
Corro a la puerta y al abrir, volteo los ojos con molestia. Frunzo el ceño porque él ha entrado con autoridad a mí apartamento.
—¿Qué haces aquí?
—Necesito hablar contigo, necesito preguntarte algo que me ha estado dando vueltas y vueltas...
—¿Y no te mareas?
—Debes responderme... con la verdad.
Cierro la puerta. Cargo una caja que pesa horrores y él lo nota porque se ofrece para ayudarme.
—¿Bien? ¿has venido a quedarte callado?
Rompo la caja encontrando un bonito microondas.
—¿Sientes algo por mí?
Hubiese preferido que se quedara callado. Esa pregunta me toma por sorpresa y dejo caer la tijera que tenía en manos para abrir las cajas.
—¿De dónde sacas eso?
—No importa de dónde lo saqué, sólo responde. Dime Camila, ¿qué sientes por mí?
—Estás hablando tonterías. ¿Quién te ha dicho eso?
—Tus acciones. Tú misma me lo has dicho indirectamente.
—Yo... ¿Quién te dijo eso? —insisto.
—Un pajarito.
—No vengas con pajaritos, pollitos ni loritos. ¿Quién ha sido?
Se queda callado mientras me mira. Claro, la única pájara tuvo que haber sido mi amiga.
—¿Fue Martha? —no dice nada. Sé que sí, que fue ella y siento enojo—. ¡Ya ni en amigas puedo confiar!
—Lo estás admitiendo.
—No.
—Camila, ¿si sabes que eso que sientes es una tontería? ¿un tonto capricho? ¡soy la pareja de tu madre! Tal vez no me quieres o te atraigo, sólo sientes envidia de tu madre porque ha conseguido a alguien como tú lo has esperado... ¿O lo vas a negar?
Tiro de una caja vacía y corro a la habitación. Siento una presión en el pecho, un nudo en la garganta pero no debo llorar. No puedo llorar. Quisiera cerrarle la puerta en cara pero aún la habitación no cuenta con una.
Oigo sus pasos acercarse. No quiero voltear para que no note que estoy llorando.
—Quizás yo siento lo mismo. Siento rabia, sí, rabia porque alguien como tú... ¡No puedo corresponderte!
—Cállate.
—Ven y cállame.
No sé con qué sentido lo ha dicho, pero al dar la vuelta y verlo me dan unas ganas enormes de besarlo. Él se acerca retándome y deseo, en serio deseo empujarlo pero no puedo, mis ganas de sentir sus labios son más grandes y en segundos me encuentro correspondiéndole.