—Hogar, dulce hogar —digo para mí misma y tiro el bolso al sofá.
Abro las ventanas para tener más claridad y me acomodo en el sofá para ver televisión. Tengo las mejillas rojas al igual que los hombros y aunque ahora no ardan, estoy segura que en unos días sí.
No hay nada que ver en la televisión, y aún cuando llego de disfrutar de la playa estoy muy aburrida. Me recuesto en el respaldo del sofá y subo mis pies a la mesa que tengo al frente.
Para cuando despierto ya son las cuatro de la tarde y tengo más pereza que antes. De solo pensar que debo ordenar mis maletas para el viaje me dan ganas de dormir... Otra vez. Pero también tengo hambre, es por eso que me pongo de pie, me arreglo un poco y salgo del apartamento.
Por suerte justo a un lado del edificio hay un café-rest, y aunque no he venido antes con la intención de comer, hoy probaré qué tal es.
—Buenas tardes. ¿Qué desea?
Una chica al otro lado de la barra me pregunta.
—Hmm... —leo el menú que está en una pantalla—. Una hamburguesa con papas y un batido.
—¿Algo más? —niego—. Tenga su ticket. Pague por la otra caja y luego retire su pedido aquí.
—Gracias.
Me paro en la fila de algunas seis personas a esperar. Al frente, después del parque está una farmacia y recuerdo la pastillas que me recetó el médico que ya se me han acabado.
La fila avanza.
Busco en mi cartera la receta médica pero no doy con ella, mi billetera tampoco está y comienzo a impacientarme. Arrugo el ticket y me quedo con ganas de comer la hamburguesa porque no tengo dinero en el bolso.
—Hola señorita Lewis —saluda el conserje.
—Hey —le sonrío.
Entro al apartamento aún buscando mi billetera y la receta médica pero nada. No están.
Agarro el móvil y marco.
—¿Ya me extrañas? —dice al contestar.
—¡Martha! Dime que me has hecho una mala broma y... y, ¡agarraste mis exámenes!
—¿De qué hablas?
—Olvídalo.
Corto la llamada.
Estoy frustrada.
Busco en el bolso que llevé a la playa y saco todo en busca de la receta médica pero sólo consigo la billetera.
«Es un sobre blanco.»
Comienzo a sudar cuando recuerdo el sobre que él consiguió en su auto, y siento que el corazón se me saldrá en cualquier momento. Con las manos temblorosas marco su número y espero a que conteste.
—Que no lo haya entregado, por favor. ¡¿Como pude ser tan estúpida?! —me reclamo a mí misma. Las lágrimas comienzan a picar en mis ojos por el despespero. —¡Royce! —exclamo cuando finalmente contesta—. ¿Sabes el sobre que encontraste en tu auto?
—Sí.
—Es mío, y lo necesito ahora mismo.
—Hey cálmate... ese sobre y...
—¿Puedes venir? ¡Por favor! Tengo algo muy importante que decirte.
Las lágrimas humedecen mis mejillas.
—¿Estás bien?
—¡No! ¡Ven ya!
—Ya salgo para allá.
Espero impaciente en el sofá a que toque el timbre y los minutos se me hacen eternos pero cuando lo hace, corro hacia la puerta.
—¡Hey! ¿Por qué tanta prisa?
—Tengo que decirte algo —trago saliva, y evito mirarlo directamente.
—¿Qué?
Comienzo a llorar.
—Pero primero necesito que me des el sobre que encontraste.
Frunce el ceño.
—Se lo di a Dafne.
—¡¿Por qué se lo entregaste?!
—A ver, ¿qué tenía ese sobre?. Porque cuando se lo entregué a tu madre pareció recordar que era del doctor Miller.
—¿Qué dijo?
Lo miro atentamente
—Que eran los exámenes que el doctor Miller le había hecho cuando el accidente —siento un alivio enorme y comienzo a secar las lágrimas—. Y sí, estaba su nombre escrito.
—¿Entonces, en dónde está el sobre?
—¿Qué sobre?
Sigue sin entender nada.
El timbre suena y abro encontrándome a mi madre al otro lado, mirándome y parece estar enojada. Desvía su mirada a Royce pero eso es lo que menos me importa ahora. Busca algo en su cartera y siento que mis piernas flaquean cuando saca justo lo que yo estoy buscando: el sobre.
—Tú y yo tenemos que hablar.
Se adentra al apartamento.
—¿Qué significa esto? —cuestiona mostrándome el tan anhelado sobre.
—¿Qué pasa aquí? —interviene Royce.