Llego al apartamento y encuentro todo desordenado. Esos dos hombres que están aquí ahora no son tan ordenados, y ni hablar de mi hermano. Tiro mi cartera al sofá y comienzo a recoger la caja de pizza, vasos y algunas botellas de cervezas que yacen en la mesa y en el piso. Son las dos con treinta minutos de la tarde y me pregunto dónde estarán este par.
Busco algo de comer y me encuentro con algo de lasaña en el microondas; agradezco que mi padre sepa cocinar. Almuerzo viendo televisión y cuando he terminado, mientras estoy lavando los platos mi teléfono suena. Es mi madre.
—Cariño —saluda una vez que contesto.
—Hola —sonrío.
—Te llamo para pedirte que por favor vayas ya mismo a casa ¿estás desocupada?
—¿Qué ocurre? Sí estoy desocupada.
—Es Royce —suspira—. Me ha llamado y dice que tiene fiebre.
—¿Y yo por qué debo ir?
– Hija, ahora mismo estoy esperando a que me hagan una entrevista de trabajo. Soy una de las últimas y no saldré pronto.
—¿Él no sabe usar el termómetro? ¿Tomarse una tableta y arroparse? No es un niño, por Dios.
—Cariño si él está solo me quedaré preocupada, por favor ve ¿si? Cuento contigo.
—Está bien. Adiós.
¡Me molesta! Realmente me molesta que siempre deba acudir a mí cuando es algo de ellos dos. Ok sí, tiene fiebre y él no tiene la culpa de eso pero ¿pedirme a mí que vaya? ¿Cuándo estudié enfermería o algo así?
Lavo mis dientes y busco mis cosas para después salir. Agarro un taxi que me deja frente a su casa y una vez que entro me dirijo a la cocina. En un tazón echo un poco de agua y le agrego cubos de hielos, eso es lo que hacía mi madre cuando yo me resfriaba estando pequeña.
Subo a la habitación y al entrar, él utiliza su móvil y al verme ríe. ¿Qué es gracioso?
—No sé mucho pero creo que esto funcionará. ¿Dónde puedo conseguir una toalla pequeña?
—¿Te creíste eso de que tengo fiebre?
—Mamá me ha llamado y me lo ha dicho ¿no? —dejo el tazón a un lado y busco en las gavetas—. ¡Espera! ¿Has dicho creíste? ¿Le has mentido a mi madre y has hecho que me llame?
—Sí.
—¡Eres un estúpido! —le grito y le echo la fría agua encima.
—Oye... Qué... ¡Está helada!
—A ver si así se te quita lo mentiroso y lo estúpido.
Doy la vuelta para salir pero él me jala y termino sobre él. Nuestras narices rozan y siento lo húmedo de su camisa en mi pecho.
—Te necesito, Camila.