Estoy con Martha en la cocina preparando unos panqueques; ella se encarga de untar los ingredientes y yo de pasárselos.
—Huevos —se los extiendo y una vez que los agarra rompe la cascara y los vierte en un tazón.
—¡Pásame la leche! —ordena mientras mueve sus caderas.
—Deja de bailar que saldrán mal —me quejo para molestarla.
—¡Oh, vamos! No seas aburrida y pon algo de música.
—Lo que deberíamos es terminar de preparar esto ya. Tengo muchísima hambre.
Saco la leche del refrigerador y se la doy. Después de pasarle todos los ingredientes que tenemos a nuestro alcance, da como resultado una mezcla homogénea.
—Enciende la estufa —ordena una vez más.
Hago lo que me pide y coloco la mezcla en el sartén. Se sienta en uno de los taburetes y sonríe orgullosa cuando el primer panqueque sale y realmente se ve apetitoso. Una canción de Rihanna comienza a sonar en la cocina y es su móvil.
—Vigila los panqueques, mi madre me está llamando.
Corre para conversar en la sala. Minutos después ya he sacado varios panqueques y mi amiga aún no vuelve.
—¡Martha muévete! Me han dado ganas de orinar —chillo moviendo la pierna para controlar mis inmensas ganas.
—Lo sé mamá. Y sí, la he pasado muy bien —continúa hablando.
Camino hasta el baño a la vez que bajo el short de mi pijama y siento un alivio enorme cuando me siento sobre el toilette.
—¡Camila Lewis! —grita Martha desde la cocina.
—Oh... oh... —susurro. Salgo del baño y me dirijo a donde ella está—. ¿Qué ocurre?
—¡Se ha quemado porque no le echaste aceite al sartén!
Tira el panqueque sobre un plato y efectivamente luce espantoso.
—Veremos a quién le daremos o te lo comerás tú —gruñe echándole aceite al sartén.
—Ya sé a quién podríamos dárselo.
Sonrío con picardía.
(...)
Ya todos han despertado y están impacientes por desayunar los panqueques que con ayuda de mi madre hemos terminado de hacer. Los deliciosos y llamativos panqueques se encuentran uno sobre otro en un plato.
—Coloca esto en la mesa —mi mamá me entrega la miel maple, una mermelada y un tazón con fresas bien picadas.
Llamo a los otros tres quienes están sentados en el sofá del balcón y se acercan a la mesa. Martha y yo nos apresuramos en agarrar los primeros panqueques para que no nos toque el quemado; ya que al colocar la parte no agradable al revés nadie lo notaría.
Relleno el primero que comeré y lo enrollo para luego dar el primer mordisco.Daniel muestra el pulgar confirmándonos que han quedado bien y mi madre imita su acción. Veo a Martha con una mirada cómplice y porque la conozco sé que está aguantando la risa. Muerdo mi labio inferior para no empezar a reír, y entonces, Royce acerca el panqueque lentamente a su boca.
—¿Está sabroso? —le pregunta Martha.
Él saborea el mismo.
—Riquísimo.
Miro a los tres comer con calma y no paran de decir cosas sobre que han quedado muy bien. Muerdo el próximo que comeré y saboreo, hasta que me dan náuseas.
—!Mierda! ¡Eso sabe espantoso! ¡Un sabor horrible! —exclamo y bebo del jugo después.
Mi mamá da pequeños golpes en mi espalda para que deje de toser pero el sabor a panqueque quemado es lo más desagradable que pude haber probado. Soy la más torpe e idiota. Es de lógica que cuando volteamos todos, el quemado, que estaba de último quedó de primero y ese lo he agarrado yo.