Recorremos parte del hospital buscando a mi madre y me desespera el hecho de no encontrarla. Imaginarme lo que puede estar pasando por su mente ahora mismo me preocupa.
Subo a los próximos pisos nuevamente y me encuentro con dos escenas que me hacen sentir mal: una pareja llora mientras se abrazan y un doctor les dice algo. Más adelante; un señor hablando con una pequeña que llora abrazándose así misma. Y el resto, personas observando una pantalla que cuelga en la pared. Me fijo en cada uno de los rostros y sigo sin dar con mi madre. Vuelvo al ascensor y espero a que llegue, cuando lo hace suspiro de alivio al ver a mi madre aferrada al brazo del médico que nos habló en el cafetín.
—¿Dónde estaba? —entro al ascensor y la abrazo.
—Yo... Quería...
—La han llevado a hacerse unos exámenes y olvidaron dar la autorización —interrumpe el señor.
—Me preocupé muchísimo, mamá.
—Debe descansar. No es bueno que se altere más por la herida, puede abrirse y es lo que menos queremos.
En cuanto llegamos al piso donde está su habitación unas enfermeras se acercan con una silla de ruedas y la ayudan a sentarse. El doctor entra con ella a la habitación y busco a Royce.
—Estaban haciéndole unos exámenes.
—Debieron avisar al médico de guardia ¿no?
—Sí, pero no sé qué pasó.
Volvemos cuando el médico está por salir, y mi madre duerme.
—¿Cuándo podrá irse?
—Todo marcha bien. Si en unos días está mejor física y emocionalmente, daremos la orden de salida.
—¿Y la herida qué doctor? ¿No hay problema? —interviene Royce.
—No Geoffrey. Solo no debe hacer fuerza ni alterarse.
—Gracias.
Royce entra a la habitación y me quedo en sala de espera viendo un canal de emergencias médicas.
—Cami —Mark me sorprende—. ¿Cómo está?
—Mark —sonrío—, creo que no volverías hoy. Sigue igual emocionalmente, pero el doctor nos ha dicho que todo marcha bien.
—Es una buena noticia después de todo ¿no? Vamos al cafetín.
Nos dirigimos hasta allá y él pasa su brazo sobre mi hombro, atrayéndome más.
—¿Tú cómo te has sentido? Mark, tú podrías ir adelantándote a Londres.
—No, iremos juntos... después.
—¡No! ¡Necesitas ese tratamiento ya! No quiero que pase algo más.
—No Camila, me quedaré aquí contigo.
—Qué terco eres, Dios —volteo los ojos.
—¿Té, gaseosa o café? —evade el tema cuando estamos frente al mostrador.
—Té.
Me siento a esperar que él ordene en caja. Viéndolo desde aquí y siendo realmente sincera, no me gusta verlo así. Luce más delgado, con bolsas bajo sus ojos, agotado pero unas inmensas ganas de vivir... Junto a mí.