Capítulo 8: Chivo expiatorio (Parte 4)

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—No hará falta hacer uso de la fuerza bruta para esto —dijo Harry, interrumpiendo los preparativos de Arnold.

—Déjanoslo todo a nosotros —replicó Valk—. Un espadachín veterano tan experimentado como Alan Piers es un peligro para todos. Si no nos preparamos bien y atacamos de sorpresa, causará un desastre.

—No hay de qué preocuparse —negó Harry—. Yo mismo me encargaré del asunto.

—¿Estás loco? —Valk apenas podía creer tal afirmación dicha con tanta confianza—. Por lo que veo y dijiste, no eres ni remotamente poderoso, más comparado con Alan Piers. Si vas y lo confrontas, acabarás muerto.

—Yo no confrontaré a nadie, comandante —dijo Harry con una sonrisa—. Haré uso de las palabras.

—Estás desquiciado, amigo —rió Arnold a carcajadas ante la afirmación suicida del muerto viviente—. Pero lo estás diciendo con una confianza sorprende, tanto que me convenció. Pude notar con nuestra conversación que tienes bastante astucia, así que puedo dejarte esto en tus manos.

—Señor, eso es muy impertinente de su parte —dijo Valk, queriendo argumentar—. Él...

—Comandante, sabes bien que casi nunca me equivoco en estos asuntos —interrumpió Arnold—. Quédese callado por una vez, ¿quiere? Dejemos que nuestro invitado use las palabras y nos demuestre de lo que es capaz.

Valk miró en silencio a los ojos del señor feudal y asintió.

—Puedes irte —le dijo Arnold a Harry—. Espero que hagas las cosas bien. Si tu plan funciona, te recompensaré. Si no lo hace y vuelves con vida, bueno... tu cabeza podría rodar, ¿entendido?

El muerto viviente asintió, marchándose.

*

La posada donde se hospeda Harry, minutos después.

Alan estaba sentado delante de la ventana, admirando el paisaje waarganiano. La ciudad estaba repleta de gente como siempre, el sol aún alto. Las montañas de los alrededores daban mucha sombra, sus picos brillando ligeramente. El espadachín mágico estaba acompañado por Susan y John (los tres vistiendo como civiles normales), quienes estaban sentados junto a él en la mesa circular; sobre la misma había un plato con galletas y tres tazas de té, con (por supuesto) una tetera haciéndoles compañía.

Era uno de los típicos momentos de tranquilidad que se daban durante ese largo viaje como mercenarios. Se sentaban, bebían algo y charlaban de cosas sin relevancia. John resultaba ser el más charlatán, por cierto.

—Parece que siguen buscándolo —comentó el mago oscuro, viendo por la ventana al Cuerpo de Caballeros de la ciudad.

—E igual de alterados —dijo Susan, bebiendo de su taza de té mientras observaba a las autoridades prácticamente corriendo en busca de pistas.

—Por lo que escuché, es la primera vez que tardan tanto —dijo Alan—. Para ser una ciudad grande, Waargas mantuvo un récord de pocas horas para capturar a cualquier criminal. La última vez que duró más fue hace como setenta años.

—De seguro el culpable ya escapó —dijo John luego de un sorbo de té—. Nadie es tan idiota como para quedarse en una ciudad en tal estado de precaución.

—Aunque puede estar aquí, también —agregó Susan—. Con tanta búsqueda, debe estar escondido aún. Además, las entradas están súper vigiladas.

—También es una posibilidad... —dijo John—. Pero, a mi parecer, creo que...

En ese momento, alguien golpeó a la puerta de la habitación. Los tres miraron allí, Alan decidiéndose por ser el que abriese. Se acercó, agarró el pomo y la abrió, encontrándose con una figura conocida.

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