Capítulo 2: El mago putrefacto

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No tardó mucho en darse cuenta de que la espada tenía grabada el nombre «Harry» en la base de la hoja, suponiendo que era el que poseía en vida. Sin pensarlo mucho, se bautizó a sí mismo y continuó con su camino.

Y, presintiendo que tarde o temprano podría encontrarse con algún peligro, decidió detenerse y practicar.

—No tengo ni idea de cómo usar una espada, pero debería ser sencillo, ¿no? —comentó Harry para sí mismo—. Es balancearla y no mucho más. El problema debería ser el movimiento.

Puso el pie derecho más adelante que el otro, desenvainando la espada y apuntando al frente. Balanceó el arma, imaginando que había un enemigo al frente y lanzando estocadas. Trató de agregarle realismo a la situación, haciendo como si esquivara, recibiera ataques y contraatacara. No fue muy divertido, pero le sirvió para entender un poco lo complejo que podría ser.

—El terreno es irregular, puedo enredar mis pies sin querer y es complicado esquivar a la vez que se ataca —suspiró Harry—. Ser espadachín no es fácil, al parecer. ¿Cómo se las arreglan en las batallas?

Continuó practicando un poco antes de volver a caminar. En ello, aprendió más sobre el mundo que lo rodeaba (o al menos del lugar donde estaba): los pocos árboles que había tenían troncos gruesos, hojas azules y frutos similares a naranjas. Los pocos animales que se encontró eran ardillas, insectos y pájaros; parecía que no había ningún otro tipo de ser vivo que ellos y la naturaleza, hasta que...

—¿Eh? —exclamó Harry, notando cómo algo salía corriendo de un arbusto. Era tan rápido que sólo pudo ver una silueta pasando por delante, la cual desapareció detrás de un árbol.

Se puso en guardia, listo para el ataque de la veloz bestia. Desenvainó su espada y preparó todos sus sentidos, esperando con paciencia a que el animal salvaje saliese. Tenía un mal presentimiento, pero decidió dejarlo a un lado, tomándolo como una simple indecisión de su inexperiencia en el combate.

Y, sin darse cuenta, algo se aferró a su espalda. Por lo que podía sentir, era del tamaño de un perro joven y tan pesado como uno, clavando sus garras en sus hombros y sus dientes en su nuca, desestabilizándolo y tirándolo al suelo. Bueno, estuvo cerca de pasar eso.

Harry puso fuerza en su pierna derecha y usó su espada como bastón, deteniendo la caída. Agarró la bestia salvaje en su espalda, posiblemente un mono, y la tiró al suelo con todo el poder que pudo ejercer. Así, el muerto viviente se dio cuenta de su error.

El animal salvaje era, en realidad, una especie de lagartija del tamaño de un perro joven. Sus escamas eran rojas, con garras afiladas y una expresión que trataba de ser amenazante. Harry estaba estupefacto ante la extraña criatura, teniendo dificultades para comprender si era un reptil normal o algo más, hasta que algo surgió en su mente.

«Lagartija incendiaria», ése era su nombre. Era una bestia mágica, una de las razas principales que habitaba el mundo. Y, como si fuese un río, la información fluyó cada vez que un término nuevo aparecía: una descarga masiva, por así decirlo.

Esto es muy conveniente, pero me está desconcentrando, pensó Harry mientras esquivaba las llamaradas que escupió la lagartija incendiaria. Tanta información de repente divide mi conciencia, por lo que apenas puedo moverme. Bueno, esta cosa dudo que pueda matarme, pero prefiero no saber la respuesta con experiencia propia.

Aprovechó que la bestia mágica estaba inhalando aire para una segunda descarga de fuego, moviendo su espada con toda la fuerza que pudo. El ojo de la lagartija incendiaria, junto a su cerebro, fue atravesado de una estocada limpia y, por suerte, precisa.

Las lagartijas incendiarias solían cazar en manada, por lo que seguramente había muchos más cerca. Y Harry no estuvo equivocado, pues una decena de bestias mágicas salieron de los arbustos y de las copas de los árboles, atacando al muerto viviente al unísono.

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