Capítulo 36: Captura (Parte 2)

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Un ogro muy joven, de nombre Túdyr, se sentó en el bosque. Su yadentú con rayas negras le limpió las lágrimas, su frente teniendo una cicatriz con la forma de una M en abecedario ogro, reconociéndolo como un mago. Siguió llorando por la frustración e impotencia.

Había salvado a una niña elfa de unos monstruos en el bosque Drastyn, llevándola a su hogar. La joven había tenido miedo al principio, pero aceptó la situación rápidamente y lo trató como un amigo. No había odio o terror en sus ojos, sólo pura curiosidad y alegría.

La llevó cerca del hogar de la niña: la Ciudad de Tárol. El lugar era un núcleo poblacional del Imperio gherciano, ubicado en el extremo sur y perteneciente al Ducado de Grizra. Pero, al llegar, sólo recibió miedo y odio. La gente lo atacó, tratando de matarlo sólo por ser el monstruo. Por no ser de la misma raza.

Sólo quiero ayudar, pensó Túdyr mientras sollozaba. No tenía malas intenciones. Nunca intenté nada contra ellos. Y, aun así, ellos...

Sin embargo, nunca perdió la esperanza. La niña elfa que había rescatado era una prueba de que su razonamiento no estaba equivocado, sólo que mal proporcionado.

Túdyr es inteligente, amable y empático. Jamás le importó la raza de uno, sólo su forma de ser. Sabía y sigue sabiendo bien que el odio entre monstruos y razas principales es algo que viene de muy atrás en el tiempo, un sentimiento implantado y reforzado por cada generación, un adoctrinamiento de escala continental que los extranjeros jamás podrán cambiar.

Año tras año, la determinación de Túdyr por cambiar eso fue siendo destrozada, pisoteada y escupida. Mercenarios humanos que violaron a su gente, elfos exploradores que masacraron a todos y bestias inteligente que les negaron todo tipo de ayuda. Los de su propia raza estaban en contra, burlándose y hasta menospreciándolo.

Sin embargo, no cedió. Continuó una y otra vez defendiendo sus ideales, queriendo ayudar a otros sin importar lo que algunos le hicieron antes. Y por eso sufrió. Sintió dolores físicos y psicológicos que lo forjaron. Pero seguía siendo una persona. Una con límites.

—¿Debo hacerlo de nuevo...? —se preguntó, sentándose en el borde de su cama.

Su padre y líder de la comunidad de ogros, Yarg, fue informado de un ataque a un grupo de recolección de comida. Había pocos detalles que pudo conseguir un explorador/espía, el cual afirmó que dos humanas, una adulta y una adolescente, habían usado a su gente como meros sacos de boxeo. Aquello enfureció a Yarg, quien usó la oportunidad para que Túdyr se forje aún más como un guerrero y sea él quien las capture.

El Día de la Consciencia estaba cerca; cada año, todos los monstruos lo celebran para conmemorar el momento en que Tímetis, el Primer Hecatónquiro y Padre de Todos los Hecatónquiros, los convirtió en auténticas personas. Y, en ese día, usarían a Saya y Sarah como sacrificio para satisfacer la ira de la comunidad.

Salvajes, pensó Túdyr mientras se encorvaba, poniendo los codos sobre sus piernas, y se agarraba la cabeza. ¡Son unos putos salvajes! ¿Por qué tienen que hacer algo tan... cruel? ¡Son unos animales!

Con sus cortos veinte años, Túdyr había presenciado diez sacrificios. El olor a carne quemada, los gritos, los sollozos y la euforia sangrienta de su gente. Le repugnaba. Los odiaba por actuar como bestias, ignorando que los hombres y mujeres a los cuales incineraban vivos seguían siendo personas.

Aún atrapado en sus pensamiento pesimistas, no se dio cuenta de que alguien entró en su dormitorio.

—¿Mamá? —exclamó—. ¿Por qué no golpeaste la puerta?

—Lo hice, pero no respondiste y me preocupé —respondió Nágriz, su progenitora.

A diferencia de los ogros hombres, las mujeres tienen yadentúes más delgados al igual que menos musculatura. Sin embargo, poseen mayor poder mágico y la púa retráctil del yadentú es reemplazada por una especie de gancho, dando más utilidad fuera del combate e incluso dentro del mismo.

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