Capítulo 120: Conflicto (Parte 4)

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El primer nacimiento de un ser vivo, la primera muerte de una criatura viviente. La luz de la que emerge una vida y la oscuridad en la que cae otra. La creación y la destrucción, el principio y el fin. El Origen y el Fin.

Eso había sido Dylot desde los comienzos de su existencia: opuestos complementarios. Sin el origen no hay fin y sin fin no hay origen, todo tiene que tener un principio para existir y un final para que otros comiencen. Un ciclo.

Desde el plano astral donde los dioses coexistían entre sí, lejos de los mortales, observó el desarrollo del universo.

Aquella planta que nació en la hostilidad, pereciendo.

Aquel pez que vagó por los océanos, siendo devorado.

Aquel reptil que murió por su depredador.

Aquel felino que luchó contra otro, cayendo sin vida por sus heridas.

Aquel joven humano que nació en un entorno hostil, viviendo con honor hasta el último de sus días.

Aquella mujer alienígena en los confines del universo que murió sin conocer a su madre, quien pereció en las guerras espaciales.

Aquel veterano soldado humano que masacró a miles, siendo asesinado por su propio hermano.

Aquella joven que protegió los derechos de otras especies, siendo torturada de formas inimaginables por pensar distinto.

Aquel emperador tenaz que trató de cambiar las cosas, la rebelión colgándolo vivo como un trofeo.

Aquella reina que provocó miles de genocidios por un poco de territorio extra, muriendo en la grandeza de su país.

Aquel infante que desconocía de la vida, siendo protegido por un alienígena y muriendo tras una larga tortura sin siquiera saber el porqué.

Aquel hombre que sólo deseaba vivir feliz con su familia, cayendo en batalla contra un general que ansiaba la guerra.

Por cada persona buena, había millones de personas malas más. Por cada felicidad, había miles de desgracias. Por cada abrazo, centenares de mutilaciones. Por cada beso, miles de millones de cadáveres destrozados.

Guerra, hambre, muerte, desesperación. El origen de una vida podía significar el fin de millones de otras. El principio de un país representaba la conclusión de tantas criaturas, inteligentes o no, que llenarían planetas enteros.

En un principio, Dylot era bondadoso y misericordioso. Con su poder en aumento, había tratado de ayudar a aquellos que lo necesitaban en lo máximo posible.

Pero la carga de sentir todas las muertes en el universo fueron demasiado. Cada tortura que apagaba la llama de una vida, el dolor de todos aquellos que caían ante la tempestuosa situación de un universo donde la esperanza de un futuro mejor desaparecía poco a poco hasta desaparecer junto a la existencia de todos.

No había día, hora, minuto, segundo... ningún descanso de aquel tormento. Un sufrimiento constante y eterno donde cada momento de su existencia padecería del dolor en conjunto de todos los individuos de todas las especies.

Los milenios distorsionaron lo que alguna vez fue. Se volvió frío, desalmado y aterrador en varios aspectos. No le importa tener que mandar a matar niños o mujeres embarazadas, pues lo hará si hay beneficio. Sólo le importa él mismo, manipulando a personas para que le sirvan y deshaciéndose de quienes son inútiles.

Sin embargo, en medio de toda esa aparente apatía, seguía estando la semilla de lo que fue en sus comienzos, ahora retorcida: la cobardía. El miedo a morir, a ver cómo todo por lo que trabajó se desmorona, la impotencia de saber que no puede cambiar algo que lo afecta negativamente. Un residuo de los horrores que sufrió en su universo natal.

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