Capítulo 74: Fuerza maldita (Parte 2)

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Incluso casi un año después, el remordimiento nunca desapareció de los corazones de Susan y John.

Al venir de familias prestigiosas, ambos fueron obligados a cortar relaciones con Alan. Si mostraban al público que seguían siendo pareja y amigo de alguien a quien se le había impartido la Ley del Castigo Divino, sus linajes sufrirían un fuerte golpe político.

La gente empezaría a crear rumores entorno a ellos, destrozando sus prestigios. La Familia Real incluso podría sancionarlos por estar unidos a alguien que ofendió a la Iglesia, la cual tiene muchísima influencia en el Imperio draghniano.

Ojalá pudiera haber hecho algo, pensó Susan Conutrián mientras suspiraba.

Sentada en el balcón de su dormitorio, miraba el anochecer con una taza de té en su mano. El invierno se acercaba, por lo que estaba vestida con un abrigo rosa, pantalones holgados de color beige y pantuflas negras.

El remordimiento nunca dejó de pensar sobre su conciencia. Desde el momento en que sus padres la obligaron a cortar lazos con Alan, no paró de preguntarse de qué forma pudo haber actuado para cambiar las cosas.

A lo largo de los meses, ese sentimiento apenas se apaciguó. Los eventos políticos, la militarización de Litheris, la reorganización de las acciones financieras para evitar la bancarrota, entre tantas cosas más la ayudaron a distraerse y no pensar en esa daga psicológica hundida en su pecho.

—Ahora sólo puedo avanzar, supongo —suspiró Susan con ojos bajos.

Eran palabras que se repetía hasta el hartazgo, pero que nunca tuvieron un efecto duradero. Sí, podría suprimir su sufrimiento hasta cierto punto y actuar como si hubiese superado el problema, pero era sólo cuestión de tiempo para que se convirtieran en vocablos vacíos.

Dio un sorbo del exquisito té para calmar un poco su estrés acumulado, el cual no hacía más que aumentar debido a los problemas económicos que empezaba a sufrir su familia. Gracias a que los Conutrián se ganan la vida con el comercio de productos alquímicos tanto baratos como costosos, las consecuencias de la Ley de Reestructuración Vasalla llegaron tarde, pero de forma significativa.

Tuvo que ayudar a sus padres cada vez más, siendo incitada con una molesta insistencia a un matrimonio. Si se casaba, después de todo, la familia podría conseguir aliados políticos y económicos para que se apoyasen mutuamente para sobrepasar las dificultades nacionales sin muchos problemas. Incluso llegaron al extremo de incitarla a casarse con John.

Pero Susan no podía. No cuando el remordimiento por haber abandonado de una forma tan cruel a Alan, su ex-pareja. Una relación de tantos años con tanto cariño había dejado poderosos efectos en su mente, el amor que sentía hacia el espadachín mágico persistiendo.

—Sólo quiero dormir —dijo Susan luego de un largo y cansado bostezo.

Se levantó de su asiento y se dirigió al interior de su lujoso dormitorio, pero frenó abruptamente cuando escuchó algo detrás de ella. Vio cómo su sombra se agrandaba cuando la de otra persona fue agregada a la ecuación, girándose para atacar con un conjuro mientras esperaba lo peor.

Pero el maná se dispersó, los ojos de Susan abriéndose como platos.

—A-Alan... —murmuró, atónita, mientras veía al hombre enfrente sin creer la realidad.

—Hola, cariño —dijo el espadachín mágico con una sonrisa llena de afecto, parado sobre el borde del balcón.

Vestía una camisa blanca, pantalones negros y botas marrones. Toda su ropa estaba en perfectas condiciones, aunque le era un talle o dos más grande de lo necesario. Su rostro había vuelto al que tenía antes de lo sucedido en Waargas gracias a Zagloth.

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