Capítulo 11: Revelaciones

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—¿Quién eres? —preguntó Harry con desconfianza.

—Un extranjero, como la gente de este mundo llama a los de mi clase —respondió la voz divina, concentrándose y pareciendo sonar desde atrás del no-muerto.

«Extranjero» es un término genérico para cualquier ser de otro universo como el Invasor, quien ingresó al de Kinia junto a su Ejército de los Cien Mundos (del cual era comandante). Se usa mayormente con intenciones despectivas, pues casi todos los extranjeros causaron sólo mal.

Harry se dio vuelta rápidamente, viendo una figura vestida con una túnica negra de manchas blancas y hecha jirones. La cabeza del ser era la de una cucaracha de ojos verdosos penetrantes. Estaba parado en el abismo a diferencia del muerto viviente, quien estaba flotando.

—Soy Dylot, el Dios del Origen y el Fin.

—Que título tan pretencioso para decir que eres un dios de la muerte —se burló Harry, cruzándose de brazos.

—¿Pretencioso, dices? —Dylot se rió seca y falsamente—. Mira con qué estoy vestido y presta atención, mortal.

Harry hizo lo que se le pidió, bajando la mirada hacia la túnica que llevaba el Dios del Origen y el Fin. Las manchas blancas eran, en realidad, rostros pálidos deformados; almas en condena con expresiones de horror, obligadas a persistir como el adorno de un ser más poderoso de los que sus cerebros pudieron comprender algún día. Ahora sólo eran vestigios de lo que fueron personas, siendo sombras de una humanidad extinta.

Sombras de una humanidad extinta, pensó Harry, repitiendo aquella frase que había aparecido en su mente. No, era mejor describirlo como que la hubiese invadido. ¿Eso qué significa...?

—Déjame mostrarte —respondió Dylot.

Harry no pudo reaccionar a sus palabras, un mar de imágenes y sentimientos inundando su mente. Edificios en ruinas, paisajes destrozados, cientos de cadáveres, miedo, tristeza, horror. Los fragmentos de un mundo, civilizaciones enteras, que desconocía se acumulaban en su conciencia, transmitiéndole lo que vieron y sintieron millones de personas. Gente que lo perdió todo, que vivió lo peor de un planeta abandonado por el cariño de un ser celestial.

Ahora sólo eran las sombras de una humanidad extinta.

—Esto... ¿tú...? —Harry no tenía palabras. Estaba abrumado. Sentía su pecho punzando por alguna razón, algo dentro suyo que palpitaba como un segundo corazón, queriendo escapar.

—Sí, supuse que eso sería más de lo que tu maldición podría soportar —dijo Dylot, el flujo de imágenes y sentimientos deshaciéndose poco a poco—. Es obvio que quieres una explicación, así que te la daré. Bueno, mejor dicho, trataré de dártela.

» Vengo de la Tierra, una de sus muchas versiones. Una que sufrió innumerables guerras, milenios de destrucción causada por la humanidad. La misma que surcó otros planeas y galaxias, extendiéndose como una peste que sólo llevaba muerte y caos adonde fuese, acabando con cualquier especie inteligente que tuviese la mínima intención de ponerse en su contra.

» Como pudiste ver, los humanos acabaron por extinguirse. El «mundo central», como ustedes le llaman, era la Tierra. La misma que tuvo que sufrir la consecuencias de la codicia y egoísmo humano, explotando y causando la muerte de los últimos rastros de la humanidad junto a los dioses.

Un «mundo central» es el planeta que dio inicio a un universo, el eje del mismo y donde residen los dioses del mismo, o al menos los más poderosos e importantes. Ése es el caso de Kinia, el único cuerpo celeste con dioses.

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